LA HABANA, Cuba. — Pablo Milanés, el artista que en los últimos años se ha desmarcado de la dictadura y que no ha tenido reparos a la hora de reclamar libertades y justicia sin importar las consecuencias, ofrecería un concierto en La Habana, en una sala con capacidad para más de 2 000 personas, pero menos de 100 lograron comprar los tickets de entrada.
La administración del teatro no solo había limitado la venta a cuatro boletos por comprador, sino que, además, se reservó unas 1 700 papeletas, las cuales distribuyó entre lo que denominó “organismos estatales” —aunque en ningún momento aclaró cuáles fueron estos o si se trató de una iniciativa propia de la institución cultural o el cumplimiento de una orden que recibieran de donde las decisiones, aunque ajenas, no llevan discusión, solo acatamiento—.
Pero, a falta de una nota donde se aclare el destino de los tickets “de regalía”, hay suficiente suspicacia y malas experiencias entre los cubanos para intuir lo que sucedió, más cuando hace apenas unos días el concierto de Carlos Varela concluyó bajo reclamos de libertad por parte de un público contra el cual la policía no pudo hacer nada, no solo porque era mayoría la que gritaba a todo pulmón y aquello hubiese sido una masacre, sino porque quizás el régimen no se lo esperaba, quizás confiado en el efecto “disuasorio” de las abusivas condenas contra los manifestantes pacíficos del 11 de julio de 2021.
Es evidente lo acontecido en este caso de Pablo Milanés. Ha bastado con averiguar en las calles para saber quiénes habrían de ser esos casi 2 000 “invitados”, que ahora en la Ciudad Deportiva —con capacidad para multiplicar esa cifra varias veces— pasarán a ser muchos más entre estudiantes de las escuelas militares, soldados, policías, todos vestidos de civil y debidamente instruidos sobre qué hacer cuando “la situación lo requiera”. Incluso, hasta les han pasado el guión sobre los carteles que deben alzar, las consignas que han de gritar y hasta las camisetas que deben vestir, todas con etiquetas oficialistas impresas, de modo que no queden dudas (a la prensa extranjera, porque a nadie más pueden engañar en Cuba) sobre la “popularidad” de un gobierno cada día más aborrecible, porque el término “impopular” hace décadas dejó de servirle.
Y no solo han buscado sustituir al público con una turba de represores, sino que han acuartelado desde hace días a cientos de uniformados de tropas especiales y, como consecuencia, han ocupado buena cantidad de recursos en virtud del temor a un concierto que ellos mismos han organizado, aunque no para que escuchemos a Pablito, sino para proyectar ellos —tan cavernícolas en cuestiones de democracia— una imagen de “buenas personas”, esa que odian, pero que igual necesitan ahora que tienen la soga mucho más enredada en el cuello y desde Washington comienzan a soplar, nuevamente, los aires de aquel malogrado deshielo.
No por casualidad han llegado en unas pocas semanas este concierto y el de Carlos Varela, así como el homenaje de la EGREM a Chucho Valdés, tres voces contestatarias que, sí, han sido más que claras al expresar lo que piensan, pero que tampoco son las de activistas y artistas con posicionamientos radicales de oposición y lucha frontal contra el régimen, y precisamente por eso han sido las elegidas para ellos, tan retrógrados, meterse chapuceramente en el papel de “aperturistas”, de “tolerantes”, de tipos que no guardan rencor, cuando, en realidad —conociéndolos como los conocemos—, lo que tienen es ganas de encerrarlos a los tres y tirar la llave al mar, o al menos censurarlos de por vida, como han hecho y continuarán haciendo con los artistas contestatarios, disidentes y opositores de menos visibilidad internacional.
Si en algo han sido “continuidad” estos tipejos barrigones de ahora es que continúan siendo igual de represores como de chapuceros y tramposos, tal como fueron sus amaestradores, perdón, quise decir “maestros”.
Lo que intentan hacer ahora con Pablo Milanés es lo mismo que han venido haciendo durante 60 años cada vez que, para congraciarse con la Casa Blanca, han querido fingirse “tolerantes”, aunque apenas para una opinión pública “externa” que se conforma con la noticia oficial pero, muy convenientemente, ignora su trasfondo.
De modo que, en unas horas, si finalmente se diera el concierto de la Ciudad Deportiva —porque hasta han pensado en “suspenderlo por lluvias” o por lo que sea, eso lo sabemos—, posiblemente Pablo Milanés termine rodeado no solo por el público que lo admira y que él espera para cantarles después de mucho tiempo, sino por miles de represores disfrazados de civiles, a la espera de otra “orden de combate”, quizás peor que la anterior.
Habrá que esperar para ver qué sucede, aunque lo cierto es que, por toda Cuba, de una punta a la otra, solo he visto en los últimos días gente ansiosa por saciar el hambre, por tener electricidad, por emigrar, por vivir una vida normal no allá lejos de aquí, sino en la patria que los vio nacer, y que es la que desean para morir, aunque con dignidad. Gente a la que, contrario a lo que dice la dictadura, no hay que pagar ni un centavo por gritar “Libertad”, por pedirla a gritos tantas veces hasta quedar sin voz, hasta que la palabra se torne realidad.