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Oswaldo Páez-Pumar: Maradona

 

Escribir sobre Maradona no resulta fácil, al menos para mí que me encuentro frente a tantos diferentes Maradona; y por eso me había propuesto no escribir sobre él con motivo de su muerte, ya que la muerte siempre tiende un manto de paz sobre el ya ido que inclina a quien se aventura a escribir a no decir lo que piensa, sino a honrar su partida con una bendición de despedida, similar a la que todo creyente en “una vida después de la muerte” espera encontrar para sí y desde luego para los que le preceden en la partida. Sin embargo, lo visto en televisión con tanta gente, sobre todo en Buenos Aires y Nápoles, me impulsó a escribir estas notas.

Comenzaré por decir que soy fanático del fútbol y además del fútbol argentino desde muy niño, cuando no teníamos aún televisión, pero la revista El Gráfico nos traía la historia del fútbol argentino en un momento en el cual la rivalidad entre River y Boca favorecía a River por esa delantera llamada “la máquina” integrada por Labruna, Lusteau, Moreno, Muñoz y Pedernera. A ese recuerdo infantil se une el recuerdo adolescente de jugadores argentinos que llegaron a Venezuela a jugar como importados en el Loyola, que es mi equipo; y en cuya cúspide figura Alfredo DiStefano, que llegó con el club Millonarios de Colombia a participar en agosto de 1952 en una serie internacional junto con el Real Madrid de España, el Botafogo de Brasil y el campeón de Venezuela, La Salle, reforzado por integrantes de los otros equipos participantes en el campeonato del Distrito Federal, que por primera vez se jugó en el Stadium Olímpico de la Ciudad Universitaria inaugurado a finales de 1951 en la III edición de los “Juegos Bolivarianos”.

Al terminar la serie ganada por el Madrid, DiStefano permaneció en Caracas y participó como jugador en varios encuentros con el Loyola en medio de negociaciones para su contratación, pues aspiraba a regularizar su situación ya que jugaba en Colombia sin contar con el pase de su Club el River Plate de Argentina. Aunque las aspiraciones salariales de DiStefano no eran distantes de la oferta de Loyola y fueron cubiertas, el valor del pase exigido por el River era otra cosa y finalmente lo contrató el Real Madrid y la ilusión de jugar con DiStefano se esfumó.

Perdonen mis lectores el desvío y volvamos a Maradona. No sé cuántos Maradona hay sobre los que se puede escribir. El primero es un niño nacido en la pobreza de la cual sale por sus extraordinarios dotes de futbolista, quizá para ingresar en otra miseria. El segundo es un futbolista descomunal; el tercero un hombre que sin mayores preparaciones gana mucho dinero por el fútbol; el cuarto ese mismo hombre a quien persiguen los traficantes de drogas como “cliente importante” no solo como consumidor sino, “más importante aún”, como imán para atraer una “importante clientela”; el quinto un hombre de éxito deslumbrante al lograr un campeonato mundial de futbol (Méjico 1986), seguidamente un subcampeonato (Italia 1990) y luego una descalificación en lo que pudo ser una tercera gran figuración (USA 1994).

En paralelo con su participación en la selección Argentina, que incluye además un campeonato mundial juvenil, en el cual le hizo sombra Ramón Díaz por ser el campeón goleador del torneo, lo que le impidió integrar la selección de mayores, está desde luego su carrera en los clubes que se inicia con Argentinos Juniors y tempranamente es contratado por el Barcelona. Tenía 21 años, pero había participado en el Mundial de fútbol España 82, no con mucho éxito, pero revelando su calidad futbolística. Allí figura por escasos dos años y luego viene Napoli, el club de su carrera con logros excepcionales que explican el fervor de la población al tiempo de morir.

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La decadencia es la “vuelta a la patria”, es el regreso del ídolo, sin que se sepa que se puede hacer con él, o que se puede esperar de él. Su regreso a la Argentina como futbolista fue precedido por su pase por el Sevilla en España en la temporada 92-93 y ya para ese entonces su adicción era notoria. Era el inicio de la decadencia y haría crisis en el mundial de 1994 cuando dio positivo en un examen que implicaría su separación de la selección y afectaría profundamente el desempeño de ésta. Su llegada de vuelta a Argentina no lo sitúa en el sueño de su infancia y adolescencia sino en el Newell’s Old Boys. Pero el Boca Juniors también lo recibiría aunque por corto tiempo, porque ya la sombra del ocaso se cernía sobre él y en las canchas de fútbol no era ni la sombra de lo que fue.

Vendría entonces su carrera como director técnico. Desde luego no gloriosa, comenzó en Mandiyú (¿ha oído usted nombrar a ese club de fútbol?) y luego Racing de Avellaneda y de allí con un record de 2 victorias en 11 encuentros saltaría a la selección argentina para el mundial 2010. Se trataba de una fuerza impresionante generada por el “mito”. El triunfador del mundial de 1986 contra Alemania (entonces solo la República Federal Alemana), tuvo en el hecho más notorio de ese torneo los dos goles contra Inglaterra, el uno, que ha pasado a la historia con el nombre de “la mano de Dios” y el segundo que después de recorrer media cancha dejando media docena de rivales en el suelo, lo convirtió en “general victorioso” de una “segunda guerra de Las Malvinas”.

En el mundo de las glorias deportivas siempre ha tenido lugar de privilegio, como es natural el primer logro. El primer gol anotado y para un portero el primer penalti detenido y para un equipo su primer campeonato. Es una regla que está en todo. El primer sueldo, el primer hijo. No es así en Argentina. El campeonato mundial de 1978 es inferior al de 1986, porque en 1978 había una “dictadura militar de derecha”, si hubiera sido de izquierda, quizá otro gallo cantaría.

