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¿Otra Constitución tramposa?

¿Contribuye a la deliberación sobre una cuestión de la más alta importancia para la nación que se descalifique de esa forma, ni siquiera en sentido figurado, un texto constitucional que ha resultado de un proceso indiscutiblemente democrático?

 

Por años hemos leído y escuchado que la Carta Fundamental que nos rige -firmada por el Presidente Ricardo Lagos y sus ministros en 2005- era una Constitución tramposa (Fernando Atria dixit). El pacto social, a cuyo amparo Chile alcanzó el mayor desarrollo humano de nuestra historia y la menor tasa de pobreza que haya conocido esta parte del mundo, habría sido en realidad un cepo, un ardid constitucional urdido para mantener atrapado en el engaño a un país completo (¿no le parece al lector que estas últimas palabras son más bien pertinentes para describir otras realidades en América Latina?).

Pues bien, el integrante de la Comisión Experta Domingo Lovera no titubeó en afirmar este domingo -en el programa Tolerancia Cero- que el texto elaborado por el Consejo Constitucional es… tramposo, por supuesto. “Su coherencia es tramposa” precisó el militante del Frente Amplio, añadiendo que “es una Constitución con letra chica”. En otras palabras, en su opinión se trataría de un nuevo armadijo para timar a los chilenos con la declaración de un catálogo de derechos sociales -esa es una de sus principales novedades-, pero cuya materialización no podría ocurrir de ningún modo, nos dice, en el caso que la propuesta constitucional sea aprobada por el electorado en diciembre.

Si se diera crédito a estos dichos, el país estaría condenado a elegir entre dos constituciones supuestamente tramposas, aunque una -la que nos rige- se habría suavizado súbitamente, al punto que ahora es la preferida por quienes hasta no hace mucho sostuvieron -o se hicieron eco- de la especie.

¿Contribuye a la deliberación sobre una cuestión de la más alta importancia para la nación que se descalifique de esa forma, ni siquiera en sentido figurado, un texto constitucional que ha resultado de un proceso indiscutiblemente democrático? ¿Contribuye a recuperar la confianza en las instituciones que la ley fundamental del Estado -la que nos rige o la que podría reemplazarla- sea acusada de semejante dolo?

Ni Atria ni Lovera son voces marginales, ni tampoco han expresado sus dichos en los márgenes de la esfera pública, sino que lo han hecho con amplia publicidad al punto que puede atribuirse al primero la idea misma de una “Constitución tramposa”, instalada desde hace años en el foro. Esta estrategia argumental le quita validez a los textos constitucionales en discusión -si son tramposos no pueden serlo de ningún modo. Y, sin embargo, vaya dilema para los electores, estos deberán pronunciarse próximamente en las urnas por uno de ellos. ¿Deberán elegir entre opciones que contienen una trampa velada, como han advertido los eminentes profesores de derecho aludidos?

Cualquiera sea el resultado en el plebiscito de diciembre, con base en esta argumentación -si ella siguiera siendo enarbolada por la izquierda- puede augurarse un futuro sombrío para la legitimidad y la confianza entre nosotros, que el país tanto requiere para reemprender el rumbo al desarrollo y al crecimiento.

 

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