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Oficios de altura

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Mientras visitaba El Gran Cañón del Colorado, la sicóloga Eleanor Gibson sospechó que el temor a la altura era innato. Al regreso diseñó un experimento que ahora es famoso: la mitad de una placa de vidrio la pintó simulando piso firme, la otra mitad la dejó transparente, simulando el vacío. Puesta la placa a cierta altura sobre el piso, los bebés que gateaban sobre ella, tan pronto llegaban a la mitad transparente, se detenían temerosos y se negaban a seguir. Se confirmaron así sus sospechas.

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«The visual cliff experiment» de Eleanor Gibson: No importa lo que ofrezca o haga la madre, el niño se negará a continuar.

Contrario a lo que uno se imagina, ese temor infantil no parece disminuir con los años; más bien, aumenta, y llega en muchas personas a convertirse en acrofobia. Los directores de cine se han aprovechado de ese temor ancestral para crear suspenso entre los espectadores: una persona caminando por una cornisa estrecha en la parte alta de un edificio es suficiente para crisparle los nervios a cualquiera.

 

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En: http://k41.kn3.net/2B2AEFDC4.jpg

 

Es razonable sentir temor cuando se está a gran altura, y más aun cuando el sitio no ofrece seguridades. Lo que no es razonable es sentir miedo extremo, con gran angustia y un impulso incontrolable por abandonar el lugar, cuando nos encontramos en un sitio alto pero protegido por barandas resistentes. La protección nos parece siempre insuficiente, y el único argumento efectivo, y que elimina inmediatamente la molestia intolerable que produce la altura, es bajarse de allí.

En el transcurso de la evolución humana, y después de superar la etapa arbórea, durante la cual la altura representaba seguridad, pues ponía a nuestros antepasados fuera del alcance de los grandes predadores, se inició la vida terrestre en las sabanas. Tuvo que ser durante ese periodo, al ir perdiendo progresivamente las características anatómicas que nos permitían un desplazamiento seguro por las partes altas de los árboles, cuando a la par fuimos desarrollando protecciones, en forma de temores naturales, para evitar los peligros de la altura. Nos erguimos para liberar las manos de la locomoción y perdimos el pie prensil; desarrollamos manos hábiles y perdimos los brazos ágiles. Quedamos entonces bien adaptados para la vida terrestre, mientras sacrificábamos nuestras antiguas capacidades funambulescas y adquiríamos los miedos apropiados para no volver a intentar peligrosas excursiones por las copas de los árboles. El sistema límbico, a su turno, evolucionó para producir el conjunto de emociones que ahora nos hacen sentir ese desasosiego atormentador cada vez que nos elevamos uno pocos metros por encima del nivel del piso.

Pero, como en todo lo humano, hay excepciones: los indios mohawk, nómadas de Canadá, son inmunes al temor causado por la altura, virtud de trapecistas que los han hecho irremplazables en la construcción de grandes edificios. Cuando en Estados Unidos se comenzaron a construir los primeros rascacielos, estos magos de las alturas se cotizaron alto, pues eran indiferentes a los riesgos del vacío y poseían una destreza insustituible para moverse entre los altos andamios o para saltar sin temores de una viga a otra. En la construcción de las Torres Gemelas de Nueva York participó un nutrido equipo de indios mohawk. Cuentan que entre ellos se comunicaban como siempre lo habían hecho en el pasado, es decir, a través de señales de humo, por lo que no necesitaban equipos de comunicación: solo columnas de humo entre las nubes.

Es lógico pensar que en esa comunidad indígena se presentó una mutación genética liberadora de la acrofobia que luego, debido a la inevitable endogamia de los grupos pequeños, se propagó por todo el grupo. En cierta forma, les dio alas.

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