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Ni Trump ni DeSantis conseguirán la nominación del Partido Republicano

Inevitablemente, se produce una rebelión contra la inevitabilidad. A los votantes se les ha dicho que Donald Trump es el casi inevitable candidato republicano y que el gobernador de Florida Ron DeSantis, que opera sobre una montaña de dinero en efectivo, será inevitablemente el único rival significativo de Trump.

Los votantes, sin embargo, se vuelven contrarios cuando se les dice que el resultado del partido se conoce en la primera entrada. De ahí lo que G.K. Chesterton llamó el juego de «Engañar al Profeta»: La gente escucha educadamente las explicaciones de lo que es inevitable, y luego hace que ocurra otra cosa.

La pregunta de la nominación republicana de 2024 debía ser: ¿Podría alguien arponear a la Gran Ballena Naranja? ¿Quién iba a saber que se arponearía a sí misma, repetidamente? ¿O que DeSantis, interpretando al capitán Ahab, pagaría a Trump la forma más sincera de adulación imitando su personaje de guerrero infeliz? La nación está desanimada ante la perspectiva de una elección binaria demasiado familiar (entre Joe Biden y Trump). Los republicanos podrían retroceder pronto ante otra: entre Trump y DeSantis. Ambas candidaturas son frágiles.

Trump, tan rancio como una corteza de masa madre de un mes, se presenta para ganar las elecciones de 2020.

Su cruzada de llorón podría hacer que incluso sus partidarios cubiertos con la bandera se pregunten cómo cuadrar su proclamado amor a la nación con la insistencia de su héroe en que está tan saturada de corrupción que su aplastante victoria podría borrarse sin que los tribunales dijeran ni pío. Incluidos algunos con sus -qué más afilado que el diente de una serpiente es tener un juez ingrato- nombramientos.

La soberbia de Trump incluye la expresión de desprecio hacia la popular gobernadora de Iowa, Kim Reynolds, porque se niega a apoyarle, a pesar de que, según él, es el único responsable de su elección.

Y es demasiado grandilocuente para aparecer con los candidatos rivales en actos, quizá incluso en el debate del 23 de agosto en Milwaukee.

En la campaña de 1980, Ronald Reagan, que no era considerado el inevitable candidato del GOP, sólo hizo ocho apariciones en la campaña de Iowa, pasando un total de 49 horas en el estado (según el libro de Steven F. Hayward «The Age of Reagan: The Fall of the Old Liberal Order, 1964-1980», de Steven F. Hayward). Y Reagan se saltó el debate del Des Moines Register del 5 de enero, que vieron el 58% de los votantes de Iowa. A los votantes no les disgustan los inevitables más de lo que les disgustan los políticos que parecen sentirse con derecho a dispensas especiales. El apoyo a Reagan tras el debate se desplomó del 50% en noviembre al 26% una semana antes de los caucus, que perdió frente a George H.W. Bush.

DeSantis, tras casi dos meses de exposición intensificada a los no floridanos, se parece a un Edsel político.

Ese fue el nuevo modelo de coche que debutó a bombo y platillo en 1957, respaldado por el poderío de marketing de Ford. Expiró en 1959, convirtiéndose en sinónimo de una sumamente desastrosa mala interpretación de lo que pensaban los consumidores. DeSantis se está esforzando por ser presidente de Iowa, o de esa minoría de habitantes de Iowa que votarán en las asambleas electorales de enero y creen que Trump es ideológicamente blando (por ejemplo, en lo que respecta al wokismo) e insuficientemente abrasivo (por ejemplo, en lo que respecta a los derechos de los homosexuales).

La competición por la nominación republicana se está acelerando, al igual que la contraofensiva ucraniana. Durante la guerra civil española, un general rebelde se jactaba de tener cuatro columnas marchando hacia Madrid y «una quinta columna» en Madrid, es decir, partidarios de la insurgencia del ejército. La quinta columna de Vladimir Putin no está en Kiev, sino en la facción Trump-DeSantis del Partido Republicano.

Putin tiene dos esperanzas de un rescate menos que completamente mortificante de su metedura de pata en Ucrania.

Una es la elección de Trump, cuya frivolidad sobre la seguridad nacional complementa su admiración de debilucho por el matón ruso. La otra esperanza de Putin es la elección de DeSantis, que dice (o decía, antes de retractarse cuando se le criticó) que el intento de Rusia de borrar una nación europea es una «disputa territorial». Y cuya complacencia con los trumpistas le impide denunciar a los republicanos de la Cámara de Representantes que están tan ansiosos por abandonar Ucrania como lo hubieran estado por abandonar Checoslovaquia en 1938.

Un estudiante de New Hampshire, refiriéndose a los disturbios del 6 de enero de 2021 que siguieron a la incendiaria arenga de Trump e interrumpieron la certificación de los votos electorales, preguntó a DeSantis el mes pasado si Trump «violó el traspaso pacífico de poderes». La respuesta muy poco  valiente de DeSantis: «Yo no estaba cerca de Washington ese día. No tengo nada que ver con lo que pasó ese día». Santo cielo. No estuvo cerca de Gettysburg en julio de 1863 y no tuvo nada que ver con el alunizaje en julio de 1969, pero eso no le impide tener pensamientos sobre esos acontecimientos.

