Oswaldo Álvarez Paz / Desde el puente: El valor de la familia y de Lückert
ROBERTO LÚCKERT
Estas líneas están dirigidas fundamentalmente a destacar el valor de la familia,
especialmente el rol del Padre en la formación de la misma. Eso lo sabemos
todos, pero el mensaje está destinado a los Padres de familia que aún están al
frente. También a quienes están incapacitados por cualquier circunstancia y a los
lamentablemente desaparecidos.
Mi padre, Ángel María Álvarez Domínguez, nació en Camaguán, Estado Guárico y
junto al resto de su familia originaria se desarrolló entre esa población y San
Fernando de Apure. Entró al telégrafo muy joven. Ocupó posiciones de primera
importancia en casi toda Venezuela hasta que llegó al Zulia. Tirando las líneas
telegráficas de la Costa Oriental del Lago, en Los Puertos de Altagracia, conoció a
mi madre Hilda Paz Galarraga. Se enamoraron y casaron ya en Maracaibo, donde
nacimos los cuatro hijos de esa unión.
Murió muy joven para este tiempo, pero bastante mayor para entonces.
Desapareció de este mundo a los 64 años. Salió del telégrafo y para ese final
estaba dedicado al comercio y, entre otras cosas menores, administrando la
familia que crecía aceleradamente. Para el momento de su sorpresivo
fallecimiento yo estaba en quinto año de Derecho. No me vio graduado, pero yo
estuve muy ligado a él. Lo acompañé en varias oportunidades a Camaguán y a San
Fernando. También a la Hacienda Ceilán de don Sisoes Meléndez a su cargo y
responsabilidad, en el Municipio Baralt del Zulia, cerca de Mene Grande.
Mi padre sembró en mí la pasión por el campo en general y por la ganadería en
particular. A Fernando, el hermano mayor con apenas año y medio de diferencia
conmigo, nos enseñó a montar a caballo, a enlazar con sogas y mecates, a
ordeñar circunstancialmente las vacas, a disparar y a entender profundamente
todo lo que estas cosas significan en la vida. Jamás podré olvidarlo. Sus
enseñanzas y su ejemplo han sido muy importantes en mi vida. Un gran Padre y,
modestia aparte, el núcleo originario de una gran familia.
Buena parte de esta familia desapareció, incluido Fernando, el mayor. Pero Estela,
Iris del Valle y yo, estamos todavía a plenitud y sé que ellas comparten plenamente
todo lo dicho.
Pero el recuerdo se empaña con la tempranera noticia del domingo. La muerte de
Roberto Lückert León. Nos graduamos juntos de bachilleres en el Colegio Gonzaga
de Maracaibo. Fue jotarrecista, estuvo ya ordenado de cura en la iglesia Santa
Bárbara, frente a la sede de Copei en el Zulia. Párroco de la Basílica de La
Chiquinquirá, Obispo de Cabimas y finalmente Arzobispo de Coro. Nuestra unión y
amistad será eterna. Siempre presente en todo lo familiar. Desde mi matrimonio,
el de mis hijos, el nacimiento y bautizo de los nietos nacidos en Venezuela hasta
su eterna preocupación por mi destino político. Fue a confesarme y darme la
comunión cuando estuve preso en El Helicoide. Inolvidable.
Estoy seguro que está al lado de Jesús y María. Pendiente de todo cuanto sucede
en esta patria querida que pide a gritos su liberación definitiva. Para él nuestro
emocionado recuerdo. Nunca estarás ausente.
Gracias, Roberto.