En las crónicas, reportes o informaciones que escribe Alfredo Maldonado, con quien me une una amistad que está próxima a cumplir 70 años, al referirse a los contagios con el Covid-19, señala entre los estados más afectados al estado Vargas “que el régimen llama La Guaira como si el resto del estado no existiera”, frase que me lleva a escribir estas líneas sobre los nombres de nuestros estados.
Cuando aún no había iniciado mi amistad con Alfredo ya había aprendido que la división político-territorial de Venezuela la conformaban 20 estados 2 territorios y un Distrito Federal que se subdividía en dos departamentos Libertador y Vargas. Los territorios Amazonas y Delta Amacuro han accedido a la condición de estados y el Distrito Federal ha quedado reducido al departamento Libertador porque el departamento Vargas también accedió a la condición de estado.
Los nombres de nuestros estados tienen diversos orígenes. Los estados Mérida y Trujillo toman sus nombres de los lugares de España de donde provenían los conquistadores y colonizadores españoles asentados en esos lugares. Táchira y Zulia lo toman de los ríos con esos nombres que se extendieron como siempre a las tierras que habitaron los hombres necesitados del agua que proveían los ríos. Así es también con Guárico y Yaracuy, pero la mayor parte de los estados y por ende del territorio son nombres que evocan a los militares que lucharon por la independencia, salvo Falcón que luchó en la guerra federal y el fallido intento de etiquetar a Barinas, con el nombre del esclavista Zamora que también guerreó en la guerra federal.
Allí están Miranda, Bolívar, Sucre, Monagas, Anzoátegui y Lara. Se nota la ausencia de Piar quien debió conformarse con dar su nombre a un distrito; y desde luego la de Páez, fundador de República de Venezuela.
En esa larga secuencia de nombres, o más bien de apellidos, no aparecen los de quienes, aportaron “la ideología de la independencia y del republicanismo” y cuyos nombres están atados a los sucesos del 19 de abril de 1810 y por supuesto al 5 de julio de 1811, que también yo omitiré porque temo dejar que algún nombre se me escape y no me lo perdonaría.
La mal llamada “revolución bolivariana” que encabezó el fallecido teniente-coronel Chávez Frías, no llegó a perpetrar el atentado contra la última señal de civismo que representa el nombre de Vargas para uno de los estados que conforman la república. En esta mal llamada “revolución”, o quizá yerro y está bien llamarla así, porque su andar es girar y girar sobre su propio eje, lo que en el fondo constituye un retroceso, ya que si todo avanza y usted permanece en el mismo sitio, en el mismo lugar, en la misma idea que ha probado una y cien veces su falta, su carencia de idoneidad para servir al progreso de los pueblos, usted retrocede aunque no lo pueda percibir.
Pero no podría ser de otro modo, si retrocedimos bajo el chavismo, bajo el “desgobierno” del usurpador, a quien acompañó el General García Carneiro como gobernador de Vargas hasta su muerte, no podía haber ninguna acción más desdichada que privar a los varguenses, de su vínculo con el doctor José María Vargas, a quien ocurrió Bolívar para entregarle la universidad y Páez para entregarle la presidencia, pero que encontraría en Carujo al primero de los “carajos” que durante casi dos siglos han pretendido, abusando de las armas que se les confían, el destino de la “res pública”, como si fuera “res privada”. En realidad como si fueran “reses”, porque en el pueblo sacian su apetito de atropellar, que no otra cosa que atropello, es el nombre de La Guaira a un estado, quizá porque la única obra visible del General es un estadio de “béisbol” ¿para los Tiburones de La Guaira? que parece que nunca lo terminarán y se inaugurará.