Orwell e hijo
Los últimos años de la vida de Orwell suelen considerarse heroicamente sombríos: las privaciones de la Segunda Guerra Mundial en Londres, la temprana muerte de su esposa Eileen en la mesa de operaciones, la escasez de los años de posguerra, su autoexilio de Londres para ir al frío aislamiento de una primitiva granja en la Isla de Jura, frente a la costa escocesa, la obstinada composición de su obra maestra de pesadilla «1984», gran parte de ella mientras estaba postrado en la cama con tuberculosis, la agonía final de su enfermedad en una serie de sanatorios, la muerte en 1950 a los cuarenta y seis años. No es de extrañar que adquiriera el título póstumo de San Jorge.
La mayoría de los lectores de Orwell saben que él y Eileen adoptaron un hijo, Richard. Y eso es todo lo que saben de Richard Blair (George Orwell era el seudónimo de Eric Blair), que ha guardado silencio durante toda su vida, hasta ahora.
¿Quién es el hijo de Orwell? Un ingeniero jubilado, que vive en un pintoresco pueblo de Warwickshire, y que tiene recuerdos totalmente felices de haber pasado sus primeros seis años en compañía del autor de «Homenaje a Cataluña» y «Rebelión en la granja«. Orwell, según cuenta su hijo, fue un padre maravilloso. Le ofreció a Richard su devota, aunque más bien áspera, atención, y un grado de libertad que los lectores de libros contemporáneos sobre paternidad considerarían justiciable. La vida de un niño pequeño con el gran escritor moribundo fue una aventura interminable en las maravillas y los rigores del mundo natural que rodeaba su casa de campo, aunque la mayoría de las experiencias compartidas que Richard todavía recuerda eran de situaciones que casi concluyeron en desastres. Una expedición de pesca a una cabaña de pastores en la remota zona de Jura terminó en una tormenta, con Orwell, Richard y sus tres primos casi ahogados en el Golfo de Corryvreckan. Orwell, luchando en el remolino que había volcado su barco, se dio cuenta de que una foca les observaba y comentó: «Qué curioso lo de las focas, son criaturas muy inquisitivas».
Esa es la voz de una persona que describió cómo era arrastrarse por una mina de carbón en el norte de Inglaterra y que recibió una bala en la garganta en España: desprendida, un poco austera, pero alerta y viva ante el mundo. Nadie ha acusado a Orwell de ser un sentimental. De hecho, tiene fama de ser una persona reservada, incluso fría, y una crítica feminista basó todo un libro en la premisa de que la visión pesimista de Orwell era producto de la misoginia y la dominación masculina.
Los hijos de los grandes escritores no son dados a las reminiscencias elogiosas. Cuando escuchamos de ellos, suele ser algo molesto, decepcionante, pero no del todo sorprendente. Por eso me complace que Orwell resulte haber sido un padre cariñoso y que sus últimos años, supuestamente sombríos, podrían haber sido los más felices de su vida.
imagen cortesía de la george orwell web source.
George Packer, redactor de The New Yorker desde 2003 hasta 2018, es autor de varios libros, entre ellos «The Unwinding: Una historia interior de la nueva América».
Traducción: Marcos Villasmil
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NOTA ORIGINAL:
The New Yorker
ORWELL AND SON
George Packer
The last years of Orwell’s life are generally thought to have been heroically grim: the privations of World War II in London, his wife Eileen’s early death on the operating table, the shortages of the postwar years, his self-exile from London to the cold isolation of a primitive farmhouse on the Isle of Jura off the Scottish coast, the dogged composition of his nightmare masterpiece “1984,” much of it while he was bedridden with T.B., the final agony of his illness in a series of sanitoria, death in 1950 at forty-six years old. No wonder he acquired the posthumous title of St. George.
Most Orwell readers know that he and Eileen adopted a son, Richard. And that’s about all they know of Richard Blair (George Orwell was the pseudonym of Eric Blair), who has kept his silence throughout his life—until now.
So who is Orwell’s son? A retired engineer, who lives in a picturesque village in Warwickshire, and who has entirely happy memories of having spent his first six years in the company of the author of “Homage to Catalonia” and “Animal Farm.” Orwell, by his son’s account, was a wonderful father. He gave Richard his devoted if rather rugged attention, and a degree of freedom that readers of contemporary parenting books would consider actionable. A small boy’s life with the great and dying writer was an endless adventure in the wonders and rigors of the natural world around their country house, even if most of the shared experiences Richard still remembers were of near-disasters. One fishing expedition to a shepherd’s hut on the remote part of Jura ended in a storm, with Orwell, Richard, and his three cousins nearly drowning in the Gulf of Corryvreckan. Orwell, struggling in the whirlpool that had capsized their boat, noticed a seal watching them and remarked, “Curious thing about seals, very inquisitive creatures.”
That’s the voice that described crawling through a coal mine in northern England and taking a bullet in the throat in Spain: detached, a bit austere, but alert and alive to the world. No one ever accused Orwell of being sentimental. In fact, he has a reputation for personal reserve, even coldness, and one feminist critic based a whole book on the premise that Orwell’s pessimistic vision was a product of misogyny and male dominance.
The children of great writers are not given to glowing reminiscences. When we hear from them, it’s usually upsetting, disappointing, but not altogether surprising. So it’s a little source of pleasure to me that Orwell turns out to have been a loving father, and that his supposedly bleak last years might have been the happiest of his life.
image courtesy of the george orwell web source
George Packer, a staff writer at The New Yorker from 2003 to 2018, is the author of several books, including “The Unwinding: An Inner History of the New America.”