Nuestro presidente socialista
Durante tres meses en 1917, León Trotsky vivió en el Bronx, justo al sur del distrito congresional donde Alexandria Ocasio-Cortez derrotó recientemente a un parlamentario por 10 períodos en una primaria demócrata. Porque ella se llama a sí misma una socialista democrática, la palabra «socialismo» emociona a muchos progresistas que anhelan asaltar la Bastilla, si tan sólo Estados Unidos tuviera una.
Y la palabra tiene a los conservadores esperando sombríamente el equivalente doméstico de los bolcheviques asaltando el Palacio de Invierno de San Petersburgo, como hace 101 años en octubre, si hubiera un edificio equivalente en el este del Bronx y el norte de Queens. No importa que sólo 16.000 votaran por la versión de Ocasio-Cortez de «¡Levántense, prisioneros del hambre!»
Una conexión más apta de los acontecimientos actuales con el socialismo real fue hecha por el senador Ron Johnson, republicano de Wisconsin, cuando el Presidente Trump decidió validar el axioma conservador de que el gobierno es a menudo la enfermedad para la cual finge ser la curación. Cuando el Presidente decidió dar a los agricultores vendajes por un total de $12 mil millones por la herida que les infligió con su espléndida (hasta ahora) guerrita comercial, y a causa de ello otros intereses heridos se unieron al clamor por compensaciones comparables, Johnson dijo «Esto se está convirtiendo más y más en un tipo de economía soviética: Comisarios decidiendo quién va a recibir exenciones, comisarios en la administración determinando cómo se van a espolvorear los beneficios».
En lo que respecta a la observación de Johnson, John H. Cochrane, de la Hoover Institution, que posee un blog llamado «El economista gruñón«, dice que en realidad es peor que eso: «es un sistema más oscuro, que conduce al capitalismo mafioso, de tráfico de influencias y compinches«. Cochrane está ligeramente equivocado: el proteccionismo, y las promiscuas y caprichosas intervenciones del gobierno que inevitablemente la acompañan, es, siempre y en todas partes, un capitalismo de compinches. Pero acierta totalmente sobre la incompatibilidad de este nuevo sistema de compinches y el estado de derecho:
«Todo el mundo depende del capricho de la administración. ¿Quién obtiene protección arancelaria? Lo decide el puro capricho. Pero entonces usted puede solicitar una exención. ¿quién las recibe, sobre qué base? Ahora puede conseguir subsidios. ¿Quién recibe los subsidios? No hay ley, ni regla, ni base para nada de esto. Si usted piensa que usted merece una exención, ¿sobre qué base demanda usted para conseguir una? Bueno, seguro que no puede doler no ser un crítico abierto de la administración cuando las tarifas, exenciones y subsidios se están repartiendo por capricho. Este es un peligro bipartidista. Yo era crítico de la ACA (Obamacare) debido a que muchas empresas estaban pidiendo y obteniendo exenciones. He criticado la ley Dodd-Frank ya que tanta regulación e implementación es discrecional. Mantener la boca cerrada y apoyar a la administración es un buen consejo en ambos casos».
Ahora, ¿ve usted lo que quiso decir Friedrich Hayek cuando afirmó que el socialismo pone a una sociedad en el camino de la servidumbre? El proteccionismo — coerción gubernamental que sustituye las transacciones voluntarias de los mercados en la asignación de riqueza y oportunidades — es el socialismo para los bien conectados. Pero es que todo socialismo favorece a los capaces de manipular el Estado. A medida que el gobierno amplía su poder sin ley para premiar y castigar, la esfera de la libertad se contrae. La gente se vuelve cautelosa y reticente para no molestar a quienes empuñan el Estado administrativo como un instrumento contundente.
Los aranceles son impuestos, y los presidentes tienen el poder anti-constitucional de elevar unilateralmente estos impuestos porque el Congreso, en sus últimos jadeos como legislatura, regaló este poder. ¿Qué conservan sus miembros? Sus cheques de pago. Ciertamente no su dignidad.
Observando que se racionaliza un cierto proteccionismo Trumpiano como esencial para la «seguridad nacional», Cochrane, que se aferra a la ficción pintoresca de que el Congreso todavía legisla, sugiere una nueva ley que estipule que tales aranceles deben ser solicitados – y pagados – por el Departamento de Defensa: «¿necesitamos acerías para que volvamos a pelear la segunda guerra mundial? Si es así, pongan las acerías subvencionadas en el presupuesto de defensa. Si Defensa prefiere utilizar el dinero para un nuevo portaaviones en lugar de una acería, bueno, esa es su decisión». En realidad, el Departamento de Defensa, a diferencia de gran parte del resto del gobierno, tiene serias responsabilidades y no ha traficado con tonterías de «seguridad nacional» en relación con el proteccionismo.
