En la rica y variada producción teórica de Norberto Bobbio (1909-2004), la reflexión sobre la naturaleza de las relaciones entre los intelectuales y el poder ocupó un lugar relevante durante toda su vida. Para el filósofo turinés la actividad de los intelectuales y los políticos estaba presidida por lógicas e intereses distintos. Como señalaba Bobbio en una conferencia de 1978 sobre la responsabilidad de los intelectuales, “los hombres en el poder siempre han conocido la diferencia entre los fines que persiguen el filósofo y el político”, mientras que “los intelectuales, frecuentemente, han hecho ostentación de su superioridad sobre los políticos porque los consideran hombres dedicados a una actividad meramente práctica”.
La visión de Bobbio sobre la relación entre los intelectuales y la política caminaba, con su propio paso y circunstancia, por la senda abierta por Max Weber a comienzos de siglo en el célebre ensayo “La política como vocación”. Sin embargo, como intelectual asociado al mundo cultural del socialismo italiano, sus palabras también recogían su complicada relación con Bettino Craxi, el nuevo secretario del psi desde 1976. El joven líder socialista había llegado a la cima de su partido con la intención de rescatar las siglas históricas del psi del estado de subordinación política y cultural al PCI en la que se encontraban desde la posguerra. Ciertamente, la trayectoria del partido era una anomalía en el mundo del socialismo occidental de la Guerra Fría: ninguna otra formación socialista expresaba el grado de filocomunismo que caracterizaba al psi.
Craxi llegó a la secretaría del psi afirmando que la autonomía política del partido debía comenzar por tener una vida autónoma en la esfera de las ideas. A partir de este diagnóstico declaró una batalla ideológica feroz contra el PCI de Enrico Berlinguer. Precisamente, la forma en que se desarrolló esta batalla fue uno de los principales desacuerdos que marcarían la tormentosa relación entre Bobbio y Craxi, líder e intelectual de la órbita del partido respectivamente. En una carta fechada el 14 de octubre de 1978, Norberto Bobbio se dirigía al líder del psi advirtiendo que “Con el debate sobre el leninismo hemos vuelto, en mi opinión, a una de esas batallas ideológicas que, sembrando vientos, acaban recogiendo solo tempestades.”
Con Craxi al frente, a quien llamaban peyorativamente “el amerikano”, el psi se sumó a la transformación programática que la Internacional Socialista presidida por Willy Brandt estimuló en los partidos socialistas del sur de Europa. El partido abandonó el marxismo como filosofía rectora, retiró de sus símbolos la hoz y el martillo, exhumó la tradición del socialismo anticomunista que procedía de Filippo Turati e izó la bandera del socialismo liberal de Carlo Rosselli. Pero, sobre todo, trató de dar la vuelta a la situación de subordinación cultural del psi al mundo del PCI poniendo en jaque los cimientos ideológicos sobre los que el comunismo italiano había construido su identidad política. Un camino que llevaba directamente desde la crítica de Lenin, el único referente soviético viable después de la desestalinización, hasta el examen severo del pensamiento de Antonio Gramsci.
La fase más intensa del debate ideológico entre socialistas y comunistas la inauguró el ensayo Il vangelo socialista, escrito por Craxi y el sociólogo Luciano Pellicani, publicado en la revista L’Espresso en agosto de 1978. El ensayo constituía una crítica radical de la tradición marxista leninista. Pero también era, o sobre todo era, una respuesta a la entrevista concedida por Berlinguer a Eugenio Scalfari en La Repubblica a comienzos de ese mismo mes. En la entrevista el secretario del PCI defendía, si bien matizando e insistiendo en su asunción no dogmática, la validez del legado leninista. Se trataba de un debate clave en tanto que la permanencia del leninismo como seña de identidad en el PCI deslegitimaba al partido para gobernar en el marco de la Guerra Fría. Debido, precisamente, al hecho de que la profesión de leninismo vinculaba genéticamente al PCI con la urss y el orbe soviético.
Si el debate sobre el leninismo y el PCI al que se refería Norberto Bobbio en su carta a Craxi adquirió una intensidad sobresaliente en 1978 se debe, en buena medida, a que culminaba el enfrentamiento ideológico sin precedentes que se había desatado entre socialistas y comunistas el año anterior, en 1977. Un año doblemente simbólico y señalado para los comunistas por coincidir la celebración del sesenta aniversario de la Revolución Rusa de 1917 con el cuarenta aniversario de la muerte de su fundador, Antonio Gramsci. Precisamente, la batalla por la identidad socialista impulsada por Bettino Craxi hizo de la figura de Gramsci, como fundador del PCI y como ideólogo del partido, uno de sus objetivos principales. Una crítica en la que Bobbio y sus intervenciones públicas desempeñaron un papel destacado.
