Orhan Pamuk: «De joven, decidí no dar ni recibir órdenes. Lo logré»
El Nobel de Literatura habla sobre la tradición, la modernidad, la política, el islamismo y ‘su’ tema, Estambul, la ciudad «que no pertenece a nadie»
Juan Goytisolo dice que lo que de verdad importa saber de Orhan Pamuk es que tomó la tradición de la literatura otomana, olvidada por el proyecto modernizador de Atatürk, y la trajo al siglo XXI. «Admiro y respeto mucho a Goytisolo y esa frase me gusta especialmente. Cuando tenía 30 años, empecé a leer literatura clásica otomana, poesía sufí… Me aparté del tipo de lecturas que hacían mis amigos laicos y escribí El álbum negro y Me llamo rojo… ¿Sabe esa frase de Freud? Aquello de que el sueño es una representación disfrazada del deseo reprimido… Pues eso soy yo».
Pamuk está estos días en Madrid para celebrar los 80 años de su colega Mario Vargas Llosa, al que honrará con una charla en la Casa de América de Madrid. Bajo el brazo trae, aún reciente, Una extraña sensación (Random House), su última novela traducida al español. La trama empieza con un equívoco: Mevlut es un muchacho pobre, un vendedor ambulante llegado a Estambul desde algún pueblo de Anatolia, que se enamora de los ojos de una chica de la que sólo sabe el nombre. Entonces, inicia un largo cortejo postal hasta que, por fin, la tiene entre sus brazos y descubre que todo ha sido un error, que no se ha carteado con su enamorada sino con la hermana de ésta, que no es tan guapa.
P: Yo no sé nada de literatura otomana clásica pero leo esa historia e intuyo que tiene que venir de alguna tradición antigua…
Es una historia bíblica, la historia de Raquel, que luego reaparece en la Edad Media y, más tarde, en una obra de teatro turca europeísta de 1900. Y está en La conciencia de Zeno, de Italo Svevo, sólo que Svevo dedica 600 páginas a lamentar ese error mientras que mi personaje es feliz durante 600 páginas gracias a su equivocación.
P: Recuerdo una entrevista con Claudio Magris. Decía que una ciudad le gustaba si se imaginaba teniendo rutinas en ella. Viviría aquí y cenaría allá. Usted que está tan ligado a Estambul…
Una par de veces he pensado algo así. En 2004, 2005, tuve que soportar mucha presión de los nacionalistas turcos, denuncias, amenazas de muerte, esas cosas… Y, entonces, fui a Nueva York unos meses, a dar clase en Columbia. Supongo que en un rincón de mi cabeza habitó la idea de quedarme. Me defiendo bien en inglés, así que ¿por qué no? Pero volví ¡y menos mal! Para escribir necesito meterme en los interiores de las familias, seguirlos generación tras generación y eso sólo lo puedo conseguir en Estambul. Además, es que me gusta.
P: Mevlut dice: «Llevo 40 años en Estambul; durante los 35 primeros sentía que cada vez sabía más de la ciudad. Durante los cinco últimos, siento que cada vez sé menos». Leí aquello y pensé: aquí está el meollo de esta novela.
Hay dos momentos en los que siento a Mevlut con la cercanía de un personaje autobiográfico. Me ocurre cuando sale a la calle y divaga y fantasea con las sombras y las luces de los edificios. Ahí, Mevlut es como yo, con su imaginación romántica. El otro momento es ése que usted nombra, cuando se da cuenta de que la textura de la vida ha cambiado por completo. Yo crecí en una ciudad de un millón de habitantes que hoy tiene 15 millones.
P: ¿Y el Estambul que ocupamos los turistas?
Me disgusta… pero no debo decirlo. Los turistas nos obligan a ser amables, a ser optimistas, a creer que llegaremos vivos a Europa.
P: Cuando escribe sobre Estambul, siempre está revoloteando el hueco que dejaron los que se fueron: los armenios, los griegos y los judíos.
En 1900, la mitad de la población de Estambul era de religión no musulmana. Ahora, el 99% es musulmán. Durante 80 años, asistimos a un proceso de limpieza étnica, aunque es cierto que, al menos en Estambul, los métodos no siempre fueron brutales. Los griegos se fueron pero quedaron sus barrios y sus edificios. Los ocuparon inmigrantes sirios y kurdos, gente de la Unión Soviética… Y ahora, los estángentrificando. La conclusión es que la gente viene y va, pero Estambul no le pertence a nadie, se pertenece a sí misma.
P: Siempre hay tres, cuatro momentos en sus novelas que recuerdan que usted estudió Arquitectura. ¿Es un dato relevante?
