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Otro vendaval en Ecuador

En los últimos años al menos tres presidentes han sido depuestos como consecuencia de movilizaciones masivas que los han sacado del palacio del Carondelet en Quito

Todo lo que emana de Diosdado Cabello, el segundo hombre fuerte en Venezuela, destila un aire siniestro. En medio de la grave crisis política que atraviesa Ecuador, el dirigente chavista ha dicho, con sorna, que últimamente «ha habido una brisita bolivariana» que recorre a los países de la región.

Tanto Cabello como Nicolás Maduro se frotan las manos ante las revueltas que desde hace días paralizan gran parte de Ecuador. Cuando el presidente Lenín Moreno anunció la eliminación de subsidios al combustible como parte del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional a cambio de un crédito de 4.000 millones de dólares, era cuestión de tiempo antes de que se produjera el estallido social. No es la primera vez que sucede en el país andino.

En los últimos años al menos tres presidentes han sido depuestos como consecuencia de movilizaciones masivas que los han sacado del palacio del Carondelet en Quito. Abdalá Bucaram (1997-1998), Jamil Mahuad (1998-2000) y Lucio Gutiérrez (2003-2005) no pudieron contener la fuerza de la Confederación de Entidades Indígenas que, de acuerdo a datos oficiales, representa el 7% de la población total. Trasladándose desde las provincias y puntos recónditos, la llegada a la capital de este grupo descontento con medidas tal vez necesarias pero impopulares, es el preludio de una sacudida social que pone a temblar al presidente de turno.

Evitando correr la misma suerte de algunos de sus predecesores, el que fuera vicepresidente y discípulo del ex presidente Rafael Correa se ha refugiado con su plana mayor en la ciudad costera de Guayaquil, con la esperanza de resistir el embate atrincherado en el centro económico mientras la capital política queda a la merced de los manifestantes.

Desde su guarida temporal, Moreno procura mantener el control con un toque de queda y medidas de excepción. A su vez, denuncia que las protestas y el vandalismo en las calles están alentados desde el exterior por el propio Correa (hoy su archi enemigo) y el eje del socialismo del siglo XXI que éste impulsó junto con Hugo Chávez y Evo Morales.

Lo cierto es que Correa, refugiado en Bélgica para evitar ser enjuiciado en Ecuador por cargos de corrupción y abuso de poder, no le perdona a quien en su día fuera su protegido que se apartara del populismo de izquierdas que pretendió perpetuar durante su mandato a lo largo de una década. Moreno sorprendió a propios y extraños cuando, poco después de ganar las elecciones en 2017, se desligó de la vocación absolutista de su mentor y de las alianzas con los revoltosos bolivarianos.

Entre las primeras medidas que impulsó Moreno fue la de celebrar un referéndum que dio al traste con la aspiración de su antecesor de establecer la reelección indefinida. De ese modo abortaba la posibilidad de un retorno de su antiguo preceptor para hacerse nuevamente con el poder y no soltarlo. Muy pronto el nuevo gobierno lanzó una ofensiva anti corrupción y el entorno de Correa, tocado por la trama de Odebrecht, fue cayendo poco a poco.

Con vídeos en las redes sociales que buscan agitar a las masas en su país natal, Correa desafía a su hoy adversario y augura su final haciéndole coro a Maduro y Cabello. Los del socialismo del siglo XXI son como Nosferatu. Para subsistir necesitan chupar la sangre hasta secar a sus enemigos.

Entretanto el movimiento indígena, que niega ser un títere de Correa (a quien tacha de «oportunista») y denuncia la presencia de «infiltrados» violentos, una vez más avanza imparable desde la selva y la sierra. Ríanse de la tóxica «brisa» bolivariana frente al vendaval humano que se aproxima al abandonado Palacio de Gobierno.

 

 

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