Naudy Suárez Figueroa : Fin de un inning, pero no del partido
Tal vez no ha habido nunca en la historia política venezolana nada más previsible que lo que podía suceder y sucedió el domingo 30 de julio.
Sabíamos hasta la saciedad, porque no tuvieron la vergüenza de ocultarlo, del designio abrigado por el dueto Maduro-Cabello de no perdonar medio para mantenerse en el poder, cosa que le llevó a inventar una votación que abriera paso a una nueva Asamblea Constituyente con capacidad para intentar aplanar todo poder disidente.
Sabíamos también que tal misión le confiaría a un Consejo Nacional Electoral absolutamente inmoral en su desempeño.
Finalmente, sabíamos que la fuerza armada a la que tradicionalmente se encomienda la custodia de los centros de votación, esta vez más que nunca se exhibiría vergonzosamente plegada al designio del gobierno, mitad por beneficiaria de la corrupción, mitad por víctima del amenazador control de la inteligencia cubana. Y que ya no solamente estaría la misma dispuesta a hacerse, una vez más, la vista gorda frente a una estafa electoral cantada, sino a ir más adelante: a detener, a herir y hasta a matar a quien intentara enfrentarla.
Lo que se preveía, pues, que iba a pasar pasó y un fraude electoral, obsceno y descomunal, se consumó, ante los ojos del país y del mundo. Para la historia quedaron, de un lado, la amenaza y el chantaje empleados contra los venezolanos convocados a votar, y, del otro, la masiva negativa por parte de estos últimos, incluida la de sus sectores económicamente más débiles, quienes, al desertar los centros electorales, parecieron resucitar aquel orgulloso decir ya escuchado en ciertas elecciones amañadas de tiempos de los Monagas: “en mi hambre mando yo”.
Por fortuna, no todo es motivo de rabia o tristeza en el país de Bolívar y Vargas, mediado 2017. Los movidos días desembocados en el 30 de julio han sido testigos, entre muchos, de dos logros nacidos del ejercicio por parte de los venezolanos, de virtudes como la perseverancia, el talento y la pasión de patria.
El uno, la ganancia de una generación para la libertad y la democracia. Lo que fueron los estudiantes de boina azul de 1928, alzados, según su propio decir, por una “democracia decente”, lo son hoy los “escuderos” de 2017. El universitario Armando Zuloaga Blanco muerto por una bala de fusil del ejército gomecista en la Calle Larga de Cumaná en agosto de 1929, tiene su parangón en el Neomar Lander asesinado por una bomba lacrimógena disparada por parte de los cuerpos armados del dictador Nicolás Maduro en la Avenida Libertador de Caracas.
El otro, el creciente frente latino-americano y extra-latinoamericano conformado para apoyar a Venezuela en la recuperación de su democracia, del que sólo se desgajan países que han sido beneficiados del regalo económico del gobierno venezolano o de la compra de costosas armas de guerra, a la manera de Rusia. Ese frente ya había condenado con anticipación la trampa electoral que se veía venir y su infalible resultado: un cuerpo legislador absolutamente ilegítimo.
“La primavera ha venido y nadie sabe cómo ha sido”, dejó escrito el poeta español Antonio Machado. Para Venezuela volverá la estación política democrática. Nadie pretenda saber el día ni la hora. Puede que se tarde. Puede ser, inclusive, que se dilate hasta desesperarnos, pero llegará.
Mientras tanto, sólo tiene sentido trabajar con ardor para que se apresure. En 1819, en Ciudad Bolívar (todavía llamada Angostura) el neogranadino Francisco Antonio Zea, insertó en el Correo del Orinoco estas palabras de Thomas Paine, inglés prestado al proceso independentista de los Estados Unidos, en las cuales se contenía una advertencia probablemente válida para la Venezuela de hoy:
“La Providencia ha puesto un precio inmenso a la libertad, para hacernos conocer las dificultades de alcanzarla, a fin de que sepamos apreciarla más”.
Naudy Suárez Figueroa es un historiador e investigador venezolano.