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Nava Contreras: Nebrija y nosotros

Medallón con la efigie de Nebrija. Plaza Mayor de Salamanca

 

A mediados del siglo XV, y hasta comienzos del XVI, el paisaje filosófico español estuvo marcado por la irrupción del humanismo y la decadencia de la escolástica. Hasta comienzos del XVI, la lógica se enseñaba en dos cátedras principales, la “Prima”, donde se explicaban las Súmulas (tratados fundamentales de lógica), y las “Vísperas”, donde se comentaban el Organon de Aristóteles y la Isagoge de Porfirio (que es a su vez un comentario a las Categorías de Aristóteles). Los temas propios de las Súmulas fueron muy estudiados en París incluso hasta la década de los veinte, y en Salamanca y Alcalá hasta 1540 aproximadamente. Sin embargo, ya por estas fechas se ve una tendencia a reducir el estudio de las Súmulas para concentrarse más en los textos propiamente aristotélicos, sobre todo el Organon o “Texto Viejo”, como le llamaban en Salamanca. El estudio se hacía según la interpretación de la Escuela de Bagdad, tal y como la recibieron Alberto y Tomás, y fue aceptada por la escolástica tradicional. Así se enseñó también en los primeros conventos y en las primeras universidades que se fundaron en América.

Las primeras críticas de los humanistas contra el excesivo y ya anquilosado formalismo escolástico precisamente se remontan a mediados del XV. Los humanistas españoles pretenden recuperar al Aristóteles genuino y sacudirle el fárrago con que la escolástica tradicional había oscurecido sus ideas. Esperan hallar la síntesis imposible entre la teología cristiana y la aristotélica. Para ello no solo formulaban críticas, sino también novedosos aportes basados en el desarrollo de la dialéctica y el redescubrimiento de la retórica. No es la primera vez que el pensamiento hispano quiere ponerse a la hora europea. El gran ídolo de un Erasmo joven era el humanista romano Lorenzo Valla (1407-1457). Sus Disputationes dialecticae están consideradas como el documento fundacional de la nueva cultura filosófica y filológica. Mayor impacto tuvo el manual del holandés Rodolfo Agrícola (1444-1485), De inventione dialectica, que se impuso como texto en el norte de Europa y circuló por todo el continente durante el siglo XVI, con más de treinta y cinco ediciones. Agrícola, Valla y Luis Vives en España buscarán la unión entre dialéctica y retórica, concediendo la primacía a esta última. Ello impone un redescubrimiento de Quintiliano.

Así las cosas, no es posible concebir el surgimiento de un humanismo español sin una clara reflexión acerca de la naturaleza del lenguaje. En España, estas corrientes entrarán en Alcalá y Salamanca de la mano de Antonio de Nebrija (1442-1522). Sus revolucionarios desarrollos en gramática implican una cuidadosa relectura de Cicerón, Quintiliano y la Rethorica ad Herennium, pero también una oposición sistemática a la lógica y al lenguaje escolástico. Nacido en Lebrija, en el bajo Guadalquivir, Antonio Cala y Jarana, que así era su nombre de cuna, se formó en Salamanca y después en Boloña, a donde partió a los diecinueve años. Vuelto a España, trabajó para el arzobispo Fonseca de Sevilla hasta que en 1473 consiguió un cargo de docente de gramática y retórica en la Universidad de Salamanca, su vieja alma mater. Ese mismo año se casó y consecuentemente la Iglesia le retiró su asignación económica. Como su sueldo de docente no alcanzaba para cubrir los gastos familiares, en 1487 abandona Salamanca y entra al servicio de Juan de Zúñiga y Pimentel, el Maestre de Alcántara. Comenzaba el período más fecundo de su vida.

