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Otros guiones

El Gobierno mexicano cree que la imagen del país no la construyen las noticias o las experiencias de quienes viajan a nuestro territorio, sino las ficciones sobre México

Marcelo Ebrard lo tiene clarísimo: la imagen de México en el extranjero se ha visto afeada por la proliferación de series televisivas que retratan el omnipoder del narcotráfico en la vida nacional (y por el éxito incontestable que han tenido entre audiencias de todo el mundo, desde luego, porque en caso contrario nadie se preocuparía). Para el canciller mexicano, el país debería enfocarse en promover “otros guiones”, es decir, en venderle al mundo, mediante la ficción, una imagen positiva y desligada de los estigmas de la violencia, la corrupción y el crimen que acompañan fatalmente al narco.

Esto que dice Ebrard no es nuevo. Suena a los señalamientos que hemos oído una y otra vez por parte de un sector bastante conservador de los analistas (y espectadores) televisivos, que sostiene que el deber de la ficción es fungir como emisor de “valores” y “mensajes” (y digo “conservador” porque se trata de una idea vieja y enraizada, aunque a veces quienes la enarbolen sean presuntos progresistas, para quienes el problema no es que una obra sea un panfleto, sino que ese panfleto no afirme lo que ellos prefieren oír). Evidentemente, la idea de que la ficción es solo un subgénero de la enseñanza moral no tiene que ver con la estética ni con el pensamiento crítico. Pero en este caso adquiere una dimensión mayor porque no se trata del dicho de un señor en un café o del tuitazo del espectador enojado porque en su programa de la noche hubo demasiados balazos o muchas escenas de cama, sino de una declaración del canciller mexicano en un evento oficial (en este caso, la instalación del Consejo de Diplomacia Turística, el pasado viernes). Y deja en el aire un par de cuestiones de interés.

La primera es curiosísima: el Gobierno mexicano cree que la imagen del país no la construyen las noticias nuestras que trascienden al mundo o las experiencias, buenas o malas, de quienes viajan a nuestro territorio, sino las ficciones sobre México (y aquí digo “el Gobierno” porque hemos de suponer que si el canciller, que es uno de los hombres de mayor confianza del presidente, dice algo así, es porque ha meditado y discutido el tema y tiene autorización para tomar cartas en el asunto, cosa que parece dejar en claro su frase: “[Hay que] promover otros guiones. Se puede y se debe y queremos hacerlo”. Y como al Gobierno no le gusta lo que dejan entrever del país esas ficciones, se declara dispuesto a intervenir para que la construcción de imagen no se incline hacia un lado realista pero desalentador, sino hacia otro (verosímilmente, la imagen de un sitio cálido, pacífico, pintoresco, a donde los turistas pueden viajar sin problema para gozar del patrimonio natural, arqueológico, artístico y gastronómico, etcétera; es decir, el país de los comerciales turísticos).

La segunda cuestión no es menos peculiar. Y es que las palabras del canciller confunden la causa con el efecto. Porque el problema es el omnipoder del narcotráfico en la realidad mexicana y la hiperviolencia y la corrupción y los desastres cotidianos que provoca, y no el reflejo o el registro de todos esos males en la ficción. ¿La imagen de México como un país bajo el pie de un crimen organizado solapado por un Estado corrupto no la ha creado (y la sigue creando) la realidad y no unas pocas series de tele? ¿Y de qué va a servir promover “otros guiones”, incluso si fueran buenísimos, si la terca realidad no cambia? Me temo que de muy poco. No se trata de cambiar la tele: se trata de cambiar el país.

 

 

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