Omar Zambrano: El millardito, el paralelo y la Bomba H
20 de julio de 2005. Una fecha importante. Este día fue el Día D del descarrilamiento del tren monetario en Venezuela. Aquel miércoles salió publicada la Reforma Parcial del Banco Central de Venezuela que introducía, entre otras cosas, el concepto de un “Nivel Adecuado de Reservas Internacionales” que sería calculado mediante una metodología “cuyos parámetros se adecuarán a las características estructurales de la economía venezolana” y que advertía, además, que los estudios que dieran sustento a dicha metodología serían compartidos con el público general.
En el mismo acto legal, aquella Reforma Parcial también autorizó la transferencia de 6.000 millones de dólares del saldo de las reservas internacionales hacia un fondo destinado al financiamiento de proyectos de inversión. Aquel “millardito” que había pedido Hugo Chávez se transformó en seis. Aquel día nacieron unos mellizos: el Fonden y la noción de “reservas internacionales excedentarias”.
Visto en retrospectiva, aquella innovación chavista puede ser la decisión de política económica con más graves consecuencias en toda la historia de Venezuela.
6 de Noviembre de 2009. Fue añadir sal a la herida. Aquel viernes se publicó otra reforma parcial de la misma ley. Esta vez lo sustancial era que por primera vez se autorizaba al Banco Central de Venezuela a financiar, directamente y sin límite de plazos, a empresas e institutos públicos. Es decir: se levantaba la prohibición que restringía la adquisición de instrumentos de crédito ofrecidos en colocación primaria por parte de entes públicos, incluyendo por supuesto a PDVSA.
Han pasado once años de la primera reforma de la Ley del BCV y desde entonces lo que hemos experimentado no es menos que la demolición total de la institucionalidad monetaria en Venezuela.
El chavismo ha sido un bulldozer que pulverizó al BCV como garante del valor del bolívar y abrió la puerta al espiral de inflación y devaluación que hoy experimentamos. Unos 55.000 millones de dólares fueron sustraídos de las reservas internacionales y traspasados al Fonden. Desde entonces, el monto del crédito que el BCV extiende a PDVSA (un financiamiento monetario del déficit) creció de manera exponencial hasta el punto en que hoy en día el llamado Pagaré de PDVSA equivale al 90% del total de la base monetaria.
PDVSA es hoy en día mucho mejor productor de dinero inorgánico que de petróleo.
El daño infligido con estas reformas al equilibrio monetario del país ha sido extremadamente grave. El principio de “reservas excedentarias” hirió de muerte el balance del BCV. Hoy las cuentas del Banco Central son un ejercicio de total ficción y el balance del Instituto Emisor permanece en azul solo por obra y gracia de la contabilidad creativa.
La realidad es que el BCV está contable, técnica y financieramente en quiebra.
La Bomba H
Decía el economista Rudi Dornbusch, en su esencial ensayo sobre el tema publicado en 1985, que las “hiperinflaciones eran el laboratorio de la economía monetaria”. Se refería a que es durante estos períodos de inestabilidad extrema que la relación entre la inflación y la cantidad de dinero, ésa que a veces se oscurece tanto durante tiempos más “normales”, emerge sólida y sin controversia.
En estos días, a finales de noviembre de 2016, cuando el tipo de cambio paralelo sube a una tasa de 170% mensual, la mayoría de los analistas empiezan a admitir que Venezuela se acerca peligrosamente al umbral de la hiperinflación, de acuerdo con la definición clásica de los años cincuenta. Y entonces a uno, como economista, le da un poco de vergüenza tener que hablar de un tema que pertenece a la sección de lo que ya no se estudia en las escuelas de Economía.
Ciertamente, en nuestra región ya nadie discute sobre estos temas. Y cuando digo “nadie” no me refiero sólo a los niños bien portados del continente, sino que incluso en países como Bolivia o Nicaragua la inflación también es un problema del pasado.
Sin embargo, esto era previsible: rota la estabilidad monetaria mediante la destrucción del BCV, es relativamente sencillo concluir que el desequilibrio monetario tendería a profundizarse y que la trayectoria monetaria nos conduciría, tarde o temprano, al equilibrio hiperinflacionario. Era previsible porque, entiéndase bien, nunca, en ninguna parte, los controles de cambio ni la represión financiera impidieron un proceso hiperinflacionario. Y si nos guíamos por la experiencia internacional, nuestro carácter de economía petrolera, como argumentaban algunos colegas, es un cortafuego suficiente para impedirla.
