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Oswaldo Páez-Pumar:   De Minneapolis a Brooklyn

 

El ataque a un joven discapacitado, en Brooklyn, ha traído a mi mente el recuerdo de lo ocurrido hace muy poco tiempo en Minneapolis. Los elementos comunes y los diferenciadores. Un joven es diferente a un adulto. Un joven discapacitado lo es más aún, pero si el adulto yace en el suelo y la rodilla de un policía oprime, o más bien aplasta su garganta, ya se iguala el adulto atropellado con el joven, porque está el adulto también “discapacitado” para defenderse.

Sin embargo, si el ataque no se manifiesta con la opresión de la garganta de la víctima con la rodilla de un adulto, sino golpeándole al discapacitado con una piedra en la cabeza vuelve la situación a tornarse más difícil para el joven discapacitado, porque un golpe en la cabeza con una piedra puede provocar en el mismo instante del golpe la muerte de la víctima, la opresión de la garganta sea con la rodilla o de otra manera se toma algo más de tiempo para provocar la muerte.

En los dos párrafos precedentes se puede decir que he llamado, o tratado de llamar la atención de quienes me lean en los aspectos comunes o similares en los dos incidentes, a los que no se puede llamar accidentes, porque éstos se definen cuando no es la acción humana la que los ha provocado o producido.

Veamos ahora los elementos que diferencian estos dos hechos de una manera definitiva. La víctima en Minneapolis era “un negro” y en Brooklyn “un judío”. Vaya tamaña diferencia que coloca los hechos ocurridos en el espacio de lo secundario, de lo accidental, porque desde luego el atropello a un negro reviste características muy diferentes que el atropello a un judío por varias razones.

Es la primera que los negros fueron esclavos en los Estados Unidos de América donde tuvieron lugar ambos hechos y los judíos no han sido esclavizados en los Estados Unidos de América. Es la segunda que las grandes mayorías de entre los negros que habitan en los Estados Unidos de América son pobres y las grandes mayorías de entre los judíos son ricos. No tengo ninguna prueba de lo afirmado, pero creo que “la gran mayoría” de mis lectores van a compartir lo que he dejado escrito, que no es desde luego un hecho cierto, sino solo una creencia.

La segunda diferencia, me atrevo a decir gran diferencia, estriba en que la sociedad americana y la nuestra también, está intoxicada con eso que llaman “políticamente correcto”, que no es sino un inhibidor de lo que debe ser la respuesta de todo ser humano ante los hechos que conforman nuestra cotidianidad; y que no desaparecerán por desentendernos de ellos, tratando de evitar “vernos involucrados”.

El ser humano que permite que el concepto de lo “políticamente correcto” se apodere de él, está renunciando a lo que es la esencia de nuestra humana condición; y si no es uno, dos o tres, sino la sociedad la que así se comporta, está manifestando su agotamiento y su deseo de que otras reglas definan las bases de la nueva civilización, porque la “civilización occidental”, también llamada “judeo-cristiana” ha llegado a su fin.

Yo continuaré luchando por esos valores, desde luego sin temor a los cambios y a la incorporación de nuevos valores, de nuevas visiones, puesto que lo que vivimos hoy es fruto de más de tres mil años de constante evolución. Si en los Estados Unidos o aquí entre nosotros, Venezuela, o en cualquiera otra parte de ese mundo que llamamos civilización occidental se disparan protestas por el atropello en Brooklyn del joven judío discapacitado en un modesto 5, 10, 15 o 20 % de lo que hubo con el asesinato en Minneapolis, me doy por bien servido.

Caracas, 2 de agosto de 2020

 

 

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