Néstor y Cristina: fin de la pesadilla
Nunca se había visto nada igual. El presidente recién electo de Argentina Néstor Kirchner bajó del avión en Carrasco y agitó con ambas manos su corbata rosada. La barra frentista que lo esperaba bramó de alegría. Es que el rosa era el color de las papeletas con las cuales la izquierda había ganado el referéndum contra la ley de Ancap. Era el año 2003 y Kirchner apostaba fuerte por el Frente Amplio.
Al año siguiente se coronó su sueño. En la noche de las elecciones en Montevideo pululaban kirchneristas entre los frentistas que celebraban el triunfo de Tabaré Vázquez. Incluso uno de ellos dijo desde Casa Rosada que el FA ganó gracias a la ayuda del «voto Buquebus«, la propaganda proizquierda en las calles porteñas y otras ayudas financiadas por el gobierno argentino. Una injerencia descomunal.
A la hora de pasar la cuenta, Néstor reclamó la cancelación de obras de la primera papelera, pero era tarde. Uruguay debía cumplir sus compromisos con los finlandeses, aunque Néstor se enojara y presionara. Desde entonces las relaciones entre Uruguay y Argentina fueron turbias. Muerto él asumió ella en 2007 y las cosas fueron de mal en peor. Se estrechó el cerco en los puentes, hubo restricciones al comercio y al turismo hacia Uruguay, y al final retornó la guerra de puertos, que nos costó cara.
Cristina consideraba a Uruguay una suerte de provincia díscola —además de ingrata— a la que había que alinear. Sus visitas a Uruguay fueron dos papelones, acompañada, eso sí, siempre con los bombos de «La Cámpora«. La primera fue para inaugurar el «Tren de los pueblos libres» que uniría las dos capitales del Plata y que no fue más allá de Paso de los Toros. La segunda fue la costosa festichola de Ancap por la cual aún declaran ante juez, Sendic y compañía.
En tanto, Mujica se despachaba contra Cristina, pero hacía los deberes. «Siempre mandará el peronismo en Argentina, hay que estar con ellos«, repetía cual búho sabio.
Error. Los vientos de cambio que soplaban del otro lado del río se convirtieron en vendaval. Mientras Cristina está cerca de la cárcel que tanto merece, Macri prueba que un gobierno no corrupto y no populista, capaz de sincerar la economía y sanear una imagen abierta de Argentina ante el mundo, es lo que la gente quiere.
Hay que mirarlo pues su ejemplo vale, tras tantos años de asistencialismo y demagogia barata. La pobreza no se elimina con dádivas sino con educación y buenos servicios. Y sobre todo sin corrupción, esa plaga infiltrada en casi todos los niveles de la sociedad argentina por el peronismo-sindicalista y esa forma de hacer política al estilo de las mafias gangsteriles. Macri apunta a terminar con eso y con devolver a Argentina a la posición de país respetable.
Los amantes del populismo seudoizquierdista que abundan de este lado del río deben tomar nota. Porque un día la plata (de los demás) se acaba mientras la gente no para de exigir. La otra lección a aprender es a no casarse con supuestos amigos ideológicos tan ansiosos de ayudar como de pasar la cuenta. Fue el caso de Kirchner, quien murió pensando que el Frente Amplio uruguayo le debía algo, olvidando que el nuestro, aunque pequeño, es un país soberano. ¿Lo entendió la izquierda uruguaya?