Sí. Pero más relevante es que en mi familia había ingenieros civiles. Y yo soy igual, cuando escribo necesito pilares y cálculos. Tengo colegas que pueden echarse a escribir sin tener una idea clara de lo que construyen, dejándose llevar por la inspiración poética. Los admiro mucho, de verdad.
P: Hablemos de política. En la novela se habla de las peleas entre nacionalistas y comunistas en los años 70. ¿Dónde estaba usted?
Yo era un chico burgués cuyos amigos eran chicos burgueses marxistas. Se enfadaban conmigo, decían que no era valiente, que no era suficientemente radical. Pero como mi padre me daba dinero y en casa tenía libros y los acogía, me perdonaban y les caía bien.
P: ¿Y ahora no se reprocha a sí mismo no haber sido un tío de acción?
¡No! De adolescente decidí que no iba a recibir ni a dar órdenes y lo logré. Y, además, veía que mis amigos marxistas eran muy medievales, que vivían dentro del tejido social turco, con sus tradiciones feudales. Algunos de ellos se dedicaron después a los negocios. A la publicidad, a la construcción… Y alguno recibe ahora las amenazas al Gobierno de Erdogan. Siguen siendo amigos, los quiero mucho.
P: Aquellas peleas de comunistas contra nacionalistas parecen casi un juego comparado con el dilema de islamistas y laicos.
Hay momentos en los que siento hasta nostalgia por esas luchas. Pero luego caigo en que la gente moría en esos disturbios. Moría más gente de la que muere ahora en Turquía por política.
P: Un personaje de la novela hace ese viaje, de comunista a empresario. ¿Se imagina a un chico islamista que en unos años deje el idealismo y sea un pragmático?
En este momento, es muy difícil encontrar a alguien que defienda al Gobieno de Erdogan desde una postura islamista-idealista-moral más o menos naíf. Es tan obvia la corrupción… Hace unos años, podía existir esa postura del islamista crítico y moral, pero la guerra contra el Estado islámico la ha barrido.
P: Tiendo a pensar que el islamismo es una mentira con patas cortas. Pero en su novela se ve que la estrategia del islamismo ha sido la paciencia: estar y esperar a que la gente los necesite…
Los islamistas que han triunfado en Turquía son los pacientes y los pacíficos, es verdad. Pero el problema de Turquía no es el Islam, el problema es la falta de respato a la separación de poderes, la manipulación de la justicia, el populismo…
P: El otro día leí un artículo que decía que el problema de los países musulmanes no es el Corán, que el problema es la endogamia. Eso de casarse entre primos, como ocurre en esta novela.
Algo de eso hay, la gente se vuelve un poco más conservadora porque está encerrada. Pero yo tampoco me lo tomaría muy en serio.
P: ¿Nunca le gustó una prima suya?
¿Mía? No. Pero en la familia de mi padre se casaban entre siempre entre ellos. Y tres primas suyas, tres hermanas entre ellas, fueron el fruto de esa endogamia: una tenía un ojo azul y otro verde, era guapísima. La otra era sordomuda. Y la tercera estudió Filosofía en Heidelberg.
P: Eso recuerda una frase de la última novela de Houellebecq: «El patriarcado puede parecernos horrible, pero está claro que funcionaba».
Claro que funcionaba. Los primos de esta novela son un caso de éxito clásico en Turquía. Nuevos conservadores con maneras semifascistas a los que les va muy bien en la construcción, que cuidan mucho sus relaciones con el Gobierno para tener información privileiada y que cuidan a sus comunidades con causas sociales… Les ha ido muy bien. Ahora tienen el aspecto de gente de negocios, pero, luego, en sus casas, la vida familiar es casi medieval. Las mujeres son víctimas pasivas… Yo he procurado siempre crear mujeres que luchan, lenguaraces, que pelean a través de la ironía y del lenguaje.
P: El problema en la novela es que no hay manera de estar solo en Estambul, que los primos y los cuñados están por todas partes censurando…
Mevlut llega a Estambul con 12 años como un inmigrante muy pobre. Su heroísmo consiste en que tendrá que descubrir que su manera de ser feliz es estar solo entre la muchedumbre, dentro del anonimato que da la muchedumbre. Y eso es lo que convierte en una persona moderna.
P: Estoy seguro de que su hija y sus amigos son estambulíes que viven en el gran mundo con la naturalidad de un londinense. ¿Le alegra eso o le entristece?
No, no son como londinenses. Estambul puede ofrecer una apariencia moderna a los visitantes, hay tiendas buenas y hoteles como éste. Pero el Estambul de los turistas no tiene mucho que ver ni siquiera con el Estambul de las clases altas. La desigualdad y la pobreza siguen siendo un problema que nos separa mucho de Europa. Nuestra renta per capita es un tercio de la de la UE.