Nicaragua, la otra Venezuela
Sucede que Daniel Ortega y su esposa, que es también la vicepresidenta, vienen gobernando el país desde 2007 como si fueran latifundistas de una finca del siglo XIX: con una mezcla de patrimonialismo, despotismo, paternalismo y elitismo.
La amenaza de una segunda Cuba, que era Venezuela, se cumplió hace mucho rato. La nueva amenaza, la de que Nicaragua sea una segunda Venezuela, va camino de cumplirse aceleradamente. Propongo estas cuatro “claves” para abordar lo que sucede en la patria de Rubén Darío.
1. ¿Cómo diablos se transformó una protesta por la reforma de la Seguridad Social en una convulsión política permanente y una masacre de civiles desarmados?
El origen inmediato de todo esto es una reforma impopular del Instituto Nicaragüense de Seguridad Social. La reforma pretendía aliviar la desastrosa situación financiera del sistema previsional. Era, sobre el papel, una medida de “derecha” para corregir una política de “izquierda” del propio gobierno. ¿Qué pretendía? Elevar las contribuciones de empresas y trabajadores, cobrar impuestos a los jubilados y disminuir las futuras pensiones. Esta reforma, sin embargo, no habría gatillado un movimiento de resistencia civil y democrática en todo el país si no fuera porque se trató de la chispa que incendió una pradera muy incendiable.
Sucede que Daniel Ortega y su esposa, que es también la vicepresidenta, vienen gobernando el país desde 2007 como si fueran latifundistas de una finca del siglo XIX: con una mezcla de patrimonialismo, despotismo, paternalismo y elitismo. Como no hubo desde 2007 hasta ahora, salvo en muy contadas ocasiones, movimientos de protesta masivos, Ortega no necesitó emplear una fuerza indiscriminada y bruta como la que hemos visto desde que en abril de este año todo cambió. Una de las pocas cosas que generaron críticas importantes, por ejemplo, fue la delirante concesión a un consorcio chino basado en Hong Kong del proyecto de un canal interoceánico que no es viable y que indignó, sobre todo, a un sector de la población campesina que se vería directamente afectada. Pero ni esto ni otros asuntos polémicos soliviantaron a la población al extremo de obligar a Ortega a emplear los métodos fascistas, presididos por el uso de paramilitares contra la población, de los últimos meses.
La acumulación de abusos humillantes y el comportamiento de la pareja presidencial, que se sentía invulnerable, fueron incubando en la población la ira democrática que estalló, finalmente, en abril.
2. ¿Es Nicaragua una dictadura? ¿Por qué han tardado en verla así los nicaragüenses y la comunidad internacional?
No hay duda: es una dictadura. Ortega ganó las elecciones en 2006 y asumió el mando en 2007. La Constitución prohibía la reelección, pero en 2011 Ortega fue nuevamente candidato, utilizando una vía conocida: el obsecuente Consejo Supremo Electoral y la no menos genuflexa Corte Suprema de Justicia. La clave había estado, tiempo antes, en hacer reelegir como presidente del ente electoral a un hombre que se convertiría tiempo después en símbolo de la corrupción: Roberto Rivas. No era demasiado cercano a Ortega al comienzo, pero sí a una figura eclesiástica de gran prestigio que, en uno de los volantines más espectaculares que ha producido la política latinoamericana, pasó de ser el más furibundo antisandinista a convertirse en facilitador del sandinista: monseñor Obando y Bravo, ya fallecido, pero entonces cardenal. Ya en el poder, Ortega empleó su fuerza parlamentaria para modificar las reglas de manera que los miembros de varios tribunales, empezando por el electoral, pudieran ejercer sus cargos perpetuamente. El control de esta pieza clave del engranaje institucional y otros tribunales como la Corte Suprema le permitieron eludir el impedimento constitucional de la reelección, cosa que logró en 2011.
En 2016 tocaba hacerse reelegir nuevamente. Para entonces ya estaba garantizada la “legalidad” de una reelección permanente por vía de una modificación constitucional realizada con antelación. Pero había el peligro real de que, aun jugando con enorme desventaja, el líder opositor Eduardo Montealegre derrotara a Ortega, como una aparentemente desvalida Violeta Chamorro había logrado vencer al propio sandinista en 1990. Por tanto, Ortega organizó las cosas en 2016 para sacar de carrera a Montealegre.
Aprovechó una antigua disputa por la personería del Partido Liberal Independiente para hacer que la Corte Suprema le arrebatara ese partido a Montealegre, que por eso mismo ya no podía ser candidato. Los tribunales le entregaron el partido a un politicastro de esos que nunca faltan, Pedro Reyes, que debía jugar el papel de oposición al servicio del régimen. Quedaba por resolver un pequeño problema: la bancada parlamentaria de los liberales se negaba a ponerse al servicio de Reyes porque habían sido electos en 2011 por el partido opositor liderado por Montealegre. Entró entonces a tallar, cómo no, el Consejo Supremo Electoral, que dejó sin sus escaños a 28 parlamentarios. Finalmente, en las elecciones no hubo -no podía haber- candidato de oposición. Nicaragua era ya un sistema de partido único.
3. ¿Cómo es posible que Ortega, cuyos antecedentes incluían acusaciones de robo y violación, y haber dirigido una antigua dictadura, lo haya tenido tan fácil?
El caso de Ortega implica una variante respecto de otros populismos autoritarios recientes. La clave del ascenso (o descenso) de Ortega al poder absoluto ha estado en sus sucesivas alianzas con sus peores enemigos y sus volteretazos ideológicos tácticos.
