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Orson Welles y su peculiar relación con Winston Churchill…

En el mundo de hoy no hay algo equivalente a este encuentro fortuito entre dos genios -por lo visto hasta ahora- irrepetibles.

Da la taimada casualidad, que opera de manera misteriosa, como opera Dios (según el poeta inglés William Cowper), que un día estaba almorzando en un hotel veneciano el señor Winston Churchill, en vacaciones obligadas gracias al electorado inglés, que había decidido no renovarlo en el cargo de Primer Ministro. De repente entró al salón comedor un joven dramaturgo y cineasta norteamericano a quien Churchill conocía gracias a una representación londinense de Otelo: Orson Welles. (Vale la pena mencionar que en esa ocasión Churchill fue al camerino a saludarlo, y a reclamarle, medio en broma, por haber recortado partes de la pieza, las cuales Churchill le recitó de memoria.)

Welles entró al mencionado salón comedor junto a un adinerado ruso a quien cortejaba para que le financiara su próximo proyecto. Hasta ese momento, el ruso no daba señas de conmoverse ante los diversos argumentos del joven norteamericano.

De repente, Churchill, que almorzaba con su esposa, al ver acercarse a Welles, lo saludó con la cabeza. El ruso quedó asombrado. El más admirado líder democrático del mundo no solo reconocía a Welles, sino que lo saludaba. El gringo supo enseguida que ya tenía asegurado el apoyo financiero que tanto anhelaba.

Al día siguiente, se encontraron Welles y Churchill en la playa; Welles le contó lo sucedido, y lo agradecido que estaba con su gesto.

Pocas horas después, en el almuerzo, entrando de nuevo Welles y su ruso al restaurante del hotel, Churchill se puso de pie y le hizo una reverencia a un cada vez más incrédulo y agradecido Welles.

Veamos a uno de los protagonistas contando la historia:

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