La profecía política es un disparate opcional, pero: No hay suficientes republicanos, ni en Iowa ni en el país, entusiasmados con la encarnizada contienda entre Trump y DeSantis -su competición por ver quién puede despreciar más los defectos estadounidenses- para nominar a ninguno de los dos. Lo que son malas noticias para el presidente Biden.

Nota informativa: La esposa del columnista, Mari Will, es asesora del candidato presidencial republicano, el senador Tim Scott (Carolina del Sur).

 

Traducción: Marcos Villasmil

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NOTA ORIGINAL:

The Washington Post

Neither Trump nor DeSantis will get the GOP nomination

George F. Will

Inevitably, there comes a rebellion against inevitability. Voters have been told that Donald Trump is the all-but-inevitable Republican nominee and that Florida Gov. Ron DeSantis, operating atop a mountain of cash, will inevitably be Trump’s only significant challenger.

Voters, however, become contrary when told that the game’s outcome is known in the top of the first inning. Hence what G.K. Chesterton called the game of “Cheat the Prophet”: People listen politely to explanations of what is inevitable, then make something else happen.

The 2024 Republican nomination question was supposed to be: Could anyone harpoon the Great Orange Whale? Who knew that he would harpoon himself, repeatedly? Or that DeSantis, playing Captain Ahab, would pay Trump the sincerest form of flattery by imitating his persona as an unhappy warrior? The nation is dispirited by the prospect of an all-too-familiar binary choice (between Joe Biden and Trump). Republicans might soon recoil from another: between Trump and DeSantis. Both candidacies are brittle. 

Trump, as stale as a month-old crust of sourdough, is running to win the 2020 election. His crybaby crusade might cause even his star-spangled supporters to wonder how to square their proclaimed love of the nation with their hero’s insistence that it is so saturated with corruption that his landslide win could be erased without a peep from courts. Including some with his — how sharper than a serpent’s tooth it is to have a thankless judge — appointees.

Trump’s self-harpooning includes expressing contempt for Iowa’s popular governor, Kim Reynolds, because she refuses to endorse him, even though he alone, he says, is responsible for her election. And he is too grand to appear with rival candidates at events, perhaps even the Aug. 23 debate in Milwaukee.

In the 1980 campaign, Ronald Reagan, who was not considered the inevitable GOP nominee, made only eight Iowa campaign appearances, spending a total of 49 hours in the state (according to Steven F. Hayward’s “The Age of Reagan: The Fall of the Old Liberal Order, 1964-1980”). And Reagan skipped the Des Moines Register’s Jan. 5 debate, which 58 percent of Iowa voters watched. Voters do not dislike inevitabilities more than they dislike politicians who seem to feel entitled to special dispensations. Reagan’s post-debate support plummeted from 50 percent in November to 26 percent a week before the caucuses, which he lost to George H.W. Bush.

DeSantis, after nearly two months of intensified exposure to non-Floridians, resembles a political Edsel. That was the new car model that debuted to much fanfare in 1957, backed by Ford’s marketing might. It expired in 1959, becoming a byword for disastrously misreading consumers. DeSantis is running hard to be president of Iowa, or of that minority of Iowans who will vote in the January caucuses and think Trump is ideologically squishy (e.g., regarding wokeness) and insufficiently abrasive (e.g., regarding gay rights).

The Republican nomination contest is accelerating, as is Ukraine’s counteroffensive, the latter underscoring the stakes of the former. During Spain’s civil war, a rebel general boasted that he had four columns marching on Madrid and “a fifth column” in Madrid, meaning supporters of the army’s insurgency. Vladimir Putin’s fifth column is not in Kyiv but in the Trump-DeSantis faction of the Republican Party.

Putin has two hopes for a less than completely mortifying rescue from his Ukraine blunder. One is the election of Trump, whose frivolousness about national security complements his weakling’s admiration for a bully. Putin’s other hope is the election of DeSantis, who says (or said, before retreating when criticized) Russia’s attempt to erase a European nation is a “territorial dispute.” And whose pandering to Trumpkins prevents him from denouncing House Republicans who are as eager to abandon Ukraine as they would have been to abandon Czechoslovakia in 1938.

A New Hampshire student, referring to the Jan. 6, 2021, riot that followed Trump’s incendiary harangue and disrupted the certifying of electoral votes, asked DeSantis last month whether Trump “violated the peaceful transfer of power.” DeSantis’s less-than-courageous answer: “I wasn’t anywhere near Washington that day. I have nothing to do with what happened that day.” Good grief. He wasn’t anywhere near Gettysburg in July 1863 and had nothing to do with the moon landing in July 1969, but that does not preclude him from having thoughts about these events.

Political prophesy is optional folly, but: There are not enough Republicans, in Iowa or the nation, enamored of the snarling contest between Trump and DeSantis — their competition to see who can despise the most American defects — to nominate either of them. Which is grim news for President Biden.

 

Disclosure: The columnist’s wife, Mari Will, is an adviser to Republican presidential candidate Sen. Tim Scott (S.C.).

 

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