La operación de Craxi constituía una kulturkampf contra el PCI en toda regla, como la ha definido el historiador Marco Gervasoni. Buscaba romper con la hegemonía del mundo comunista sobre la cultura de la izquierda en Italia. Con aquella campaña el psi reclamaba la legitimidad para hacer cultura, para proponer al público sus propios intelectuales y discutir abiertamente la identidad comunista poniendo en jaque sus mitos, ídolos y textos sagrados
A lo largo de 1977, en paralelo a los actos públicos y homenajes organizados por el PCI para honrar la memoria de Gramsci, la revista Mondoperaio dio voz a intelectuales de la izquierda italiana, críticos con el marxismo, que discutieron la compatibilidad del concepto de “hegemonía” gramsciano con los principios y valores de la democracia liberal. Entre los nombres más conocidos que tomaron parte en el debate había algunos de no poco peso: los filósofos Lucio Colletti y Nicola Matteucci, el sociólogo Luciano Pellicani o los historiadores Ernesto Galli della Loggia, Furio Diaz y Massimo Salvadori. Y, sobre todo, Norberto Bobbio.
La discusión sobre la naturaleza antiliberal de la noción gramsciana de hegemonía que emerge en 1977 vino a dar continuidad al debate abierto por Bobbio algunos años antes, también en las páginas de la revista Mondoperaio, sobre la compatibilidad entre el marxismo y la democracia liberal. A través de una serie de artículos publicados entre 1973 y 1976, antes de la llegada de Craxi a la secretaría del psi –“Esiste una dottrina marxista dello Stato?”, “Quali alternative alla democrazia rappresentativa?”, “Quale socialismo?”–, Norberto Bobbio puso en cuestión la compatibilidad del marxismo-leninismo, fundamento ideológico del pci, con los principios liberales, como la limitación del poder, el pluralismo político y la democracia representativa. Aquellos, a juicio de Bobbio, que debían inspirar una propuesta socialista a la altura de la experiencia política e histórica acumulada en el siglo XX.
La crítica de Bobbio estaba orientada, principalmente, a poner de manifiesto la esquizofrenia del PCI, como partido dividido entre unos fundamentos ideológicos que remitían a la ortodoxia del marxismo revolucionario y una praxis real que lo asemejaba al tipo de reformismo que, paradójicamente, su retórica demonizaba. En una de sus intervenciones sobre Gramsci el filósofo turinés interpeló al PCI con la pregunta: “¿Es posible (o lícito) servirse de un escritor revolucionario para justificar una política reformista?” En opinión de Bobbio, quien había trabajado el pensamiento gramsciano en profundidad desde su publicación en la posguerra, el pensador sardo se inscribía netamente, siguiendo a Lenin, no en la línea del socialismo reformista, sino en la tradición del socialismo revolucionario. Una tradición que el filósofo italiano concebía en las antípodas del pensamiento liberal por “estar guiado por la firme convicción de poseer en exclusiva, contra todos, la verdad” y por constituir un “proyecto político revolucionario que atiende a la conquista exclusiva del poder”. “No por casualidad”, insistirá Bobbio, “Gramsci había encontrado la analogía histórica que mejor se ajustaba a la explicación de qué entendía por el partido nuevo de la clase obrera en la figura del Príncipe de Maquiavelo, al que invoca para salvar Italia del ‘dominio bárbaro’”.
La crítica del pensamiento político de Gramsci, a la que Bobbio contribuye como uno de los intelectuales públicos más importantes en la Italia de posguerra, iba mucho más allá de una querella entre intelectuales sobre el concepto de “hegemonía”, pues permitía una lectura política que conviene no perder de vista. Especialmente porque la figura de Antonio Gramsci, sobre todo gracias a Palmiro Togliatti, que fue el primer editor de su obra, se había convertido en una de las principales fuentes de identidad para el PCI que operaba en la democracia italiana de posguerra. Con la obra de interpretación togliattiana, remitirse a Gramsci, a su historia, su memoria y pensamiento, no solo desvinculaba al comunismo italiano del estalinismo, sino que permitía legitimarse como defensor de una “vía italiana al socialismo” que pretendía neutralizar la imagen del PCI como partido subordinado a las directrices de Moscú en un mundo dividido por la Guerra Fría. De aquí, por ejemplo, la insistencia de los intelectuales socialistas de la órbita de la revista Mondoperaio en hacer aflorar el cordón umbilical que unía el pensamiento de Gramsci con la teoría y práctica del leninismo.
