Cultura y Artes

Pablo Milanés, ¿defensor de la libertad o juglar de la opresión?

 unnamedPablo Milanés en su primer concierto en Miami, en la American Airline Arena, el 28 de agosto del 2011. Pedro Portal El Nuevo Herald

Pablito Milanés canta el sábado 17 de septiembre en Miami. ¿Quién lo iba a decir? El autor de Yo me quedo en la casa de los que nos fuimos. No hay por qué echarle a perder el disfrute a sus admiradores. Que venga. Que cante. Que llene el teatro. Pero faltaríamos a la necesidad de estos tiempos y al espíritu de Miami si no habláramos del enorme peso político de este concierto. Quiera o no quiera Pablito.

Silvio y Pablito son los máximos representantes del Movimiento de la Nueva Trova. O sea, los más talentosos, aclamados y agresivos apologistas de la peor dictadura que hayan sufrido las Américas y una de las peores del mundo moderno. A lo largo de más de cuatro décadas, sus canciones, declaraciones, actitudes y omisiones los situaron en completa oposición al ansia de libertad de los cubanos y, en particular, a la razón y carácter de la disidencia y el exilio.

Sin que nadie se atreviera a decirles “desafinas aquí”, “mientes acá”, “esta canción es pésima”, ambos gozaron de privilegios, fueron aupados por el descomunal aparato comunista de promoción global, actuaron de manera regular en consonancia con los servicios de inteligencia castristas como agentes de propaganda y cumplieron los compromisos internos y externos inherentes a tan altas funciones.

Por supuesto, de Pablito no hay que esperar una retractación. Ni hacerle un mitin de repudio. Ni pedirle una canción a los disidentes, los presos políticos, los fusilados, los torturados. Muchos, pero muchos más presos políticos, fusilados y torturados de los que produjeron todas las dictaduras de derecha en América Latina contra las que Pablito, henchido de legítima furia, levantó su formidable voz. Si la tragedia de los cubanos no forma parte de su amplio repertorio, allá él. Eso sí, nadie puede pretender que lo recibamos como si no nos diéramos cuenta.

En los últimos años, Pablito ha hecho declaraciones críticas sobre la dictadura. Estoy seguro de que algunas de estas críticas habrán levantado ronchas en las altas esferas. Ninguna, sin embargo, afecta el centro real del poder. En principio, son opiniones desde el punto de vista de un revolucionario que elude la raíz del problema y la única persona en la raíz del problema: Fidel Castro. Cuesta trabajo creer que un hombre de tantas luces yerre el foco por tanto tiempo.

¿Qué significa, para Pablito, ser revolucionario? ¿Oponerse a la influencia norteamericana en la Cuba republicana pero regocijarse en el brutal servilismo de Castro a la Unión Soviética? ¿Celebrar el retorno de la democracia en Chile, Uruguay y Argentina pero ignorar el calvario de los suyos por conquistar los más elementales derechos? ¿Solidarizarse con la lucha de los remotos vietnamitas pero callar sobre su propia y carnal experiencia en los campos de trabajo forzado de la UMAP? ¿Llorar la muerte de Víctor Jara pero participar en los violentos actos de repudio contra su amigo y compañero de la Nueva Trova, Mike Porcel? ¿En la resbalosa ambigüedad del término, qué es ser revolucionario para Pablito? ¿Un defensor de la libertad o un juglar de la opresión?

De vez en cuando, escucho Yo me quedo. Me recuerda algo que no debo olvidar jamás. Su letra resume el reductor desdén oficialista hacia los que huyen de la dictadura. El equivalente lírico a los palos que la policía da en la calle. Una canción, como otras del Movimiento de la Nueva Trova, banal y siniestra. ¡Qué suerte tuve de poder escapar! Ojalá me hubiera ido antes. A fin de cuentas, en Miami, Cuba suele ser más Cuba que en La Habana. Pero tú, Pablito, te quedaste (tú todavía sigues) con Fidel.

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