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Opinócratas: entre la incredulidad, el cinismo y el enojo

Los resultados de la elección presidencial fueron claros, contundentes y, uno pensaría, inobjetables. Aún así, no han faltado aquellos que han encontrado motivos para la queja, la suspicacia y, por qué no, para criticar y menospreciar la voluntad popular. Para algunos opinadores, los resultados electorales son inexplicables e injustificables. No pueden entender cómo, si el país se está cayendo a pedazos (según ellos), si ya nos han alertado una y mil veces de los riesgos económicos de lo que ellos llaman populismo, si nos han anticipado una y otra vez que la democracia está en riesgo, cómo es que, a pesar de todo eso, el pueblo haya votado por refrendar al partido en el poder. En general, la reacción de buena parte de la opinocracia ha fluctuado entre una genuina incredulidad, un cierto cinismo pragmático y un mal encaminado enojo raciclasista en contra del electorado. Es importante distinguir entre estas tres actitudes.

La primera, la genuinamente incrédula, es producto de vivir en una burbuja socioeconómica. Son personas que se mueven en un cierto círculo social, que no interactúan ni conviven nunca con gente de otros estratos socioeconómicos, excepto para ser atendidos o servidos por esas otras personas. No conocen a nadie o a casi nadie que simpatice con el gobierno. En su mundo, todos opinan igual y todos odian a López (así le dicen). Los resultados los tomaron por sorpresa. Se enteraron, por esta vía, que hay otro México. Un país con el que nunca interactúan y que es mucho más grande de lo que jamás pensaron. Muy confundidos, aún se preguntan qué pasó.

Por otro lado, están los opinadores que asumen las cosas con un cierto cinismo pragmático. Ellos saben que hay buenas razones que explican el resultado, pero jamás lo reconocerían. No les conviene. Viven en el mundo del Club de Industriales y se mueven en el circuito de las conferencias. Alimentaron la patraña del voto de los indecisos y de la participación electoral para mantener viva la esperanza de la oposición. Y la esperanza les era muy rentable. De conferencia en conferencia avivaban la ilusión de un cambio de gobierno. Ellos ya están preparando el siguiente Powerpoint. En él, nos explican la crisis que viene y por qué en 2030, ahora sí, todo va a cambiar.

Por último, tenemos a los enojados raciclasistas. Para ellos, el pueblo “se vendió”. Es comprable. Si, ese pueblo que votó por cambiar al gobierno en tres de las cuatro elecciones presidenciales anteriores (2000, 2012 y 2018) ahora se dejó comprar. Antes no era así, bien raro. Ese pueblo, para ellos, es inculto, no entiende ni lo que vota, es manipulable, es pedinche y se conforma con cualquier cosa. Que con su pan se lo coman. “Ya no les vamos a dar propinas, a ver si así entienden”, dicen. Este grupo huele a rancio. Se alojan en Atypical Tv y otros espacios similares. Ni siquiera se dan cuenta que sus expresiones justifican plenamente el discurso lopezobradorista. No se ayudan ni a sí mismos.

De estos tres grupos, el único que puede comenzar con la muy necesaria autocrítica es el primero, al segundo no le conviene y el tercero ni siquiera se percata del ridículo que hace.

 

 

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