Gente y Sociedad

Osos en la mira

La noticia en el Yomiuri Shimbun no precisa el nombre de la víctima involucrada en un suceso que desafía la estadísticas más delirantes: el oso que atacó a un turista español en una estación autobusera al sur de Japón, propinándole un zarpazo en la parte superior del brazo derecho.

Algo extraño porque es el primer incidente registrado en once años y permite especular que, llamémoslo Manolo – uno de los 47.889.958 habitantes de un remoto reino europeo que sufrió el percance en su primer viaje al archipiélago nipón, en lugar de cualquiera de los nativos más expuestos al ataque de una bestia local- habría sido atropellado ese día a las puertas de su casa o resbalado mientras se duchaba en su casa de Madrid, Bilbao o Barcelona.

Cierto es que por motivos absolutamente fuera de su control, los plantígrados se han visto señalados en los medios japoneses como un peligro, al punto de que un gobernador provincial asomó la posibilidad de apelar ¡al ejército! para conjurar la sedicente amenaza, responsable apenas de nueve accidentes mortales en un país donde el Alzheimer y otras deficiencias mentales liquidan a 134 personas por cada cien mil de sus 122.899.372 habitantes.

Evocando la histeria desatada hace medio siglo contra los tiburones por el thriller de Steven Spielberg, las autoridades han comenzado a distribuir instructivosa los caminantes para mantener la calma en la eventualidad de un encontronazo. Sobre todo no correr porque es imposible competir con la velocidad del animal y, llegado el caso, echarse inmóviles al piso, protegiéndose la cabeza y el cuello; y, añadiríamos nosotros, encomendándose a alguna deidad del panteón shintoista.

Así lo sugieren expertos universitarios, además de portar sprays repelentes, un silbato o cascabeles y mantenerse en grupos, sin aventurarse al alba o al atardecer, cuando los osos salen de sus madrigueras en procura del alimento cotidiano en un hábitat cada vez más urbanizado.

Y esto como reflejo del descenso en las cosechas de bellotas y nueces que hacen el bulto de su dieta, por el cambio climático responsable de inviernos más cálidos y una hibernación tardía que multiplica las posibilidades de encuentros con humanos; y la despoblación rural que torna boscosas las zonas antaño cultivadas que tradicionalmente separaban las montañas de los centros poblados.

Algo que los osos ignoran, por supuesto, y por fortuna para su tranquilidad no pueden leer en la prensa la noticia de que las autoridades se plantean incrementar el número de licencias a cazadores profesionales y militarizar en caso extremo las montañas para apaciguar el pánico de los contribuyentes.

Varsovia, noviembre de 2025

 

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