¡Ojo, aprendices de brujo!
La preocupación por la salud del planeta, acentuada según una masa de datos confiables del deterioro ambiental, da cuenta de las dudas de escépticos de buena fe y depredadores de la peor calaña, estimula una búsqueda generalizada de alternativas al insostenible modelo económico en vigencia, que desde luego es bienvenida, pero obliga a vigilar sus eventuales derivaciones negativas.
No es un tema novedoso, porque las advertencias contra la ingeniería planetaria proliferaron hace medio siglo como respuesta a iniciativas bien intencionadas, pero fruto de un voluntarismo político o intereses financieros que hicieron del remedio algo más nocivo que la propia enfermedad; como por ejemplo la desaparición del mar de Aral, para desarrollar cultivos en Asia central, o al contrario la construcción de vastos reservorios en lugares equivocados que fracturaron la superficie y trajeron consigo catástrofes sísmicas, alterando el flujo de las aguas, bloqueando las rutas migratorias de los peces y atrapando sedimentos ricos en nutrientes, indispensables para reabastecer los deltas fluviales.
Ahora, la climatóloga californiana Katharine Ricke advierte en la revista NATURE de los riesgos aparejados a la geoingeniería solar, que sin embargo podría significar la solución al problema de nuestra civilización, manipulando la colosal capacidad del astro rey que permaneció inexplotada durante siglos, hasta ahora cuando los avances tecnológicos parecieran ponerla al alcance de un planeta sediento de energía a bajo costo y, más importante, no contaminante.
El caso concreto a que hace referencia la prestigiosa publicación son los balones que la compañía Make Sunsets despachó en abril pasado a la estratosfera, para esparcir dióxido de sulfuro e incrementar la reflexión solar, en una escala modesta pero suficiente para la finalidad publicitaria de atraer inversionistas.
Sólo uno de una gama de proyectos -como el implante de aerosoles de ácido sulfúrico en la atmósfera o el baño de las nubes con agua marina- relativamente baratos, rápidos y sencillos, apoyados en modelos computarizados, que revelan efectividad en la reducción de la temperatura y las alteraciones lluviosas causadas por los gases invernadero.
Pero, se pregunta la especialista, cuál sería su reflejo en la meteorología, la agricultura y nuestra salud y la de quienes comparten la vida en el planeta, sin atacar la raíz de los problemas, mitigando las emisiones y la acidificación oceánica; sobre todo sin la adecuada supervisión internacional de las elites industriales dueñas de la tecnología y en general poco o nada preocupadas por el bienestar de las gentes del común.
Los riesgos involucrados, opina, antes que inducir al olvido del tema deberían estimular su estudio, aprovechando la incertidumbre reinante y la ausencia en el ramo de las poderosas compañías cuya atención se concentra, hasta ahora, en los combustibles fósiles, a fin de sacar la investigación del aséptico universo de la computación para sudar la camiseta sobre un terreno, con experimentos de alcance limitado, susceptibles de una colaboración a diversificarse, incorporando contingente femenino y expertos de la periferia que sufren en carne propia lo que para europeos y norteamericanos es un mero asunto académico.
Y, por encima de todo, comprender la realidad geopolítica de un mundo en creciente pugnacidad, donde más que la cooperación campea la competencia, sumando a personalidades científicas y diplomáticas de los países en desarrollo, bajo la égida de la ONU, en la elaboración de los protocolos necesarios para un eficaz y seguro avance de la geoingeniería.
Para evitar, justamente, impasses como el suscitado hace pocas semanas, cuando el gobierno mexicano suspendió los trabajos de Make Sunsets en Baja California, hasta confirmar la seguridad de sus operaciones.
Varsovia, febrero de 2023.