Oswaldo Páez-Pumar: Nada sino un hombre / Ese mismo u otro hombre
Nada sino un hombre
Ofrezco excusas al historiador Elías Pino Iturrieta por haber tomado a préstamo el título de uno de los tantos libros suyos dedicados a nuestra historia. A ese hombre de apellido Bolívar y de nombre Simón, lo hemos convertido en un Dios. Recuerdo la lectura de un libro durante el año 1972, el nombre de cuyo autor se me escapa y el título mismo del libro y todo cuanto él contiene pero no la frase “The coming of the semigod” título de uno de los capítulos, que bien pudo haber sido también título del libro mismo. El recuerdo del año 1972 se debe a que en ese entonces formaba parte de la comisión que negoció el ingreso de Venezuela al Pacto Andino y nuestras reuniones tuvieron lugar en Lima ciudad donde adquirí el libro. “The coming of the semigod” describe la llegada de Bolívar a Lima y el modo como era esperada su presencia, era la llegada de un semi Dios, quizá de Dios mismo, o de un rey que debía ser coronado.
Desde luego las proezas bélicas del Libertador merecen el aplauso y el respeto de los venezolanos y su pensamiento político también es digno de alabanza, aunque el Decreto de Guerra a Muerte de 1813 no merezca elogio alguno, pero sí su rectificación siete años después en Santa Ana de Trujillo con la firma del Tratado de Regularización de la Guerra. No resulta para mí satisfactoria la presentación de Bolívar de tantos autores que han escrito sobre él, infinitamente más documentados que yo, pero que en muchos casos nos han ofrecido sus escritos, tanto en el género epistolar que nos obliga a preguntarnos el cómo y el cuándo pudo sacar tiempo para materializarlo; y desde luego sus discursos, para deducir de ellos su vocación democrática. Es cierto que el pensamiento de Rousseau, Montesquieu y tantos otros autores están presentes en sus grandes discursos, pero acaso el Libertador fue un “ejemplar único de ser humano”, que no albergó eso que llama la atención de todo ser viviente, hombres y mujeres, el ansia de poder, de mando. ¿Era todo desprendimiento?
Creo que no faltará quienes digan que efectivamente se trata de “un ejemplar único de ser humano”, tan único que él mismo se situó junto a otros dos, como integrantes de un único trío de “majaderos” que ha dado la historia. ¿Y quienes le acompañan? Cristo y Don Quijote. Un Dios y un personaje de ficción. Es único en su especie.
¿Y a qué viene todo este discurrir? Viene, al menos para mí, en que la elevación de Bolívar al Olimpo para que more con los dioses, nos ha hecho mucho daño, porque la sucesión de imitadores, el último de los cuales fue desde luego Chávez Frías, no solo precipitó al país en el cultivo de esa divinidad, sino que además le abrió con la sola invocación de su nombre espacio a una pléyade de traficantes de la política, que aunque advertidos por el propio Bolívar de que “al amparo de las sombras no trabaja sino el crimen”, se dieron a la tarea de ampararse bajo la sombra de Bolívar con la sola invocación de su nombre.
No lo hizo Páez, que fue el líder para la separación de Colombia y la creación de la República de Venezuela que surgió a raíz del Congreso Constituyente en Valencia en mayo de 1830. La singularidad de este congreso constituyente que da origen a la República de Venezuela, llevó al jurista e historiador Simón Planas Suárez a escribir un trabajo en el cual sostenía que no se debía leer en el Panteón en la conmemoración de la muerte del Libertador el 17 de diciembre, la última proclama suya del día 7, diez días antes de su muerte, dirigida a los “colombianos” por no estar dirigida a los venezolanos, que ya formaban una nación independiente. Sin embargo, fue el mismo Páez quien planteó al Congreso y obtuvo su aprobación el traslado de sus restos a Venezuela. Según el propio Páez, del más ilustre de los venezolanos: el Libertador Simón Bolívar.
Continuación…
Ese mismo u otro hombre
¿Por qué escribí lo que escribí? Porque siento que la idolatría que rodea al Libertador genera el deseo de imitación, que como es bien sabido resulta siempre en una mala copia. Páez, el fundador de la República cuyas ejecutorias en ese período que es llamado de la “oligarquía conservadora” y que se extiende desde 1830 hasta 1846 le dio a Venezuela, en el momento en que más lo necesitaba, precisamente por ser el período siguiente a la guerra cuando todo había sido arrasado y por lo tanto todo debía ser reconstruido, el rumbo que necesitaba, el de la democracia y crecimiento económico, en esa época sin petróleo. Deliberadamente omitiré referirme a sus actuaciones posteriores, que fueron como también lo fueron en el caso de Bolívar, no obstante sus manifestaciones de desprendimiento del poder y sus poderosas razones como la de que “el pueblo se acostumbra a obedecer”, el deseo de continuar al mando, que imitarían luego los Monagas, Guzmán Blanco con sus auxiliares, el más notorio de ellos Crespo, hasta la llegada de los andinos, Castro y Gómez.
El Benemérito hasta nos dijo que a los venezolanos “había que hacerles el bien a la fuerza” y pasó 27 años en esa empresa. Simplemente quería que el pueblo se acostumbrara a obedecerle. Su muerte dio inicio a un nuevo período democrático, imperfecto desde luego. Si se quiere, imperfectísimo, pero acaso ¿podemos hablar de obra humana que no lo sea? Omitiré, no por carecer de opinión sobre ellos, los sucesos del 18 de octubre de 1945 y sus secuelas, sino para llegar más rápidamente a donde quiero llegar los cuarenta años de gobiernos civiles y los 22 de dictadura “castro-chavista”.
Como toda obra humana los gobiernos civiles se sucedieron con aciertos y errores, pero el sueño de ser un “segundo Bolívar” estaba presente. Ese sueño, no es otra cosa que poner en el devenir de Venezuela como un sello la impronta de la personalidad de los actores; y allí quedó. Nada menos que en la constitución de 1961. No habrá reelección, pero solo inmediatamente. Puede haber reelección de quienes ya fueron pero que necesitan volver para “completar la obra que les quedó inconclusa”.
Sin hacer juicio de valor en relación con la obra de gobierno de las segundas presidencias de Pérez y Caldera, lo que se desprende de sus triunfos es el agotamiento del proceso renovador de los cambios; y desde luego no puedo culpar a Bolívar de quien se conmemoró el sesquicentenario de su muerte en 1980 y se celebró el bicentenario de su nacimiento en 1983, ambas efemérides bajo el gobierno de Herrera Campíns, que sería sustituido dentro del proceso de renovación por Jaime Lusinchi. Después vendrían las reelecciones. ¿Acaso pretendo atribuir la causa de los males que hoy padecemos a los segundos gobiernos de Pérez y Caldera? Lejos de mí hacer recaer sobre una persona, en este caso sobre dos, asuntos que son el resultado del obrar de una colectividad.
Dicho esto, también habrá que decir que el inicio de nuestro proceso independentista no fue la insurrección del pueblo llano, como hoy se entiende ese término, contra el gobierno del rey de España sino de la oligarquía criolla, de la cual Bolívar era un fiel representante, contra los adelantados del rey, los virreyes o los capitanes generales; y que los criollos seguidores de Boves tardaron unos años en incorporarse al ejército libertador, con nuevo comandante, cuyo nombre no queremos mencionar.
Caracas, 28 de abril de 2021