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Oswaldo Páez-Pumar: Doble reencuentro

Fray Luis de León - Hablando de todo un mucho. Weblog de Lengua y Literatura

                     Fray Luis de León   

 

Me he reencontrado con mi e-mail, perdido aproximadamente por un mes, lo que provocó que varios de mis lectores me hicieran llegar por distintas vías un llamado a no cejar en la escritura de los artículos que envío haciendo uso del “Internet”. Doy las gracias a mi hijo Oswaldo que provocó el reencuentro, no sin dejar de resaltar la incompetencia del padre para manejar el instrumento, aunque lo largo del período de aislamiento de mi parte, no se debió únicamente a mi propia incompetencia, sino a la infinitamente más grande incompetencia del suplidor del servicio que como ocurre con toda dictadura al perseguir la libertad de expresión no se contenta con nacionalizar, más bien estatizar, o mejor aún, como lo definiera el historiador Manuel Caballero (q.e.p.d.), si mi memoria no me falla, “gobiernizar” a los medios de comunicación: prensa, radio y televisión;  para ser eficaz esa medida se requiere que su control se extienda a ese medio que trasciende las fronteras de los países, como lo es el “Internet”.

Estoy de nuevo frente al teclado habiendo sucedido tantas cosas que me encuentro frente a esa inmensa barrera que se llama “por dónde empezar”; y solo tengo como salida la frase a la que más de una vez he recurrido y que se sostiene en mi memoria desde la época del bachillerato, dejado atrás hace ya 63 años, y que pronunciara Fray Luis de León al reincorporarse a su cátedra en la Universidad de Salamanca después de cinco años de prisión: “decíamos ayer”.

Pues bien, decíamos ayer que “cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres” es la fórmula más sencilla y a la vez más precisa del curso de acción a seguir por parte de la oposición para poder rescatar no solamente la democracia como fórmula de gobierno, sino la vuelta de la soberanía a manos del pueblo usurpada desde el mismo día de la toma de posesión por parte de Chávez Frías el 4 de febrero de 1999, al rechazar el juramento de cumplimiento de la Constitución calificándola de “moribunda”, y hacer desfilar a las Fuerzas Armadas, dos días después, no como reconocimiento del sometimiento de esas Fuerzas al poder civil originado en la votación del pueblo en diciembre del año 1998 que lo llevó a la presidencia, sino de la fracasada asonada que el teniente-coronel y no el presidente electo, encabezara en febrero de 1992.

El cese de la usurpación significa el desconocimiento de la autoridad que pretende atribuirse a sí mismo el usurpador Nicolás Maduro y la corte que le rodea; y que se extiende a los otros poderes que la constitución contempla como “divisiones” del Poder Público Nacional que tienen “funciones propias” sin perjuicio de la colaboración que debe existir entre ellos para la realización de los fines del Estado, que no son los fines de los gobernantes.

De las viejas lecciones que aún guardo en mi memoria desde los primeros años cuando cursaba la carrera de Derecho, de lo cual hace ya también más de 60 años, es que el Derecho no solo como ciencia, sino como normativa que rige la vida social aunque su función sea la de ordenar y enderezar el comportamiento ciudadano, no puede dejar de reconocer la existencia de los hechos que atentan o contrarían lo dispuesto por la ley y por eso se hace necesaria la existencia de una fuerza que respalde lo dispuesto por la ley. Nosotros en la oposición carecemos de esa fuerza, pero persiguiendo como perseguimos la restauración del estado de derecho, lo que quiere decir “el imperio de la ley”, tenemos la fuerza que emana de la constitución y las leyes; y es en ese principio básico y fundamental de donde toma su fuerza el pueblo para proclamar el cese de la usurpación y para que los gobiernos de tantos países hayan reconocido como legítimo el gobierno que encabeza Juan Guaidó. El resto nos toca a nosotros, lo que se traduce en el desconocimiento y por lo tanto en el no acatamiento de cuanto disponga quien usurpe la soberanía que es nuestra, del pueblo, y no de sus gobernantes; ni siquiera de quienes ejerzan legítimamente, mucho menos si son usurpadores.

 

 

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