Enero del año 2019 insufló en el ánimo de una buena mayoría de venezolanos la visión de la llegada del fin del totalitarismo que padecemos. Se cumplían 20 años de la toma de posesión por parte de Chávez Frías el 2 febrero de ese año. La consigna cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres fue recibida como si la usurpación hubiera cesado, Juan Guaidó encarnara el gobierno de transición y lo único que faltaba eran las elecciones libres, que prontamente llenaron el ánimo de algunos aspirantes a la presidencia; y por eso cada vez que los usurpadores, no solo el usurpador, llaman a elecciones hay tantas candidaturas, como si la salida de una dictadura totalitaria la pudiera provocar ella misma. Algunos aspirantes a la presidencia comenzaron a ver en la figura de Guaidó un obstáculo a sus propias aspiraciones, sin percibir que constitucionalmente la única persona que en ejercicio de la presidencia puede aspirar a ser elegido presidente, es quien la ejerce como resultado de una elección previa, porque la constitución contempla, por primera vez en nuestra larga lista de constituciones, la reelección presidencial y solo puede ser reelecto por el pueblo, quien previamente haya sido electo.
Afortunadamente las recientes declaraciones de Guaidó, aunque tardías, han dejado claramente establecido que no lanzará su candidatura cuando haya cesado la usurpación de modo efectivo y se haya establecido un gobierno de transición, aun cuando no esté presidido por él, ni mucho menos si lo estuviera, porque se lo impediría la constitución.
La población además comenzó a percibir la separación de lo conceptual con lo real. Al percatarse de que el usurpador seguía en Miraflores, me atrevo a decir que la mayoría ciudadana también percibió que la interinaria de Guaidó no tenía como hacerse efectiva dentro del territorio, aunque su reconocimiento por muchos países le había dado capacidad para ejercer esa autoridad en relación con bienes situados fuera del territorio; y entonces comenzó a tomar cuerpo la decepción.
Esa decepción generalizada en al país alcanzó incluso al gremio de los abogados, que a pesar de que a lo largo de nuestros estudios nos fue no enseñada, sino machacada, la idea de que lo que distingue a las reglas morales de las jurídicas es que el cumplimiento de éstas se impone por la fuerza, nos faltó la dedicación para explicar a la población que la designación de Guaidó tomaba sustento en el artículo 333 de la Constitución, porque el gobierno del usurpador había dejado de observar la constitución, se había convertido en un usurpador y era necesario que toda la ciudadanía colaborara en el restablecimiento de su efectiva vigencia.
En este peregrinar no ha faltado quienes hayan visto en la posibilidad de una invasión extranjera la fórmula para lograr la salida del usurpador; y desde luego esta circunstancia ha sido utilizada como medio de propaganda por tirano, como si su propia presidencia no fuera el resultado de la fuerza extranjera “cubana” que opera en Venezuela, que ha producido en el seno de nuestras fuerzas armadas reacciones múltiples, cuyos protagonistas forman parte de ese grupo de venezolanos, que sin fórmula de juicio, sufren no solo la pérdida de su libertad, sino la violación de sus más elementales derechos humanos.
Sin embargo, lo que más pesa sobre la posibilidad de liberar a Venezuela no solo del gobierno del usurpador, sino de la tutoría que sobre él ejerce no ya Castro sino el reemplazante Díaz-Canel , es aquello que anatematizó Cristo hace dos mil años “ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio”, que se traduce como el mayor obstáculo, al no asimilar lo que dispone el artículo 333, que somos todos los ciudadanos, investidos o no de autoridad, los que tenemos el deber de colaborar en el restablecimiento de la vigencia de la constitución. Si no encontramos algún curso de acción en el cual embarcarnos, procuremos no interferir, sin perjuicio de la sana crítica, el curso de acción de quienes con aciertos y errores luchan denodadamente frente al totalitarismo, con inteligencia suficiente para distinguir entre el trigo y la cizaña. Porque, podemos decir, emulando a Sir Winston Churchill, a propósito de algo muy distinto a enero del 2019, que lo que entonces hubimos, ajustando los tiempos verbales “No fue el fin. Ni siquiera el principio del fin. Pero tal vez sea el fin del principio”.
Caracas, 15 de diciembre de 2021