Oswaldo Páez-Pumar: ¿De qué o de quiénes debemos salir?
Hablábamos sobre las manifestaciones del 11 de julio en Cuba y la represión como respuesta; dejando claro que la meta no es salir de Díaz Canel, sino la liberación de Cuba del castrismo que desde luego se ha enseñoreado en Venezuela y Nicaragua y se hace presente hoy en el Perú.
Sin embargo, mientras más pienso sobre el alcance de estos objetivos, comienza a hacerse fuerte en mi cabeza la idea de que quienes luchamos por la democracia y la libertad y enfrentamos al comunismo, no tenemos como contraparte únicamente a quienes habiendo visualizado un sistema o un modelo económico-político lo lograron entronizar en Rusia en 1917 y tienen todo un siglo tratando de imponerlo en el mundo.
Como visión global de la vida, como concepción que le ofrece a toda la humanidad un modelo de vida, es claro que a lo que nos enfrentamos no es a un esquema del orden político, sino a una religión que con independencia del Dios ante el cual se postra, pretende llevarnos al estado de ordenamiento social y político que precedió a la guerra de independencia de los Estados Unidos, la Revolución Francesa y la Guerra de Independencia de las colonias españolas en América; que se tradujo, o trajo consigo, la separación de Iglesia y Estado.
Esto no lo he descubierto yo, ya ha sido afirmado desde muchos años atrás, antes de mi nacimiento. Que haya sido en Rusia donde se entronizó por vez primera el comunismo no es de extrañar, porque siendo en la Rusia imperial las figuras del Zar y del Pope aunque se tratara de dos personas distintas, “una autoridad única”, que la población rusa viera en Lenin y luego en Stalin, o quizá al mismo tiempo en los dos, “la figura única” de mando aunque se tratara de dos personas distintas, puede ser que responda a una forma de haber visto el pueblo su relación con la autoridad, lo cual explicaría que después del desplome de la Unión Soviética hayan prolongado su mando en Rusia y en Bielorrusia por tantos años Putin y Lukashenko, ambos ex jefes de la KGB, que es como decir la Gestapo, o si nos vamos muchos años atrás, la Inquisición.
A lo que nos enfrentamos entonces es a una religión que tiene como característica la imposición de su credo, porque al abarcar a la sociedad civil o política y no limitarse a sus creyentes, se impone no solo a los que asumen ese credo, sino a todos los que no lo comparten, porque al no haber espacio físico o geográfico al margen del Estado, de la organización política, quienes no compartimos ese credo no tenemos escapatoria, somos sus prisioneros. Eso explica hasta el lenguaje. Para Castro quien no compartía su credo, que es la fuente de sus políticas, era “contrarrevolucionario”.
Muchos años atrás, discutíamos en la Venezuela recién nacida a la democracia a raíz de la caída de Pérez Jiménez, sobre si el partido comunista debía o no tener vida legal en las democracias, cuya aniquilación perseguían y así lo proclamaban; y desde luego habiendo opiniones diferentes, siempre prevaleció el respeto a su existencia y a sus actividades porque eso, precisamente, hace diferencia entre la democracia y el comunismo.
La tarea por lo tanto es la defensa de la libertad, del pluralismo y no se acaba nunca. Viviremos siempre amenazados por la privación de la libertad, el triunfo hoy de los que se enfrentan a Díaz Canel en Cuba, como el de los que nos enfrentamos al castro-chavismo-madurismo en Venezuela es como todos los logros en nuestra existencia. Nada se hace definitivo porque dentro de nosotros mismos está presente el deseo de dominio, de imponernos sobre los demás y esa es otra batalla que tenemos que abordar, librar y ganar al mismo tiempo que el combate a los tiranos.
Caracas, 4 de agosto de 2021
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