Quizá movido por la fama que la publicidad originó, según la cual en la Cuba de Castro se había desarrollado una terapia para librar de la adicción a las víctimas de las drogas, allí se dirigió Maradona al igual que muchos otros y al igual que esos muchos otros no fue curado de la adicción; y yo casi me atrevo a afirmar que ni uno solo de los que acudieron a ese recurso fue curado, y lo afirmo porque siendo la publicidad la única actividad que los regímenes comunistas han realizado con éxito, una sola cura le habría dado por lo menos mil veces la vuelta al mundo. Desde luego Maradona sí fue catequizado por Castro. No podía Castro perder esa oportunidad, tenía ante sí a un ídolo y la posibilidad de endiosarlo y unirlo a su causa.

La causa de Maradona dejó de ser una causa futbolística y pasó a ser una causa política, por eso es indispensable que permanezca “para siempre”. En mi vida de futbolista “no profesional” y desde luego de fanático del fútbol, cuando me topé con el mejor que pudiera imaginar, que fue inicialmente DiStéfano jamás pensé que pudiera ser superado, pero vino Pelé y para mí lo logró y luego Maradona superó a Pelé y hoy Messi supera a Maradona y por supuesto Messi será superado por alguien ya nacido aunque no figure aún en los grandes clubes, o quizá sí, pero no lo hemos descubierto todavía. Si no fuera de este modo tendríamos que concluir que el futbol “involuciona”. No menciono unas cuantas luminarias del futbol europeo quizá porque en Europa se construyó eso que se llama la civilización occidental o judeo-cristiana; y aunque fanatizados los seguidores de los distintos clubes y jugadores no han llegado a la creación de “dioses”, o si los tienen son pequeñas “sectas” con escasos seguidores, mientras la sociedad global toma el fútbol como una distracción exuberante, pero distracción al fin, en la cual no les va la vida, como en un Boca-River.

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            El pueblo argentino, y en buena medida también el pueblo napolitano, encuentra en Maradona el éxito que ellos quieren como colectividad y no logran. Por eso buscan la perpetuidad del sueño, que es como excluir la miseria de la vida, aunque no hay vida que pueda desarrollarse sin altos y bajos.

La concurrencia a la Casa Rosada para darle una última despedida al “héroe” es similar a la despedida de “Eva Perón”, que hasta una ópera generó y me atrevo a “vaticinar” que no sería de extrañar que haya mañana una ópera llamada “Diego”, “El Pibe” o quizá “la mano de Dios”. Apenas terminada esa frase, me golpea la idea de que a lo mejor no es mañana, que puede estar ya escrita.

Los argentinos, cuyos ancestros son mayoritariamente españoles e italianos, desde mucho tiempo atrás consideraron a Buenos Aires, su capital, como el París de América. Tal parangón ¿parecería reflejar que no hay una empatía con la propia identidad? Lejos de mi aventurar un juicio en el que estaría diciendo más de mí mismo que del pueblo argentino, pero al hablar del fútbol y de Maradona no puedo olvidar la respuesta de Jorge Luis Borges a los periodistas que cuando Argentina derrotó a Holanda en la final de la copa mundial de fútbol en 1978, corrieron a preguntarle qué opinaba sobre el hecho de que “Argentina superara a Holanda” y la respuesta fue “Argentina superará a Holanda cuando dé un Erasmo de Rotterdam”.

Esa respuesta fue para mí desgarradora, un admirador de Borges y un apasionado del fútbol había sido colocado en el incoherente lugar en el cual todos los seres humanos estamos situados la mayor parte del tiempo de nuestras vidas, sin que nos percatemos de ello; y allí estaba yo solo frente a frente con la realidad.

¡Qué carajo importa para el bienestar del pueblo argentino el gol con la mano de Maradona contra Inglaterra en 1986 o los dos goles de Mario Alberto Kempes contra Holanda en 1978, el primero después y los otros dos antes de la Guerra de Las Malvinas!

Desde luego la emoción y la satisfacción generada por el triunfo es parte de nuestra vida. Si el triunfo es personal lo llevamos con orgullo. Si es colectivo nos unimos a él y si siendo colectivo no participamos sino con nuestro apoyo desde afuera, tenemos que buscar el modo de consustanciarnos con ese triunfo, hacerlo nuestro, es lo que ocurre hoy con Maradona y ocurrió en Brasil con Pelé, que fue declarado patrimonio de la nación lo que significó que no podía jugar fuera de Brasil por muy jugosas que fueran las ofertas. Cuando entró en la etapa de despedida ya siendo tricampeón mundial, fue a jugar al “incipiente fútbol norteamericano” con el Cosmos. Paradójico nombre de un club que competía fuera del “cosmos futbolístico”.

 

Mi agradecimiento para con Maradona por las incontables satisfacciones que su juego me proporcionó. Su picardía con la mano de Dios, no fue diferente de otras muchas que viví no solo como espectador sino como actor a favor y en contra, pero sin televisión. Él quedó filmado y lo mejor que puede aspirar de quienes lo vimos, muy pocos directamente en la cancha en comparación con los miles, quizá o sin quizá millones no directamente en los campos de fútbol, sino en la magia de la televisión. Dejémoslo descansar. Su vida no fue fácil, con un pequeño tránsito de gloria, fue de la pobreza de la infancia a la miseria del ocaso que apenas alcanzó sesenta años.

 

Caracas, 30 de noviembre de 2020

 

 

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