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Navia: Qué viene después del fracaso de la clase política

A partir del 18 de diciembre, la desacreditada clase política ya no tendrá la excusa de un proceso constituyente para desviar la atención de la gente.

 

 

Independientemente del resultado del plebiscito del 17 de diciembre, parece claro que el largo proceso constituyente deja en evidencia un fracaso de la clase política en su conjunto. La clase política perdió cuatro años en un proceso que empezó mal y terminó peor. Aunque habrá algunos que celebren el domingo por la noche y otros que muerdan el polvo de la derrota, la sensación prevalente en el país será que, después de cuatro años, seguimos más o menos donde mismo.

Con una opinión pública que no trepida en expresar su molestia con la clase política, deberemos abrocharnos los cinturones porque ahora el país quedará más vulnerable que nunca a la aparición de líderes populistas que, con cantos de sirena, prometan solucionar los problemas que la clase política no ha querido ni ha sabido solucionar.

Si un país enfrenta un problema, pero la clase política propone una solución equivocada, al problema no solucionado se le suma un nuevo problema. Cuando los chilenos salieron a protestar en 2019, la causa del descontento estaba asociada a que la gente percibía que el modelo no funcionaba bien para todos y que la cancha estaba especialmente dispareja. Como la solución que entregaron las élites partidistas fue un proceso constituyente, muchos se engañaron pensando que la gente quería un nuevo modelo. El inapelable triunfo del Rechazo en el plebiscito de 2022 dejó en claro que los chilenos no querían un nuevo modelo, sino que querían que el modelo que produjo crecimiento y desarrollo fuera mejorado para que hubiera una cancha pareja y todos tuvieran las mismas oportunidades de ser beneficiados.

Aunque la nueva versión de la Constitución se centra, igual que la anterior, en demasiados temas de políticas públicas (si bien esta versión es menos fundacional y excesiva), sorpresivamente, este texto pone un foco excesivo en temas de ley y orden y no lo suficiente en reformas que emparejan la cancha.

El proceso constituyente no solucionó el problema que gatilló el estallido. Al contrario, ya que el proceso generó incertidumbre institucional y ralentizó el desarrollo económico, la percepción dominante en Chile es que el modelo económico ahora funciona peor que antes. La gente sigue descontenta. Pero ahora, al descontento de antes, se suma la percepción de que la élite política se preocupa más de sus propios asuntos que de los problemas de la gente. La gente cree que la clase política no da el ancho para abordar las urgentes preocupaciones de las personas.

A partir del 18 de diciembre, esa misma desacreditada clase política ya no tendrá la excusa de un proceso constituyente para desviar la atención de la gente. Eso hará más evidente la incapacidad de la élite política, que alcanza tanto al oficialismo de centroizquierda como a la oposición derechista, para ponerse de acuerdo en reformas urgentes y necesarias que mejoren el sistema de pensiones, salud y educación, y que faciliten las condiciones para que la economía vuelva a crecer y generar empleo.

Aunque el gobierno del Presidente Gabriel Boric y los principales líderes de la oposición repitan que tienen disposición a dialogar y buscar acuerdos, los hechos muestran que hay poca voluntad para construir esos acuerdos. El mismo proceso constituyente dejó en claro que cada sector tiene más ganas de pasar máquina que de construir acuerdos amplios. Mientras en el primer proceso la izquierda se embriagó con su mayoría absoluta, en el segundo proceso, la derecha no supo aprovechar su mayoría para construir un acuerdo amplio que hubiera permitido redactar una Constitución aceptada por una amplia mayoría de la gente.

Porque los hechos dicen más que las palabras, tenemos que aceptar, aunque duela, que la clase política chilena no da el ancho para responder a la demanda popular por soluciones moderadas y razonables a los problemas urgentes.

El riesgo de tener una clase política que no asume su responsabilidad es que el electorado podrá caer en la tentación de elegir a líderes que, como ha ocurrido en otros países de la región, prometan, con estilo autoritario y discurso antisistema, solucionar los problemas prescindiendo de los políticos. En las elecciones para la primera Convención Constitucional, en mayo de 2021, el electorado ya demostró su inclinación a apoyar a candidatos por fuera de los partidos. Aunque esos líderes desperdiciaron la oportunidad al actuar de forma irresponsable y panfletaria en la redacción del primer texto, el hecho que los electores ahora estén nuevamente descontentos con la clase política es una advertencia de que el país no está libre de las amenazas del populismo.

Si bien a partir del 18 de diciembre ya dejaremos atrás este agotador proceso constituyente, los candidatos antisistema que busquen apoyo con un discurso contra la clase política encontrarán terreno fértil en una ciudadanía que todavía siente que sus problemas inmediatos no han sido solucionados y que, además, desconfía más que nunca de la clase política tradicional.

 

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