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Nina Khrushcheva: ¿Qué tiene en mente Putin?

El presidente ruso Vladimir Putin puede tener la esperanza de castigar a la OTAN destruyendo la infraestructura militar de Ucrania o instalar un gobierno títere en el país. Pero su verdadera razón para invadir Ucrania es mucho menos pragmática y aún más alarmante.

NUEVA YORK – La decisión del presidente ruso Vladimir Putin de ordenar una invasión a gran escala de Ucrania desafía toda lógica política, incluso su empecinado razonamiento autoritario. Con su asalto no provocado, Putin se une a una larga lista de tiranos irracionales, entre los que destaca Josef Stalin, que creía que para mantener su poder era necesario ampliarlo constantemente. Esa lógica llevó a Stalin a cometer horrorosas atrocidades contra su propio pueblo, incluyendo una hambruna que mató de hambre a millones de ucranianos.

Otro asesino de masas del siglo XX, Mao Zedong, notoriamente declaró que el poder político nace del cañón de una pistola, o, al parecer, de un misil nuclear. Mao exigió que mi bisabuelo, el líder soviético Nikita Khrushchev, le proporcionara a China armas nucleares, para que Mao pudiera mantener efectivamente a sus adversarios, extranjeros y nacionales, como rehenes.

Sólo un pensamiento similar puede explicar las acciones de Putin en Ucrania. Dice que quiere «desnazificar» Ucrania, pero el sinsentido de esa afirmación debería ser obvio, sobre todo porque el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, es judío. Entonces, ¿cuál es el objetivo de Putin? ¿Quiere castigar a la OTAN destruyendo la infraestructura militar de Ucrania? ¿Espera instalar un gobierno títere, ya sea reemplazando a Zelensky o convirtiéndolo en una especie de Philippe Pétain ucraniano, el líder colaboracionista de Francia durante la Segunda Guerra Mundial?

La respuesta a estas preguntas podría ser afirmativa. Pero la verdadera razón de Putin para invadir Ucrania es mucho menos pragmática y más inquietante. Putin parece haber sucumbido a una obsesión impulsada por su ego de restaurar el estatus de Rusia como gran potencia con su propia esfera de influencia claramente definida.

Putin sueña con una conferencia como la de Yalta y Potsdam, en la que él y sus pares, líderes de grandes potencias, el presidente estadounidense Joe Biden y el presidente chino Xi Jinping, se repartan el mundo. Allí, él y su nuevo aliado Xi presumiblemente unirían sus fuerzas para reducir el dominio de Occidente, y ampliar radicalmente el de Rusia.

Al igual que el escritor disidente y premio Nobel Aleksandr Solzhenitsyn, Putin lleva mucho tiempo indicando su deseo de restaurar el reino cristiano ortodoxo de la Rus’ -la base de la civilización rusa- mediante la construcción de una «Unión Rusa» que abarque Rusia, Ucrania, Bielorrusia y las zonas de etnia rusa de Kazajistán. Con la invasión de Ucrania en pleno apogeo, otras antiguas repúblicas soviéticas empezaron a preocuparse, pero, como aseguró Putin al presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, Rusia no «planea reinstaurar el imperio en las antiguas fronteras imperiales». Es la nación eslava, que está indebidamente bajo el control de «terceros países [más que el suyo]», lo que tanto le preocupa.

A pesar del esfuerzo de Putin por cumplir la visión de Solzhenitsyn, sus acciones militares se alejan de ella. Incluso en su manía nacionalista, Solzhenitsyn nunca perdió de vista la moral básica. Por mucho que quisiera restaurar la Rusia histórica, es imposible imaginarlo apoyando la matanza de ucranianos (y rusos) en el proceso. Putin, por el contrario, profesa su amor por Ucrania mientras ordena a las fuerzas rusas que bombardeen sus ciudades.

Al parecer, Putin da como un hecho que China le respaldará. Pero aunque lanzó la invasión apenas unas semanas después de concluir algo parecido a un acuerdo de alianza con Xi en Pekín, las reacciones de los funcionarios chinos han sido muy displicentes, con llamamientos a la «moderación».

Ante la casi total dependencia de Putin de China como apoyo para desafiar el orden internacional liderado por Estados Unidos, mentir a Xi no tendría ninguna ventaja política o estratégica. Eso es lo que debe preocuparnos: Putin ya no parece capaz de realizar los cálculos que se supone deben guiar la toma de decisiones de un líder. Lejos de ser un socio en igualdad de condiciones, Rusia está ahora en camino de convertirse en una especie de estado vasallo chino.

La invasión de Ucrania también ha alejado a otros aliados y partidarios de Putin. Algunos de sus más fieles secuaces en Occidente, desde el presidente checo Miloš Zeman hasta el primer ministro húngaro Viktor Orbán, han denunciado sus acciones. Pero, quizás más importante, los surrealistas desplantes de Putin han alienado a los rusos. Con su brutal asalto a Ucrania, ha sacrificado décadas de desarrollo social y económico y ha destruido las esperanzas que los rusos tenían hacia el futuro. Rusia será ahora un paria mundial durante décadas.

Cuando llamé a un amigo en Kiev para saber qué estaba pasando, me dijo que los refugios antibombas están abiertos, y que la gente también se está escondiendo en las estaciones de metro. «Como en la Segunda Guerra Mundial», bromeó, antes de señalar lo sorprendente que era que «un hombre que habla tanto del destrozo que puede hacer la guerra se lo infligiera a una nación hermana». Y luego volvió mi pregunta hacia mí: «Dígame usted qué está pasando. Ustedes, los rusos, son los que siguen eligiendo a este fascista».

