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«Este es un vuelco tremendo respecto a las costumbres tradicionales y es seguro que muchos hombres no sabrán ni podrán adaptarse»

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Ilustración de Alejandra Svriz.

 

Vaya por delante que en este artículo no se habla del tal Rubiales, cuya caída en desgracia me parece una buena noticia. Y es que, poco a poco, pero a velocidad vertiginosa, se va aclarando algún aspecto de la nueva sociedad en la que va a cristalizar una era marcada por el cambio radical de los poderes sociales. 

Por supuesto, este es sólo el principio y vendrán muchas peculiaridades más. Por otra parte, en los distintos países se producirán modelos similares, pero no idénticos. Así, en España, parece cada vez más evidente que se está modificando el sistema amoroso o el de las relaciones sexuales más radicalmente que, digamos, en Alemania o Italia. Se va terminando la dominación masculina que durante siglos ha regido el trato erótico y sexual entre los géneros en España. A día de hoy los hombres deben ir con muchísimo cuidado porque el terreno de las relaciones sexuales es una tierra minada.

Va a ser cada vez más difícil que los varones lleven la iniciativa en el trato erótico ya que en ese ámbito se manejan con un material inflamable. Si algo se tuerce, estarán desprotegidos ante cualquier acusación, sea verdadera o falsa. Eso no sucede si la iniciativa la lleva una mujer, la cual, cuando deja de interesarse y abandona a su pareja, puede defenderse mucho mejor. Todo contribuye para que sean los hombres, principalmente los heterosexuales (aunque se producirán cambios en breve), los culpables ante cualquier instancia de conflicto y será cada vez más difícil que demuestren su inocencia.

Este es un vuelco tremendo respecto a las costumbres tradicionales y es seguro que muchos hombres no sabrán ni podrán adaptarse. El crecimiento vertiginoso de asesinatos contra mujeres por causas desconocidas (o que se mantienen en secreto), seguidos del suicidio del asesino en ocasiones delante de los hijos, es el síntoma más evidente de que muchos hombres van a sufrir un dolor insoportable para acostumbrarse al cambio de poderes.

Además del campo propiamente erótico, el poder político en sí, es decir, la capacidad para repartir o retirar dinero de los ciudadanos, va a depender cada vez más de las mujeres. Esta transformación, cuya bandera se suele denominar la lucha por la paridad (¡qué palabra!) de género en las empresas y compañías, va aumentando cada vez más el poder real de las hembras en tanto que abstracción biológica. Si a esto se añade la misma lucha por una representación política paritaria se constata que estamos construyendo una sociedad crecientemente matriarcal, con el añadido irremediable de un descenso escalofriante en el número de los nacimientos y una extensión sorprendente de la prostitución.

«Cuanto mayor es el poder femenino en los países llamados desarrollados, mayor es la esclavitud femenina en las sociedades islamistas»

De ahí que algunas peculiaridades sean más fuertes en aquellos lugares en donde el dominio masculino ha sido más intenso y prolongado, como es el caso de España. Creo de alto valor simbólico que las mujeres, empezando por la heredera del trono, sirvan en el ejército o practiquen deportes hasta el momento exclusivamente masculinos. En alguno de ellos sus verdaderos enemigos y competidores son hombres que han transpuesto su sexualidad mediante cirugía y química. Una competencia, la de los trans, que, a medida que aumenten las ventajas y privilegios de las mujeres seguramente se irá incrementando.

¿Es bueno o malo este cambio insondable? Ni bueno ni malo, a mi modo de ver ha habido muchas sociedades matriarcales en el decurso histórico y no sólo las de hembras supremacistas, como las Amazonas, sino también muchas de convivencia mutua, pero bajo mando femenino. Desde luego en tiempos prehistóricos las hubo en abundancia, pero también en la modernidad han sobrevivido algunos núcleos que conservaban hasta hace pocos decenios viejas herencias matriarcales como ruinas de un monumento antiguo.

No hay indicios de que el poder de las mujeres vaya a ser peor o mejor que el de los hombres. Impondrá cambios en las costumbres, sin duda, y una completa metamorfosis de la simbología, pero no hay todavía ninguna señal de que vayan a mejorar las condiciones sociales de ambos géneros. Por el momento, con grandes masas de mujeres implicadas ya en la toma de decisiones económicas, sociales e ideológicas, apenas se han producido ventajas generales demostrables entre la población, aunque sin duda hay gran cantidad de ventajas particulares para muchas mujeres.

Una de las incógnitas más curiosas es la de si estas innovaciones llegarán a afectar a los estados de religión islámica, que son mayoritarios en el mundo. Por el momento parece suceder todo lo contrario. Cuanto mayor es el poder femenino en los países llamados desarrollados, mayor es la esclavitud femenina en las sociedades islamistas, sin que reciban el menor apoyo de sus cada vez más poderosas congéneres, lo que despierta alguna perplejidad.

Que Rusia se encuentre en marcha hacia la dirección de una sociedad mundial islámica da idea de que el futuro nos reserva sorpresas

 

 

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