Oswaldo Páez-Pumar: Un tema apropiado para hoy
Desde la más remota antigüedad cuando los hombres dejaron de ser errantes para ir construyendo lo que llamamos la civilización, la necesidad de poner orden como requisito indispensable para que se diera el progreso, condujo a la invocación de una autoridad distinta de la persona que ejercía el poder, o a la identificación de la persona que lo ejercía con una autoridad que por estar por encima de los hombres comunes, usted y yo, debía ser acatada. Ese estar por encima de los hombres comunes representa el vínculo del hombre o de los hombres con la divinidad.
Escribo con lenguaje neutro para tratar de evitar abrir un debate sobre la existencia de Dios, simplemente reconociendo en las civilizaciones más antiguas el vínculo de la autoridad con la divinidad tal como ocurrió en las civilizaciones egipcia, sínica, sumérica, maya y otras que los lectores recordarán sin necesidad de que yo las mencione.
El caso es que en esta larga evolución de algo más de seis mil años, cuatro de esos seis anteriores a Cristo y los otros dos posteriores, durante apenas algo más de doscientos años, y también apenas en la porción del mundo que se identifica como civilización occidental que comprende Europa y América, la vinculación de la autoridad con la divinidad ha sido preterida para ser sustituida por el Estado laico, cuyo acatamiento aceptamos porque su autoridad emana de nosotros mismos.
Ese fenómeno aunque abarcó solamente a Europa hizo presa en y de América porque con la excepción de los Estados Unidos de América (como ellos se llaman a sí mismos) cuya independencia antecedió a la Revolución Francesa, todo el resto de América era dirigido por autoridades europeas, en orden de importancia: España, Inglaterra, Portugal, Francia y Holanda.
Nuestros próceres adhirieron a la tesis del Estado laico y aunque el tema de la organización de los nuevos Estados en América no descartó la posibilidad de la forma monárquica, sí descartó que esa forma pudiera derivarse “del derecho divino de los reyes”, porque ese “derecho divino” radica en el pueblo que es justamente lo que hoy llamamos “soberanía” y que en “casi” (digo casi porque no las he leído todas) todas las constituciones se proclama que “radica en el pueblo”.
Abordar este tema hoy y considerarlo apropiado, como reza el título, es precisamente porque hoy es 14 de julio fecha que simboliza la “revolución francesa” con la toma de La Bastilla. La democracia no se radicó en Francia ese 14 de julio de 1789, porque después vino Napoleón, que no fue rey sino emperador, y la democracia no logra radicarse en Francia hasta que saca de la escena al rey Luis Felipe. Los ingleses mantienen la monarquía pero con un parlamento que recoge la voluntad popular y los españoles a pesar de las intermitencias, la han rescatado en buena medida copiando el sistema parlamentario inglés.
De las viejas colonias hispanoamericanas la única que mantiene vigente la monarquía es Cuba, que ha llegado a desarrollar lo que nunca imaginó Felipe II a pesar de que tuvo un imperio donde no se ponía el sol, que es la posibilidad de reinar después de muerto como lo hace Castro, no solo en su isla natal, sino en las colonias de Venezuela y Nicaragua. Yo, que nunca he usado un arma y a mi edad no estoy en condiciones de aprender a usarla, me siento hoy 14 de julio llamado a cantar “aux armes citoyens”.