Su primer libro, las Introductiones latinae (Salamanca, 1481), se había convertido en uno de los manuales de latín más usados en toda Europa durante el siglo XVI. El libro conoció más de un centenar de ediciones no solamente en España, sino en ciudades como París, Venecia, Amberes, Lyon, Burdeos o Colonia, un verdadero best-seller europeo. La tesis que lo sustenta es novedosa. Hasta entonces, la pedagogía medieval del latín era memorística. Su aprendizaje, incomprensible y confuso. La propuesta de Nebrija era enseñar latín a partir de conocimientos lingüísticos previos, tal como seguimos haciendo hasta ahora. Sin embargo, fue junto a Juan de Zúñiga donde Nebrija pudo desarrollar lo mejor de sus propuestas. Juan de Zúñiga era un noble religioso, erudito y gran mecenas. En su palacio de Zalamea de la Serena, en Badajoz, estableció una especie de “corte literaria” bajo la dirección de Nebrija, quien se convirtió en su protegido. Allí, bajo su patrocinio, el lebrijano pudo escribir, en breve tiempo, obras como su Gramática de la lengua castellana, publicada el 18 de agosto de 1492, solo dos meses antes de que Colón llegara a América; el Diccionario latino-español (1492) y el Vocabulario español-latino (1495). Después publicaría, en 1517, sus Reglas de ortografía en la lengua castellana.

Gramática de la lengua castellana. Salamanca, 1492

No puede haber dudas, la Gramática de la lengua castellana es la más trascendental de sus obras. Se trata, para empezar, de la primera gramática de una lengua romance, y por tanto de una lengua viva, jamás escrita. Nebrija conocía a profundidad a los gramáticos latinos como Prisciano, Diomedes el Gramático y Elio Donato. Aunque en realidad no hizo más que aplicar sus conocimientos del latín y sus presupuestos lingüísticos a la lengua nativa, ya solo eso era una proeza de una originalidad y una audacia extraordinarias. Antes solo existían gramáticas del latín. El castellano, como todas las demás lenguas romances, era tenido como lengua vulgar y semibárbara. También para Nebrija, el latín es una lengua superior y las lenguas vulgares son más perfectas cuanto más se le parecen. Hubo que esperar hasta Andrés Bello, casi quinientos años después, para entender que la gramática latina no podía ser el modelo para una gramática castellana, sino el uso mismo de los hablantes.

Nebrija intuyó que el castellano se había originado a partir de un “latín corrompido” que habían llevado los godos a la Península. Esta intuición se adelanta a los estudios evolucionistas y comparatistas de finales del XIX. Para el lebrijano, la gramática es la base de toda ciencia. Existen categorías lógicas universales que presuponen a toda estructura gramatical. La gramática, pues, se divide en ortografía, prosodia, etimología y sintaxis. La oración, por su parte, tiene ocho componentes: nombre, pronombre, artículo, verbo, participio, preposición, adverbio y conjunción. Estas categorías han permanecido hasta hoy, a pesar de la profunda revisión a que fueron sometidas en la segunda mitad del siglo XX. No es difícil imaginar el impulso que en su momento significó la obra de Nebrija para los estudios lingüísticos y gramaticales de su tiempo. Espíritu científico avant la lettre, llegó a proponer, basado en sus conocimientos de hebreo (De litteris hebraicis, 1515), que la interpretación de la Biblia se hiciera a partir de los originales griegos y hebreos, y no del latín, lo que le trajo serios problemas con la Inquisición. Fue apenas el año pasado, en 2021, cuando el filólogo e historiador Antonio Piñero pudo publicar su primera edición filológica y aconfesional del Nuevo Testamento. Irónicamente, en 1502 Nebrija fue uno de los latinistas que formó parte del equipo de traductores de la Biblia políglota complutense del Cardenal Cisneros.