Aunque la percepción es muy comprensible, no es del todo cierta. Los rusos eligieron a Putin al principio, pero en los últimos años simplemente se han rendido ante su gobierno, porque nuestros votos ya no importan. Asimismo, la afirmación de que el 73% de los rusos apoya las acciones de Putin en Ucrania es pura propaganda. Miles de personas se están reuniendo en las ciudades rusas, diciendo «No a la guerra», a pesar de las detenciones y la brutalidad policial. Esta vez, parece poco probable que los rusos se rindan en silencio. En los próximos días y semanas, el mundo puede esperar muchas más señales de que los rusos no quieren esta guerra.

El estalinismo no murió hasta el fallecimiento de Stalin. Lo mismo ocurrió con el maoísmo. ¿Será también el caso del putinismo?

 

Traducción: Marcos Villasmil

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NOTA ORIGINAL:

Project Syndicate

What’s on Putin’s Mind?

NINA L. KHRUSHCHEVA

Russian President Vladimir Putin may hope to punish NATO by destroying Ukraine’s military infrastructure or to install a puppet government in the country. But his real reason for invading Ukraine is far less pragmatic and even more alarming.

NEW YORK – Russian President Vladimir Putin’s decision to order a full-scale invasion of Ukraine defies any and all political logic, even his own hardened authoritarian reasoning. With his unprovoked assault, Putin joins a long line of irrational tyrants, not least Joseph Stalin, who believed that sustaining his power required a constant expansion of it. That logic led Stalin to commit horrific atrocities against his own people, including causing a famine that starved millions of Ukrainians to death.

Another twentieth-century mass murderer, Mao Zedong, famously declared that political power grows out of the barrel of a gun – or, it seemed, a nuclear missile. Mao demanded that my great-grandfather, Soviet leader Nikita Khrushchev, provide China with nuclear weapons, so that Mao could effectively hold his adversaries, foreign and domestic, hostage.

Only similar thinking can explain Putin’s actions in Ukraine. He says that he wants to “denazify” Ukraine, but the senselessness of that claim should be obvious, not least because Ukraine’s president, Volodymyr Zelensky, is Jewish. So, what is Putin’s endgame? Does he want to punish NATO by destroying Ukraine’s military infrastructure? Does he hope to install a puppet government, whether by replacing Zelensky or by turning him into a Ukrainian Philippe Pétain, France’s collaborationist leader during World War II?

The answer to these questions might be yes. But Putin’s real reason for invading Ukraine is far less pragmatic, and more alarming. Putin seems to have succumbed to his ego-driven obsession with restoring Russia’s status as a great power with its own clearly defined sphere of influence.

Putin dreams of a conference like Yalta and Potsdam, where he and his fellow great-power leaders, US President Joe Biden and Chinese President Xi Jinping, divide the world among themselves. There, he and his new ally Xi would presumably join forces to reduce the West’s domain – and drastically expand Russia’s.

Like the dissident author and Nobel laureate Aleksandr Solzhenitsyn, Putin has long indicated a desire to restore the Orthodox Christian kingdom of Rus’ – the basis of Russian civilization – by building a Russian Union encompassing Russia, Ukraine, Belarus, and the ethnic-Russian areas of Kazakhstan. With the invasion of Ukraine in full swing, other former Soviet republics began to worry, but, as Putin assured Azerbaijani President Ilham Aliyev, Russia does not “plan to reinstate the empire in former imperial boundaries.” It is the Slavic nation, which is unduly under third countries [rather than his] control,” that he worries so much about.

Despite Putin’s effort to fulfill Solzhenitsyn’s vision, his military actions are a departure from it. Even in his nationalist mania, Solzhenitsyn never lost sight of basic morality. As much as he wanted to restore historical Russia, it is impossible to imagine him supporting the slaughter of Ukrainians (and Russians) in the process. Putin, by contrast, professes to love Ukraine as he orders Russian forces to bomb its cities.

Putin apparently assumes that China will back him. But while he launched the invasion just weeks after concluding something akin to an alliance agreement with Xi in Beijing, Chinese officials’ reactions have been very distant with calls for “restraint.

Given Putin’s near-total reliance on China for support in challenging the US-led international order, lying to Xi would have no political or strategic advantage. That is what is so worrying: Putin no longer seems capable of the calculations that are supposed to guide a leader’s decision-making. Far from an equal partner, Russia is now on track to become a kind of Chinese vassal state.

The invasion of Ukraine has also alienated other Putin allies and supporters. Some of his most faithful acolytes in the West, from Czech President Miloš Zeman to Hungarian Prime Minister Viktor Orbán, have denounced his actions. But, perhaps of far more importance, Putin’s delusional rants have alienated Russians. With his barbaric assault on Ukraine, he has sacrificed decades of social and economic development and destroyed the hopes that Russians have held for the future. Russia will now be a global pariah for decades.

When I called a friend in Kyiv to find out what was going on, he told me that bomb shelters are open, and people are also hiding in subway stations. “Very World War II,” he quipped, before noting how remarkable it was that “a man who speaks so much about the damage war can do would inflict war on a brotherly nation.” And then he turned my question on me: “You tell me what is going on. You Russians are the ones who kept electing this fascist.”

While the perception is understandable, that is not quite true. Russians elected Putin at first, but have merely surrendered to his rule in recent years, because our votes no longer matter. Likewise, the claim that 73% of Russians support Putin’s actions in Ukraine is pure propaganda. Thousands are gathering in Russian cities, sayingNo to War,” despite detentions and police brutality. This time, Russians seem unlikely to surrender quietly. In the coming days and weeks, the world can expect many more signals that Russians do not want this war.

Stalinism didn’t die until Stalin did. The same was true of Maoism. Will it be true of Putinism as well?

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