La primera gran acrobacia ideológica y política fue su alianza con la Iglesia cuando la encabezaba Obando y Bravo, que había sido el gran azote del sandinismo en los años 80 (y viceversa). Ortega se entregó a la fe católica y logró que en 2005 Obando y Bravo presidiera la ceremonia de su casamiento con Rosario Murillo. Pocos meses después, en 2006, el año electoral, Ortega hizo que su bancada parlamentaria votara a favor de una ley antiaborto que no contemplaba excepciones, reemplazando la antigua ley favorable al aborto por la que tanto había luchado el sandinismo. Una vez en el poder tras ganar las elecciones de 2006, Ortega nombró a Obando presidente de una comisión encargada de labores sociales.
Todo esto no habría bastado si no hubiera sido porque tiempo antes Ortega había pactado también con Arnoldo Alemán, uno de los presidentes más corruptos de la Nicaragua contemporánea y antiguo antisandinista. Sabiendo que una vez que dejara el poder tendría graves problemas con la justicia, Alemán empezó a negociar con Ortega antes de que se acabara su mandato. Pactaron entonces una legislación electoral por la cual bastaba con obtener 35% del voto con cinco puntos porcentuales de ventaja frente al segundo para ser presidente. Esta ley no le permitió ganar en 2001 pero sí en 2006 a pesar de que las encuestas decían que casi dos tercios del país estaban en contra suya. Muchos nicas recordaban al régimen sandinista de los años 80 y las acusaciones de violación de su propia hijastra, Zoilamérica Narváez.
Una vez en el poder, Ortega pactó con la tercera pata del trípode: los empresarios agrupados en el Consejo Superior de la Empresa Privada. Les dijo: si ustedes se dedican a ganar dinero y no se meten en política, no me meteré con sus negocios y les daré protección. Durante unos años, pues, la inversión privada en Nicaragua ayudó, junto con el gigantesco subsidio petrolero chavista (unos cuatro mil millones de dólares para un país de casi seis millones de habitantes), a producir tasas de crecimiento de 5%.
Ortega se dedicaba a disfrutar del poder, repartir dádivas a su clientela y robar, pero no tanto como hubiera cabido pensar porque ya había robado mucho antes de dejar el poder en 1990 mediante la famosa “piñata” (tras ser derrotados por Violeta Chamorro y antes del traspaso de poder, los sandinistas se habían apropiado de las casas, fábricas y negocios de “tutti quanti”).
Pero eso no era todo. Ortega necesitaba asegurarse de que, si en algún momento las cosas se le torcían, él pudiera controlar a la población con dosis suficientes de violencia y terror. Para ello creó y financió grupos paramilitares al más puro estilo mussoliniano.
4. ¿Y ahora qué va a suceder?
Nicaragua está en una situación parecida a Venezuela (sin la hiperinflación, el colapso productivo y el hambre generalizado, aunque la economía, después de dos años de reducción del subsidio venezolano, ha entrado en una crisis considerable). Hay una dictadura masivamente impopular dispuesta a seguir matando (ya van más de 300 muertos), una comunidad internacional por fin sensibilizada (la OEA acaba de condenar a Managua y pedir elecciones) y un diálogo interno inútil. La situación de bloqueo promete más violencia.
El diálogo se instaló poco después de las primeras protestas con mediación de la Iglesia. Al igual que en tiempos del sandinismo de los 80, la Iglesia ahora está jugando un papel descollante a favor de la democracia. Figuras como el obispo auxiliar de Managua, Silvio Báez, y el cardenal Leopoldo Brenes han cobrado notoriedad internacional. Los líderes eclesiásticos intentaron que la oposición, agrupada en la Alianza Cívica, y el gobierno negociaran una salida electoral que implicaba adelantar los comicios al primer trimestre de 2019. Esa Alianza -compuesta por estudiantes, académicos, activistas y empresarios- acordó suspender las negociaciones cuando Ortega se negó a considerar una salida electoral. El diálogo fue renovado y en junio otra vez tuvo que suspenderse ante la negativa de Ortega de buscarle a la situación una salida en las urnas. Mientras tanto, el gobierno ha masacrado estudiantes, héroes civiles de la resistencia democrática desde el primer día, atacando lugares emblemáticos como la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua y utilizando a sus paramilitares contra la propia Iglesia.
Fueron agredidos Báez, Brenes y el propio nuncio apostólico, Waldemar Sommertag, cuando intentaban proteger a civiles sin armas refugiados en la Basílica de Menor de San Sebastián, en Diriamba.
Otro foco de resistencia han sido los campesinos y localidades tan emblemáticas como Masaya, particularmente el barrio de Monimbó, lugar de resistencia contra Somoza en su día y hoy contra Ortega, a pesar de la represión demencial que han sufrido. El líder campesino Medardo Mairena, que era parte de la Alianza Cívica en la mesa de diálogo, ha sido apresado y acusado de cometer crímenes, como hizo Maduro con Leopoldo López en Venezuela en su momento.
Nicaragua, que tiene una larga tradición de luchas cívicas, seguramente no detendrá sus esfuerzos, aun al precio de muchas vidas más, por sacar a la pareja Ortega-Murillo del poder. Ortega, por su parte, como ha denunciado el Premio Cervantes Sergio Ramírez, probablemente tratará, si no es capaz de controlar a la población mediante el terror, de provocar una guerra civil con ecos de los feroces años 80 centroamericanos.
Nicaragua, esa otra Venezuela, se va muriendo poco a poco.