Nebrija en América

Muy pronto las ideas de Nebrija cruzaron el Atlántico. Primero a través de sus libros. A mediados del siglo XVI, cuando apenas se desarrolla la conquista, ya en América operaban tres centros de enseñanza superior en Santo Domingo, México y Lima, si bien la educación formal no estaba necesariamente circunscrita a las universidades. En nuestro país, se sabe que en 1576 el obispo Pedro de Agreda había fundado en Trujillo una escuela para la formación de sacerdotes. Allí fray Juan de Peñaloza impartía cursos de latinidad, gramática y “artes”. En 1592 se crea una “cátedra de gramática” en Caracas, cuyo preceptor fue Pedro de Arteaga. Como recuerda María Josefina Tejera (“La decadencia del latín como lengua del saber en Venezuela”, 1996), por “gramática” se entendía el aprendizaje del latín y la lectura de los clásicos latinos. Hay constancia de que durante el siglo XVII, y más en el XVIII, se fundaron cerca de una docena de estas escuelas de latinidad por toda la Provincia de Venezuela. El manual por excelencia para estos estudios, el Arte (gramática latina) y el Vocabulario de Nebrija. Aparece en los catálogos de las bibliotecas de la Universidad de Caracas, pero también del Colegio de San Francisco Javier de Mérida, fundado en 1629, y la del Seminario de San Buenaventura, origen de la Universidad de Los Andes. Pero también en las bibliotecas privadas. Ildefonso Leal (Libros y bibliotecas en la Venezuela colonial, 1978) decía que Nebrija había sido, mucho más que Cervantes, “el autor más leído de la colonia”.

Antonio Nebrija. Biblioteca Nacional de España

 

No será ésta la única manera como Nebrija venga a América. En un trabajo tan serio como ameno, la catedrática de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, María-Teresa Cáceres-Lorenzo (“Cuando Nebrija viajó a América sin subirse a un barco”, 2022), explica cómo las ideas nebrisenses, ideas gramaticales pero también pedagógicas, fueron definitivas en la cantidad de gramáticas y “vocabularios” de lenguas indígenas que se elaboraron en los primeros años de la conquista: el Vocabulario en lengua castellana y mexicana de fray Alonso de Molina (1555-1571), la Gramática o arte de la lengua general de los indios de los reinos del Perú de fray Domingo de Santo Tomás (1560) o la Gramática de la lengua general del Nuevo Reino llamada mosca de fray Bernardo de Lugo (1619), por ejemplo. También en lo que después sería Venezuela se escribieron catálogos semejantes, como el Arte y vocabulario de la lengua de los indios chaymas, cumanagotos, cores, parias y otros diversos de la provincia de Cumaná del capuchino Francisco de Tauste (1680) o el Arte, vocabulario, catecismo y pláticas en las lenguas Girara, Achagua y Sáliva de José Cavarte, entre otros. Aquí las ideas de Nebrija jugaron una doble y opuesta función: por un lado, había que evangelizar a los indígenas en su lengua, pero por el otro, también castellanizarlos.

La vulgata nebrisense no cesa de recordarnos la frase que el humanista escribió en su Gramática: “siempre fue la lengua compañera del imperio”. En realidad, Nebrija pensaba más bien en el latín y en el Imperio Romano. Sin embargo, así es el destino, la escribió justo cuando se abría la posibilidad de que España emulara en América el destino de Roma. Se cuenta que Nebrija dedicó su Gramática a Isabel la Católica. Ante su falta de interés, fray Hernando de Talavera, obispo de Ávila, escribió a la reina estas palabras en nombre del autor: “Después de que Su Alteza haya sometido a bárbaros pueblos y naciones de diversas lenguas, con la conquista vendrá la necesidad de aceptar las leyes que el conquistador impone a los conquistados, y entre ellos nuestro idioma; con esta obra mía, serán capaces de aprenderlo, como nosotros aprendemos latín a través de la gramática latina”.

Instrumento de poder y de conquista, vínculo de la cultura panhispánica o ambas cosas, los libros y las ideas de Nebrija se convirtieron en un importante herramienta no solo para la castellanización de las nuevas posesiones coloniales, sino también para la implantación y el desarrollo de un verdadero humanismo hispanoamericano.

 

 

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