Gracias a Rosa María Payá, que denuncia que la muerte de su padre hace diez años fue obra de un asesinato ordenado por, los únicos que podían ordenarlo en Cuba, los hermanos Castro. Recuerdo haber escrito entonces sobre la descripción de la muerte como resultado de un accidente provocado por exceso de velocidad, provista en prisión por los sobrevivientes que le acompañaban, uno de ellos el conductor, quienes serían enjuiciados por “homicidio”. Me permití afirmar que esa descripción era la confesión de un asesinato perpetrado por los únicos que en Cuba podían hacerlo con total impunidad, los Castro; y que encontraron en los acompañantes el reconocimiento de la autoría, tal como en el caso del narcotráfico, recayó sobre el general Ochoa en 1989, unos cuantos años antes.
¿Qué pasaba entonces en el mundo y pareciera que sigue pasando, para que no muchas, sino miles de personas se sintieran llamados a solidarizarse con los Castro y con Guevara y ahora hasta con Díaz-Canel, aun cuando sus ideas y sus “ideales” sean antitéticos a los pregonados por la llamada revolución cubana? Desde luego, lo que llamo solidaridad no es la imitación de su conducta, aunque de muchos la hubo que luego se apartaron de tal línea. Me refiero a quienes pudieran ser calificados como de pensamiento antitético al castrismo, que como el propio Castro lo definiera es “comunismo”, y que sin embargo le dieron a la persona de Castro un tratamiento de respeto inmerecido; y peor aún, tolerancia a sus desmanes, que más de una vez fueron vistos como hazañas.
Rómulo Betancourt fue quizá el único venezolano que desde el primer momento marcó distancia con Castro; y no es que muchos otros no lo hicieran, sino que al momento de marcarla frente a cualesquiera de sus innúmeras tropelías, se manifestaban respetuosos de su autoridad y pudiéramos decir hasta “de su derecho a imponer su tiranía en Cuba”. Desde luego, este último derecho jamás tuvo cabida tratándose de Pinochet, aunque su dictadura haya sido brevísima -apenas 17 años comparada al medio siglo de Castro- y también desde luego sin cederle el poder a un hermano.
La duración del imperio de Castro supera incluso a la del Generalísimo Francisco Franco, que unió su voz a la de los que respaldaron a Castro; y que me aventuré a explicar por el enfrentamiento de Castro con los Estados Unidos causante de la extinción del “imperio donde no se ponía el sol”.
Cuba está necesitando un Solzhenitsyn que describa “el archipiélago Gulag” que Stalin impuso en la U.R.S.S. y que hoy impera en la isla de Cuba, sin que cause la más mínima perturbación en el ánimo de todos aquellos, que cada vez que se trata el tema de la isla o de los hermanos Castro, se sienten obligados a expresar, no solo que es un problema que deben resolver los cubanos por su cuenta, por lo que se ven obligados a repetirnos mil y una vez más, que no se manifiestan contra esa dictadura, sino que el término que utilizan para referirse a ella es la de un gobierno autónomo, cuyo males y agravios a su propia población parecería que están plenamente justificados por su enfrentamiento al imperialismo (desde luego el yanqui, y solo verbal), porque frente al soviético compartieron acciones, no solo en América, sino también en África poniendo los muertos en ambos continentes mientras la URSS ponía el dinero para mantener a los combatientes. Se preguntarán mis lectores, a que viene este escrito. Viene a que Rosa María Payá denuncia ese hecho y denuncia a la alta comisionada de las NNUU Michelle Bachelet y al Papa Francisco por la diferente forma como enjuician las dictaduras de Castro y Pinochet.