Ostentación
En el antiguo “Diccionario de Autoridades”, ostentar significa mostrar algo con boato y magnificencia. Sin embargo hoy sus acepciones más recordadas son las de jactancia y vanagloria.
En la antigüedad del español, o sea, en el Diccionario de Autoridades al que tanto acudo, se entiende que “ostentar” es “mostrar o hacer patente una cosa, para que sea vista de todos con magnificencia y boato”. Esta palabra no siempre tuvo un sentido negativo, pues “ostentación” se tomaba por la “manifestación de aquello que es digno de verse”. Así, un concurso de belleza precisa de ostentación para realizarse. En sus tiempos, Schwarzenegger ostentaba su cuerpo gordolfogelatinosamente. Un bailarín ostenta sus habilidades en algún escenario. Lo mismo hace una soprano. En el boxeo puede haber mucha ostentación aunque no siempre gana el mas ostentoso; pero eso sí, el campeón ostenta el cinturón más rimbombante del mundo. Los diplomas en un despacho de abogado o de un consultorio médico son ostentación.
Sin embargo, ya aquel antiguo diccionario le daba a “ostentación” un sentido que hoy predomina: “Se toma también por jactancia y vanagloria”.
Solo en los dislocados códigos ornamentales de la realeza europea se entiende la elegancia de los ostentosos sombreros de bodas y coronaciones.
Los militares ostentan sus condecoraciones.
Los logros, las habilidades, la buena suerte caen en la tentación de ser ostentados. En su cuento “Osatičani”, Ivo Andrić cuenta la historia de un hombre que debe repetir cierta hazaña porque la acción original no fue notada o cayó en el olvido o pasó a creerse una leyenda.
Poco gusto sentiría un escritor si recibiera una llamada así del comité Nobel: “Este año usted es el galardonado, pero hemos decidido mantenerlo en secreto”.
Hay escritores que hacen alarde de escribir un libro gordísimo; aunque por lo general, las muchas páginas son síntoma de emblablamiento. Y aquí cabe la famosa frase de Borges: “Que otros se jacten de las páginas que han escrito, a mí me enorgullecen las que he leído”, aunque podemos sospechar que orgulloso estuvo de las que escribió.
Quien se sepa de memoria un monólogo de Shakespeare buscará la ocasión para recetarlo.
A este tipo de exhibiciones también se le llama “hacer alarde” y otros tantos sinónimos.
Por eso es oportuno aquel proverbio escocés que dice: “Un caballero es aquel que, sabiendo tocar la gaita, no la toca”.
Ya he mencionado en otra ocasión a Candaules, el enamorado rey de Lidia, a quien no le bastaba tener una bella mujer, sino que quería ostentarla despojada de su túnica.
Aun las buenas acciones han de hacerse con discreción, según se lee en Mateo. “Cuando des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres”.
Nunca había interpretado este pasaje de manera literal, pero hace poco leí que algunos estudiosos “suponen que los fariseos adinerados llevaban un trompetista delante de ellos para avisar en los barrios pobres que estaban repartiendo limosnas”. No me lo creo, pero en todo caso no se trata de ostentación sino de aviso, como la campana de la basura.
Quizás los mayores actos de ostentación eran los triunfos que celebraban los romanos. Un desfile para honrar al ganador y humillar al perdedor, con procesión de miles de prisioneros y valioso botín. No faltaban algunos cautivos prontos a ser ejecutados y un emperador o general derrotado desfilando en una jaula o montado al revés en un burro.
En el libro SPQR de Mary Beard se describen varias de estas procesiones. Por ejemplo: “Cuando Emilio Paulo regresó en el año 167 a. C. tras su victoria sobre el rey Perseo, se necesitaron tres días para pasear por la ciudad todo el botín, que incluía doscientos cincuenta cargamentos solo de esculturas y pinturas, y tantas monedas de plata que se necesitaron tres mil hombres para transportarlas en setecientos cincuenta vasijas”.
Aquí me distraigo, pues en el original, Mary Beard habla de “truckloads”, traducido como “cargamentos” en la edición española. Fui a Plutarco, origen de esta información. Él habla de que el “desfile estaba programado para tres días: el primero, que apenas fue suficiente para las estatuas, cuadros y colosos capturados en la guerra, llevados en doscientos cincuenta carros”. Hace una lista de las armas incautadas a los enemigos, detalla los objetos de lujo y menciona a esos “tres mil hombres con monedas de plata en setecientos cincuenta vasos de un peso de tres talentos”, o sea, alrededor de cien kilos.
Más modestos son los triunfos de los equipos de futbol, que hacen su recorrido en un autobús turístico, llevando apenas una copa de dudoso valor estético, pero buena para ostentar en la sala de trofeos.
Muchas veces la abundancia de dinero viene acompañada de la ostentación. Apuleyo escribió en El asno de oro que “el hombre no es feliz cuando nadie tiene noticia de sus riquezas”. El hombre rico, se entiende, pues qué noticia puede dar quien no lo es.
Un famoso millonario bíblico fue el rey Ezequías. Recibió en casa a unos extranjeros y “les mostró la casa de su tesoro, plata y oro, especias, ungüentos preciosos, toda su casa de armas, y todo lo que se hallaba en sus tesoros; no hubo cosa en su casa y en todos sus dominios, que Ezequías no les mostrase”. El profeta Isaías lo amonestó, pues no hizo sino despertar la codicia de los visitantes. “He aquí vienen días en que será llevado a Babilonia todo lo que hay en tu casa, y lo que tus padres han atesorado hasta hoy; ninguna cosa quedará”. Y ya sabemos que los profetas no se equivocan.
Séneca escribe una carta a Lucilio en la que defiende la sobriedad frente a la ostentación. Él es de esos estoicos que, como Marco Aurelio, se manejan en otro nivel de pomposidad. Para exhibir su modestia, Séneca dice que la está pasando bien pese a que apenas lo atienden “los poquísimos esclavos que cupieron en un solo carruaje”. No dice cuántos son “poquísimos”, pero la mera palabra “cupieron” hace pensar que venían como sardinas. Luego pasa a hablar de la frugalidad de su comida.
Plutarco critica la ostentación de la frugalidad, habla de “las abstinencias ostentosas y estudiadas de tales cosas y las posturas arrogantes por esas abstinencias”.
Quienes acumulan dinero mal habido tienen bien desarrollados los impulsos de la ostentación. Por eso Estados Unidos los atrae como la vela encendida a las palomillas. Muchos terminan en prisión, pero siguen yendo allá. Otros, ya con barbas remojadas, han optado por España, pero de vez en cuando los extraditan. Ciertamente estarían más seguros en Bielorrusia, Vietnam o Somalia, pero desde allá no se escucharían sus trompetas.