A quienes no siendo comunistas, ni estábamos dedicados totalmente a la política y ya teníamos cerca o más de 15 años de haber dejado la Universidad, con la muerte de Mao Zedong en 1978, hace ya más de cuarenta años, nos llegó la figura de Deng Xiaoping, que desde luego ya con anterioridad se había presentado a los comunistas, a los políticos en general y en las Universidades. Lo más novedoso de esa presentación fue la frase “no importa si el gato es negro o blanco, lo que importa es que cace ratones”. Era la señal de partida para que la República Popular China se apartase económicamente aunque no políticamente del comunismo, anticipándose en diez años, aunque con menos ruido, a lo que sería la independencia de las naciones europeas sometidas a la bota soviética, cuyo símbolo más relevante fue la caída del muro de Berlín, a lo que seguiría la desintegración de la Unión Soviética (U.R.S.S).
Durante este largo periplo la China se ha desarrollado como una nación capitalista sin apartarse políticamente del comunismo. Desde luego el partido comunista chino ya no es exclusivo de los proletarios y campesinos y por lo tanto el poder político no responde a los conceptos de Marx y Engels, ni de Lenin. Se trata de una estructura que tomó para sí el poder desde los tiempos del ya olvidado Mao y que otorga libertades a los chinos y a los extranjeros para que se enriquezcan, siempre que no se metan en política.
Desde luego que para los inversionistas extranjeros que abundan, siempre que se sigan con ortodoxia las leyes del mercado, poco importa cómo se estructure el poder político y el acceso a dicho poder. El poderoso caballero que es don dinero, ha estado siempre más preocupado del dinero que del poder, muy particularmente en “tierra ajena” donde si se respetan sus fueros económicos y financieros, gustan de contar con un sistema donde impere “la ley y el orden”, que aunque se expresa de esa manera, lo que se persigue en realidad es la forma inversa: primero el orden y luego la ley.
La explosión del desarrollo de China impacta a todo el que la visita y ese impacto produce una simpatía con la nación, con su modo de ordenarse y desde luego con su gobierno, esto último sin necesidad de hacer una valoración política. Es el esplendor que atrae y fascina como fascina a quien visita por vez primera Versalles, el Palacio de Invierno, o algo más simple, Disneylandia.
Ese atractivo chino o más bien de China entre las consecuencias que ha traído está el silencio que rodea la pandemia, el origen de la misma y la responsabilidad que puede derivarse de haber abierto la “Caja de Pandora”. ¿Tiene China una deuda impagable con el resto de la humanidad? Desde luego que sí y desde luego que no. Sí, porque obviamente abrieron la “Caja”; y no, porque esa deuda es de tal magnitud que resulta impagable y hay un viejo aforismo jurídico, venido del derecho romano que proclama “Ad imposibilia nemo tenetur” o sea que “a lo imposible nadie está obligado”. Debe sin embargo China una compensación a la humanidad que ha de ser cuantificada y satisfecha más que en términos de indemnizaciones, en términos logísticos, principalmente a través de recursos médicos, como sus vacunas, pues golpearía el derecho que el causante de un daño irreparable por su magnitud, pueda sacar provecho económico del daño causado vendiendo la cura. Si así fuera, el aforismo citado dejaría de tener aplicación por haber dolo en quien lo ha causado.
Caracas, 16 de abril de 2021