En 1932, tres años después de la aterradora Depresión, el candidato presidencial del partido socialista, Norman Thomas, recibió menos votos (884.885) que Eugene Debs obtuvo en 1920 (913.693), cuando, gracias a la histeria en tiempos de guerra que Woodrow Wilson fomentó, estaba en la cárcel. Ahora, sin embargo, hay un presidente republicano que puede enseñar a Ocasio-Cortez una o dos cosas sobre la esencia del socialismo, que se basa en un gobierno con 10 dedos pulgares eligiendo ganadores y perdedores y promoviendo la politización de todo.
Traducción: Marcos Villasmil
NOTA ORIGINAL:
The Washington Post
Our socialist president
George F. Will
For three months in 1917, Leon Trotsky lived in the Bronx, just south of the congressional district where Alexandria Ocasio-Cortez recently defeated a 10-term incumbent in a Democratic primary. Because she calls herself a democratic socialist, the word “socialism” is thrilling progressives who hanker to storm the Bastille, if only America had one. And the word has conservatives darkly anticipating the domestic equivalent of the Bolsheviks storming St. Petersburg’s Winter Palace 101 years ago in October, if there is an equivalent building in the eastern Bronx and northern Queens. Never mind that only about 16,000 voted for Ocasio-Cortez’s version of “Arise, ye prisoners of starvation!”
A more apt connection of current events to actual socialism was made by Sen. Ron Johnson, the Wisconsin Republican, when President Trump decided to validate the conservative axiom that government often is the disease for which it pretends to be the cure. When the president decided to give farmers a $12 billion bandage for the wound he inflicted on them with his splendid little (so far) trade war, and when other injured interests joined the clamor for comparable compensations, Johnson said, “This is becoming more and more like a Soviet type of economy here: Commissars deciding who’s going to be granted waivers, commissars in the administration figuring out how they’re going to sprinkle around benefits.”
Concerning Johnson’s observation, the Hoover Institution’s John H. Cochrane, who blogs as the Grumpy Economist, says actually, it’s worse than that: “It’s a darker system, which leads to crony capitalism.” Cochrane is just slightly wrong: Protectionism, and the promiscuous and capricious government interventions that inevitably accompany it, is , always and everywhere, crony capitalism. But he is spot on about the incompatibility of America’s new darker system and the rule of law:
“Everyone depends on the whim of the administration. Who gets tariff protection? On whim. But then you can apply for a waiver. Who gets those, on what basis? Now you can get subsidies. Who gets the subsidies? There is no law, no rule, no basis for any of this. If you think you deserve a waiver, on what basis do you sue to get one? Well, it sure can’t hurt not to be an outspoken critic of the administration when the tariffs, waivers and subsidies are being handed out on whim. This is a bipartisan danger. I was critical of the ACA (Obamacare) since so many businesses were asking for and getting waivers. I was critical of the Dodd-Frank Act since so much regulation and enforcement is discretionary. Keep your mouth shut and support the administration is good advice in both cases.”
Now do you see what Friedrich Hayek meant when he said that socialism puts a society on the road to serfdom? Protectionism — government coercion supplanting the voluntary transactions of markets in the allocation of wealth and opportunity — is socialism for the well connected. But, then, all socialism favors those adept at manipulating the state. As government expands its lawless power to reward and punish, the sphere of freedom contracts. People become wary and reticent lest they annoy those who wield the administrative state as a blunt instrument.
Tariffs are taxes, and presidents have the anti-constitutional power to unilaterally raise these taxes because Congress, in its last gasps as a legislature, gave away this power. What do the members retain? Their paychecks. Certainly not their dignity.
Noting that some Trump protectionism is rationalized as essential for “national security,” Cochrane, who clings to the quaint fiction that Congress still legislates, suggests a new law stipulating that such tariffs must be requested — and paid for — by the Defense Department: “Do we need steel mills so we can re-fight WWII? If so, put subsidized steel mills on the defense budget. If defense prefers to use the money for a new aircraft carrier rather than a steel mill, well, that’s their choice.” Actually, the Defense Department, unlike much of the rest of the government, has serious responsibilities and has not trafficked in “national security” nonsense about protectionism.
In 1932, three years into the terrifying Depression, the Socialist Party’s presidential candidate, Norman Thomas, received fewer votes (884,885) in the presidential election than Eugene Debs won (913,693) in 1920 when, thanks to the wartime hysteria Woodrow Wilson fomented, he was in jail. Now, however, there is a Republican president who can teach Ocasio-Cortez a thing or two about the essence of socialism, which is 10-thumbed government picking winners and losers and advancing the politicization of everything .
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