¿Otro Pasok?
Nada es eterno, empezando por los reflejos de Iker y siguiendo por los apolos y venus de las pasarelas y el cine, que algún día serán arruga ex bella, o rostros embalsamados por el bótox. Lo mismo sucede en política. El Partido Socialista Italiano se fundó en 1892. Una venerable institución centenaria… que en 1994 se fue a hacer gárgaras y se disolvió. La última vez que mandó fue de 1983 a 1987, con Bettino Craxi al frente de un pentapartito, una sopa de letras italiana, que ahora con mal juicio queremos importar. Bettino, un tunante, acabó escaqueado en Túnez, huyendo de la justicia. El PSI desapareció.
El Pasok griego era una máquina implacable. En 2009 todavía firmó una mayoría absoluta. Pero en enero se hundió por completo, arrollado por una nueva marca de izquierda más radical, flamante y joven que la suya, Syriza, populismo en vena. El legendario Pasok cayó al 4,7% de los votos y hoy es residual. En política, a veces, el poder está separado de la irrelevancia por un papelillo de fumar. Un par de malos pasos, que parecían inocuos desde la soberbia del mando, y la marca implosiona (véase la UCD).
Al PSOE y sus medios cabe reconocerles que han enmascarado de manera brillante sus lamentables resultados. En las autonómicas de 2011, el Partido Socialista había sido vapuleado con su peor registro. Pero ahora, aunque apenas se cuente, Sánchez ha logrado el meritorio hito de empeorar aquel descalabro, con medio millón de votos a la baja.
Se habla del papelón de Rajoy. Con razón: ha llevado a su país del pozo al mayor crecimiento de la UE, pero que al tiempo ha enojado a sus votantes con su inhibición ideológica y la parsimonia ante la corrupción. ¿Cómo se arregla eso? Difícil. No existen los cursos «Simpatía en seis meses» de la Señorita Pepis. Sin embargo la encrucijada de Sánchez es todavía más delicada, porque se está jugando la propia existencia a futuro de su partido. Su disyuntiva es endemoniada. Debe elegir entre llegar al poder con el apoyo de Podemos y grupúsculos nacionalistas, u optar por renunciar allí donde no ganó y adoptar un perfil institucional y centrado, facilitando que gobierne el partido más votado y el que más se parece al PSOE, que en realidad no es Podemos ni Ada Colau, sino el PP.
Huelga decir que Sánchez optará por bodas exprés con Podemos y los separatistas y proferirá grandes anatemas contra el PP. Pero ese paso, hoy tan alegre y gallardo, puede suponer a medio plazo el principio del fin del PSOE, en riesgo de repetir la parábola del Pasok. Si el PSOE equivale en la práctica a Podemos, ¿por qué no votar directamente a lo nuevo, virginal y guay? Además, jugando en el campo de la izquierda total, los bolcheviques siempre han derrotado a los moderados mencheviques.
El PP tendrá que pasar la purga del tío Benito y puede perder o ganar las generales. Pero seguirá existiendo: es el único partido conservador y el único grande que defiende sin ambages la unidad de España. Pero el PSOE va a abandonar la centralidad para competir a codazos por la izquierda más esquinada. Por ahí va de cráneo. Eso ya lo hizo el PSC. Hoy sombra espectral de la robusta estampa de sus días moderados. Pan para hoy.