Gente y SociedadPolítica

No son las lenguas, estúpido

«Lo que buscan el nacionalismo y la izquierda identitaria es la solidificación simbólica de la existencia de unas comunidades políticas preexistentes a España»

 

No son las lenguas, estúpido
Ilustración de Alejandra Svriz.

Me gustaría empezar este artículo siendo muy provocador, ¿y qué podría ser más provocador en el reino del populismo, la desinformación y la manipulación en el que vivimos que comenzar por lo que dice la Constitución respecto a las lenguas de nuestro país?:

Artículo 3

  1. El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla.
  2. Las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con sus Estatutos.
  3. La riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección.

Cabría preguntarse el porqué de la obsesión del nacionalismo con las lenguas regionales, obsesión a la que se ha subido con la vehemencia del converso la izquierda identitaria. Imagino que la mutación del progresismo político al populismo necesitaba un proceso de abjuramiento público, de rechazo y renuncia a aquel internacionalismo más o menos proletario del que se nutrieron todas las narrativas progresistas del siglo XX. Ahora, cuando hasta el posmodernismo forma parte de la historia, han unido fuerzas el populismo nacionalista y la izquierda identitaria.

Antes de entrar en otro tipo de disquisiciones, he de comentar que me resulta chocante, casi grotesco, ver cómo los de ERC o el PNV interpretan el papel de héroes homéricos en el camino que les lleva a que en el Congreso se hablen las lenguas de nuestra nación, pero, cuando se reúne un político republicano con uno peneuvista, utilizan la lengua común a todos los españoles y que es la que facilita una comprensión mutua y dibuja un imaginario común para una comunidad política culturalmente diversa. A sus señorías les obligarán a utilizar traductores, pero oye, entre nacionalistas y separatistas no hay problema, ni traductores… qué mejor que hablar y entenderse en español para tratar de degradar el país y nuestras instituciones.

Retomando la pregunta que hacía referencia a la obsesión de los nacionalismos (y a la izquierda) con las lenguas regionales, el trasfondo es, precisamente, la motivación última de la existencia del nacionalismo. Básicamente estamos ante unos movimientos políticos a los que se les ha parado el reloj en el siglo XIX y principios del XX, su política se basa en la creación (o según ellos descubrimiento) de comunidades políticas delimitadas por una lengua concreta. Naturalmente estamos ante una posición ideológica excluyente, de raíz autoritaria y organicista sin, además, una base mínimamente científica en la que basarse. Bueno, quizás lo que más se le podría acercar es la llamada hipótesis Sapir-Whorf que afirma que las lenguas conforman no solo la identidad individual, cultural y política, sino que también la cosmovisión y que, además, dos comunidades lingüísticas son inconmensurables entre sí.

«El nacionalismo lleva décadas creando sus comunidades políticas excluyendo o persiguiendo a unas mayorías que no encajan con sus cánones de comportamiento público y privado»

Si la comunidad política viene (pre)determinada por la lengua, entonces, en aquellos territorios plurilingües, ¿qué hacer con los que no hablan la lengua del nacionalismo? ¿Qué grado de libertad se le deja el individuo si concebimos la realidad predeterminada por esa visión organicista de la sociedad? ¿Dónde quedaría la libertad política, la libertad positiva y negativa ante proyectos políticos centrados en la homogeneización cultural y la imposición de una realidad unívoca? Bueno, para responder a estas preguntas retóricas, qué mejor que analizar la situación de nuestro país, una unión en la diversidad de libro. El nacionalismo lleva décadas creando sus comunidades políticas excluyendo o persiguiendo a unas mayorías que no encajan con sus cánones de comportamiento público y privado.

La aparente paradoja (y trampa narrativa) es la incongruencia entre exigir que se hablen en las Cortes todas las lenguas de nuestra nación y, sin embargo, para lograr que te atiendan en español en cualquier administración pública catalana es lo más parecido a una epopeya. Sin contar con la persecución del idioma común en las escuelas, con consignas de perseguir a los niños en los recreos para que no hablen en castellano. O el acoso público y privado a los padres que exigen algo tan ‘extraño’ como que se cumplan las sentencias judiciales y que, los ejecutivos regionales comandados por los nacionalistas, se las saltan como si la separación de poderes y el acatamiento de las sentencias no fuese con ellos.

Y es que, en realidad, entrar en la defensa de una u otra lengua es solo hacerle el juego al populismo. Porque lo que hay que combatir y es lo que mueve estas dinámicas no es la lengua, como decía, cada comunidad autónoma gobernada por el nacionalismo se ha convertido en una especie de dictadura de la minoría. Entrar al trapo de que si o no una lengua u otra o todas en el Congreso es no entender que lo que realmente nos estamos jugando es la forma del Estado y el futuro de nuestra nación. Lo que realmente buscan el nacionalismo y la izquierda identitaria es la solidificación simbólica de la existencia de unas comunidades políticas preexistentes a la existencia de España y, por supuesto, por encima de nuestras instituciones y de nuestra democracia.

Es ahí dónde nos la jugamos, es por ello por lo que insisten en Europa, quieren visualizar ese país «plurinacional» que también es el sueño húmedo de Pablo Iglesias y sus sucesores. Pero mucho me temo que estamos ante un cambio constituyente que pretenden hacérnoslo tragar con calzador y sin seguir ningún procedimiento que el de los hechos consumados. Y que nadie se lleve a engaño, ni caiga en la trampa de entrar en falsas dicotomías, el claro ejemplo lo tenemos en el debate del valenciano/catalán, estoy seguro de que el 99% de catalanes y valencianos no tendrán mucha idea de sociolingüística, de continuum lingüísticos y todos los matices y debates académicos en los que se pueden entrar. Porque lo importante, la razón última de hacer pasar por catalán al valenciano no solo tiene por objetivo extinguir todas las variedades lingüísticas de la comunidad valenciana (y Baleares), el objetivo último es (a modo de la Gran Serbia) la imposición de la Gran Cataluña (que llaman «Países Catalanes»).

En este proyecto de refundación de nuestro país y nuestra democracia, sería conveniente conocer dónde se sitúa nuestro presidente en funciones. Hasta dónde estará dispuesto a llegar con tal de permanecer en el poder. ¿Sabrá que hay una cosa que se llama España cuando no está en periodo electoral? ¿Sabrá que la democracia es la igualdad en derechos y deberes de los ciudadanos no de los territorios? ¿Sabrá que la autonomía política no debe basarse en la conculcación de derechos fundamentales? ¿Se atreverá a cambiar de opinión y acercarse a todos aquellos partidos que aún creen en España y en el respeto a la Constitución para encarar aquellas reformas que necesitan nuestro país? Veremos, falta poco para que se descorra el telón y veamos si el populismo, basado en menos de la mitad de la población, logra imponer su régimen autoritario y excluyente.

 

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