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Nora Ephron: lo que antes era humor hoy es cabreo

En 'No me gusta mi cuello', la escritora se ríe de todo lo que la hace sufrir, y de lo que no también: es una victoria de la ironía sobre el enfado

Nora Ephron  – ABC

 

No sé si el mundo se ha vuelto más aburrido o es que aún no es verano, pero es leer a Nora Ephron y pensar que antes reíamos más, que antes reíamos mejor. Libros del Asteroide acaba de publicar ‘No me gusta mi cuello’, una selección de artículos con un subtítulo que es una verdad a medias: ‘No me gusta mi cuello… y otras reflexiones sobre el hecho de ser mujer’. La mitad de los textos rescatados, sí, tienen tono y tema de revista femenina: son una maravilla, un monumento a la ligereza. «Siento informarles de que tengo bigote», escribe en ‘Sobre el mantenimiento’, un ensayo breve sobre las horas y el dinero que cuesta el cuerpo. Ephron echa la cuenta de lo que invierten sus amigas en la peluquería: una hora al día, trescientas sesenta y cinco al año. «Esto quizá tuviera sentido cuando éramos jóvenes, cuando la cantidad de tiempo que dedicábamos a ponernos guapas guardaba cierta relación con la cantidad de horas de sexo (…) Pero ahora que somos mayores, ¿a quién engañamos?». Y luego concluye: «Así que dos veces a la semana voy a peinarme a la peluquería. Es mucho más barato que el psicoanálisis». Es todo así.

La autora carga contra la dictadura del bolso, la moda de la manicura y la desaparición del strudel de col. De su paso por la Casa Blanca comenta: «Soy probablemente la única joven que trabajó en la Casa Blanca a la que el presidente Kennedy no le tiró los tejos». No hay enfado, solo apunte ácido: eran otros tiempos, y tal vez ella ya intuía que lo que permanece es el humor, no el cabreo, por eso hoy aún devoramos las columnas de Camba, pero no las de Umbral. Y por eso mañana nadie leerá esos análisis sesudos en los que se usan verbos como visibilizar o estigmatizar. Son las leyes de la memoria. Y no son democráticas.

Ephron va más allá de lo puramente femenino. Habla de la gentrificación sin decir gentrificación, y eso es algo que hay que agradecer. Es el mejor texto del libro. Se titula ‘Pasar página’, la larga crónica de un desalojo. ¿No es eso la vida? La mujer se muda feliz a un edificio histórico del Upper West Side de Manhattan y, tras unos años dichosos, los dueños del edificio empiezan a hacer reformas. Cambian tuberías, pintan, decoran las zonas comunes. «Llenaron el patio de horrorosas hornacinas de estuco blanco y estatuas de leones. Los vecinos interpretaron todos estos cambios como actos de hostilidad. Las mejoras obedecían claramente a un único objetivo: subir el alquiler». La mudanza es un drama, porque amaba su casa. Pero «el amor es nostalgia». Qué hallazgo. Y este otro: «Cualquier cosa que no te guste de tu cuerpo a los treinta y cinco años te producirá nostalgia a los cuarenta y cinco».

Hay más valentía en la autoparodia de Ephron que en la exhibición del dolor de buena parte de la autoficción contemporánea. Ella se ríe de la fragilidad propia, de la injusticia, de esas cosas que deberían amargarla, hacerla llorar, hacerla rabiar. Ahí hay una lección, una revolución. Y aún tiene sentido.

 

 

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