Lo que estamos observando con el mercado paralelo durante estos días es síntoma inequívoco de que la demanda por nuestra moneda empieza a colapsar. La caída de la demanda por bolívares ha sido abrupta, acelerada y repentina, lo típico en la anatomía de los procesos hiperinflacionarios. En el extremo de este proceso, la gente simplemente no encuentra razones para permanecer con nuestro signo monetario en el bolsillo y la moneda deja de cumplir las funciones básicas del dinero.
Si la moneda local ya no les sirve para nada, es lógico que las personas estén dispuestas a pagar cualquier precio (cualquiera) por deshacerse de sus bolívares.
La hiperinflación disloca el sistema de precios de tal manera que los mercados de bienes, servicios, trabajo y crédito dejan de funcionar efectivamente. La hiperinflación, además, es desproporcionadamente cruel con los más pobres, quienes se ven obligados a dedicar todos sus recursos mentales, físicos y materiales a tratar de escapar de sus efectos, día tras día, so pena de enfrentarse con el hambre.
No se trata de sonar deliberadamente alarmista, pero del bestiario de males macroeconómicos, la hiperinflación es quizás el más brutal y disruptivo.
Un peligroso manual de tonterías
Alfredo Serrano Mancilla, el economista heterodoxo español que tiene el oído del alto Gobierno, escribió recientemente algo que llamó Manual de Tonterías sobre la Inflación en Venezuela, donde denuncia que no existe una relación directa entre la cantidad de dinero y la inflación en Venezuela.
Las ideas de Serrano, tan primitivas como peligrosas, darían para desecharlas como un chiste fácil si no fuera porque su influencia en la conducción económica del país nos está costando ya demasiadas vidas acabadas, demasiada tragedia humana, demasiado dolor.
Lo paradójico es que el tema de la hiperinflación y sus causas son de esas aves raras en la disciplina económica donde existe un consenso casi unánime. Las claves están ahí, desde Lord Keynes hasta nuestros días. En nuestra región, por ejemplo, un entrañable y respetado economista boliviano vertió mucha tinta explicando la anatomía del proceso. No hay nada nuevo y todo está dicho: todas las hiperinflaciones modernas tienen las mismas características:
1. Una enloquecida dinámica monetaria, alimentada por un Banco Central sin independencia y dispuesto a imprimir dinero inorgánico de manera ilimitada.
2. Enormes déficits fiscales, sin opciones legítimas de financiamiento.
3. Un entramado de controles y represión financiera, que interactúa perversamente con la locura fiscal y monetaria.
Para recobrar la estabilidad en Venezuela es necesario un programa mínimo para reconstruir los cimientos de estabilidad monetaria. Es impostergable devolver algo de racionalidad a la manera en la que se hace política económica en general y política monetaria en particular. Debe devolverse la institucionalidad perdida al BCV, fortalecer y darle voz a su cuadros técnicos y despolitizar las decisiones de su Directorio. Debe suprimirse el principio de Reservas Internacionales Excedentarias, que permitió el desvío de miles de millones de dólares hacia fondos que el Gobierno utilizó de manera arbitraria, ineficiente y poco transparente, carcomiendo las bases del valor del bolívar. Debe eliminarse progresivamente el financiamiento monetario del déficit fiscal que opera mediante la línea de crédito que el BCV le da a PDVSA, que es la principal fuente de inestabilidad monetaria en Venezuela.
Las monedas incorporan las características de las instituciones que las respaldan. El bolívar es una moneda sin valor, inútil y sin un ápice de credibilidad, algo que dice mucho sobre la percepción que se tiene sobre los responsables de la conducción económica y sus asesores internacionales.
Se nos vino la noche y ellos son los únicos responsables.
Abatir la inflación es una responsabilidad histórica que ha sido postergada por todos los gobiernos de los últimos treinta años. En Venezuela es posible tener una economía con inflación de un solo dígito. Pienso en Chile o en Perú, economías con abundantes recursos naturales sometidas a los mismos choques de la economía de Venezuela, como prueba de que es posible hacerlo.
Venezuela debe navegar hacia el fin de los controles de cambio y de precios, hacia un esquema de política monetaria con un tipo cambio libre y con flexibilidad para adaptarse a las cambiantes condiciones externas, hacia instituciones económicas independientes y altamente técnicas.
Bajo el actual estado de las cosas, es imposible que sean tomadas medidas sustantivas en la dirección mencionada. Los actuales responsables de la conducción del país no tienen ni la capacidad técnica ni la voluntad política para hacerlo. Más aún: aunque lo intenten, es virtualmente imposible que tengan la credibilidad suficiente para tener éxito.
La única salida que le queda a Venezuela para superar la coyuntura actual es un cambio de rumbo. Un cambio real. No sólo un cambio de políticas, sino un cambio de los responsables de la conducción de dichas políticas.
Eso, o la noche será larga.