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No existe la violencia cristiana

El islam surge como contraposición a la cristiandad, no al cristianismo. Está en su germen: el islam nace contra lo occidental

 

No es lo mismo cristianismo que cristiandad. Chesterton nos enseña que la cristiandad es el resultado de la europeización del cristianismo y de su propagación hacia el oeste desde su oriente natal. En este proceso de expansión, el cristianismo se adapta a los usos y costumbres del territorio al que llega, es decir, a Europa. Lo hace Coca-Cola, ¿no lo va a hacer la religión? Del mismo modo, pero en sentido contrario, cerca del lugar en el que nació el cristianismo, nace el islam seis siglos después. Y nace como la voz de los orientalismos y hebraísmos frustrados en el proceso de occidentalización del cristianismo, es decir, los antisistema de la época. Odiaban la idea de la idolatría y de la encarnación como exponente máximo de la idolatría. Que Dios pueda no solo ser representado, sino que además se hiciera carne, es imperdonable. El islam surge, por lo tanto, como contraposición a la cristiandad, no al cristianismo. Está en su germen: el islam nace contra lo occidental.

Dice también Chesterton que el islam no tiene fronteras, como si las tiene la cristiandad. El islam es apátrida en su origen, nace entre las arenas del desierto y llega a todas partes porque no es de ninguna, como el viento zapateril o el dinero público carmencalvista. Europa –la cristiandad– sí que tenía fronteras y patriotismos locales acostumbrados a defenderse los unos de los otros mientras miraban de reojo a Roma, que, por entonces, ya no se miraba a sí misma sino a la cuna, a la Tierra Santa de la que emergía su legitimidad.

Por ello, las Cruzadas no fueron un asunto religioso, sino político. No se trataba, como quieren hacernos creer, de matar a moros por no abrazar el cristianismo. Aunque los estado-nación no nacen hasta el XVII, durante las Cruzadas ya existían las fronteras y esa unidad de destino que caracterizan a las naciones. Es decir, la cristiandad no solo era una nación sino, además, una nación en guerra. Y estaba defendiéndose del islam, de la otra gran nación medieval, que quería invadirlos, matarlos a ellos y a sus familias para acabar con el cristianismo, con el único fin de ampliar sus fronteras. Y el frente de esa guerra estaba en Jerusalén.

La cristiandad fue el primer sentimiento de unidad supratribal. Y las cruzadas se trataron, por lo tanto, de un levantamiento popular –sobre todo la primera– que hizo que familias enteras se trasladaran al este a luchar, a vivir y a soñar. Mientras duró, la cristiandad no solo fue una nación. Fue una nación sitiada. Y el resto son invenciones y literatura de ficción. No se trataba de imponer un credo sino de una defensa pura y dura frente a los invasores, les pese esto lo que les pese a los que pretenden equiparar Cruzadas y Yihad. No es el cristianismo el que mataba. No es nuestra religión, que obliga, además, a lo contrario, a «No matarás». Quizá a algunos les gustaría que hubiera sucedido de otra forma para justificar su odio, pero exactamente así fue la cosa. Y el resto es tan falso como Bambi. Peor aún: tan falso como el socialismo.

 

 

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