A la hora de interpretar la figura de Norberto Bobbio como crítico del comunismo vale la pena recurrir a la imagen que el propio filósofo ofrece de su trayectoria en el libro Il dubbio e la scelta, publicado en 1993. En sus páginas fijaba cuál había sido su posición histórica ante la cuestión comunista en Italia: “Ni con ellos ni sin ellos.” Una afirmación que resulta una clave de lectura determinante para entender la importancia que Bobbio concedió en Autobiografía, publicada en 1997, a su voluntad de diálogo con el comunismo italiano. Quizás por eso el filósofo turinés se tomó la molestia de reproducir íntegramente la carta a Craxi de 1978 anteriormente citada:
También te digo que miro con cierto despego y a veces hasta con preocupación la polémica entre el partido y el PCI, que se está volviendo obsesiva y parece ya una especie de tema privilegiado del Avanti! Nunca me he echado atrás cuando se trató de defender los principios de la democracia contra los comunistas. Pero siempre preferí el método que se llama “mayéutico”, que tiende a extraer incluso del adversario la verdad escondida, al método opuesto, que hoy parece predominar, del reproche, la regañina al díscolo, la invectiva al infame. Nadie reniega de buen grado de su pasado. ¿Por qué pretender que lo haga el Partido Comunista Italiano? […] El tipo de debate que personalmente prefiero con los comunistas es el que tiene por objeto la validez permanente de ciertos principios o la bondad de ciertas propuestas.
Un juicio que en la Autobiografia de Bobbio permanecerá firme una década después. A finales de 1990, en relación a la renovación de la suscripción del periódico orgánico del psi Avanti!, el filósofo volvía a escribir a Craxi para recordarle “Se hará, estoy suscrito hace años. Y no solo estoy suscrito, sino que lo leo. Es inútil que te diga que no estoy de acuerdo con el anticomunismo continuo, monótono, rabioso.” Para volver a insistir en un proyecto de unidad de las izquierdas: “Nunca he sido comunista, como sabes, pero ahora que con el hundimiento del comunismo histórico habría llegado la ocasión propicia para una gran iniciativa unitaria, la pequeña polémica diaria me parece totalmente estéril.”
Quiere el tiempo que las cosas cambien de perspectiva. Y la Autobiografía de Bobbio, como otros de sus escritos de senectud, proyecta la imagen del filósofo turinés como un hombre preocupado por la verdad frente al político obsesionado con el poder. Es decir, un Bobbio que intentaba ayudar a los comunistas a abandonar una visión totalizadora e iliberal del mundo frente a un Craxi obsesionado por conquistar un espacio político. Lo cierto, sin embargo, es que el examen de la trayectoria vital de Bobbio desde la posguerra no permite deslindar tan fácilmente al político del científico, al igual que ocurría con la trayectoria de Weber. Y, desde luego, la biografía de Bobbio es inseparable de su condición de intelectual público de la Guerra Fría enfrentado al comunismo desde la publicación de Politica e cultura en 1955, un libro que movilizó la opinión del mismo Togliatti en defensa del PCI con su célebre pseudónimo Roderigo di Castiglia. Era el mismo año, conviene subrayarlo, en el que también llegó a las librerías El opio de los intelectuales de Raymond Aron.
Como ha señalado el profesor Gianfranco Pasquino, Norberto Bobbio podía parecer a los lectores un intelectual más dialogante y abierto al encuentro con el adversario que Raymond Aron. Sin embargo, coincidía totalmente con el sociólogo francés en su disposición a no hacer ninguna concesión al comunismo en el plano de los principios. En 1964, en la sede de la revista Rinascita, Bobbio fijó la que sería su posición ante el PCI, tanto política como teórica, en un encendido debate con Giorgio Amendola a raíz del golpe que sustituyó a Jrushchov por Brezhnev al frente de la urss: “Nosotros necesitamos vuestra fuerza, pero vosotros no podéis renunciar a nuestros principios.” Estos principios no eran otros que los del socialismo liberal que defendería toda su vida: los de un socialismo que debía armonizar obligatoriamente su promesa de emancipación social con los derechos individuales de raigambre ilustrada. ~