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Paciente o doctor, Quijote siempre

Ilustraciones de Gustave Doré del Quijote de Miguel de Cervantes, Placa I. 1863

 

1. A más de cuatrocientos años de la muerte de Miguel de Cervantes, su libro, Don Quijote de la Mancha, sigue siendo pavimento y cielo de nuestra lengua. Quien lo lee lo hace suyo y quien no lo ha hecho todavía sabe que igual le pertenece y por eso recurre, recurrimos todos, a los arquetipos que el libro alguna vez presentó y el tiempo ha sedimentado. Es sencillamente una forma de celebración a la que también se suma la medicina invitada por Cervantes quien, hijo de cirujano y bisnieto de médico, ya en el primer capítulo de su libro le atribuye a Alonso Quijano la pérdida de la razón.

2. A partir de la incapacidad de Don Quijote de distinguir la ficción de la realidad, sobre el retablo descabezado de maese Pedro, iniciamos un recorrido fragmentario con la intención de asomar la posibilidad de que Alonso Quijano sea un personaje sano, en el que Miguel de Cervantes inocula todas las formas conocidas entonces de locura para llevar a buen puerto su libro y que nosotros, sus lectores, podamos reír, aprender y disfrutar e incluso creer que los caballeros andantes existen.

3. Don Quijote de la Mancha es un tratado vivo aunque irreal de psiquiatría en el que las enfermedades parasitan a diestra y siniestra el esqueleto psíquico de los personajes. En un capítulo sí y en el otro también. Esto sucede porque el protagonista verdadero no es Don Quijote sino la enfermedad que lo atenaza. El libro en sí es una fiesta de la locura a la que todos estamos invitados, no para juzgar ni diagnosticar sino para enloquecer también o para pedir, como hace permanentemente Cervantes al introducir nuevos elementos patológicos en sus personajes, que la fiesta no termine, que página tras página la locura continúe hasta convencer al lector de que la mujer más bella y virtuosa del mundo se llama, se sigue llamando, Dulcinea del Toboso. Nosotros los médicos pacientes, los lectores enfermos, locos para siempre después de haber leído el Quijote.

4. ¿Es entonces posible la revisión del Quijote con ánimo patográfico? ¿Profundizar en los delirios fundamentales de Don Quijote y en la intermitente estupidez de Sancho Panza? Seguramente, sí. La forma más correcta en el sentido historiográfico sería trabajar con las herramientas de las que disponían la medicina y la psiquiatría de su tiempo. Otra, muy divertida, es hacerlo con conceptos que la medicina y la psiquiatría manejan en la actualidad. Pasaríamos así de la “simple” melancolía a la melancolía delirante. De allí al trastorno de ideas delirantes, al posible trastorno bipolar o al síndrome confusional que, dependiendo de qué hospital, le arrebataría el paciente a la psiquiatría y se lo entregaría a la medicina interna.

5. Sin embargo, a la hora de adentrarnos en un libro como médicos, buscando signos y síntomas, identificando patologías, diagnosticando enfermedades a las que no se les podrá ofrecer ni siquiera remotamente alivio, hemos de ser cautos para evitar que nos suceda lo que al personaje de El alienista, de Joaquim Machado de Assis (1839-1908), quien, puesto a juzgar desde la psiquiatría del siglo XIX la realidad de un pueblo del interior brasileño, terminó indicando uno tras otro tantos ingresos hospitalarios hasta darse cuenta de que él, el psiquiatra, el alienista, era el único habitante del pueblo que estaba fuera del hospital.

6. Quizá como eufemismo de locura suele atribuírsele a Don Quijote el ser portador de una extraña melancolía. En la psiquiatría clásica la melancolía se asocia al desplazamiento del estado de ánimo hacia el polo del displacer y la tristeza, lo que actual y comúnmente llamamos depresión. Hay en ella profunda e inmotivada tristeza, bradipsiquia, ausencia o abolición de asociaciones, disminución del deseo. La actitud del paciente es característica: inmóvil, con la frente fruncida, la mirada apagada y sin brillo. Así, de tal forma, pocas veces hemos visto al Quijote, ni en la primera ni en la segunda parte del libro del que es personaje. Sin embargo, ¿acaso el paciente psicótico no usa como sinónimos o eufemismos sempiternos de su mal la depresión y la tristeza? Más de una vez nos hemos encontrado con pacientes que no saben llamar psicosis a su locura y utilizan eufemismos para referirse a ella: ansiedad, depresión, nervios. Hay también una variante de la melancolía simple: la melancolía delirante, en la que predominan las representaciones mentales absurdas. Desde una perspectiva más actual sería una depresión con síntomas psicóticos: alteraciones de la percepción y del pensamiento. Don Quijote, como algún paciente neuro-oftalmológico de Oliver Sacks, percibe de manera alterada la realidad y la hace encajar en sus delirios: el de ser caballero andante y, como consecuencia de esto, sentir la necesidad de liberar a los oprimidos y propiciar luego que estos presenten sus respetos a Dulcinea del Toboso. Este, el del amoroso que concibe a su amada como la mujer más bella y respetable, es el delirio más irreductible de Don Quijote. Pero no lo convierte en loco, porque a todos nos pasa o nos ha pasado alguna vez. Melancólico es Cardenio o, en el capítulo XVIII, el caballo Rocinante, al depositar el cuerpo de Don Quijote en la puerta de la venta: «melancólico y triste, con las orejas caídas».

7. Otro asunto a considerar es el dolor, el sufrimiento. La enfermedad mental suele producirlo en el paciente y su entorno. ¿Es así en este caso? Imposible saberlo, estamos hablando de cosas que suceden en el papel, no en la realidad. Si nosotros identificáramos dolor en Don Quijote habríamos caído en la misma trampa en que él cayó, en que Cervantes lo hizo caer, al proponerle la lectura de los libros de caballería y no distinguiríamos la realidad de la ficción. Pero incluso así es necesario preguntarlo: ¿hay dolor en los hechos narrados por el manco de Lepanto, hay sufrimiento en esas escenas? En el caballero andante nada de eso hemos visto todavía, quizá sí en sus familiares y amigos: la hermana, la sobrina, el cura.

8. Así, médicos y filólogos hemos diagnosticado al personaje. Melancólico por deprimido, ingenioso por maníaco, delirante por psicótico. Abusando del recurso cervantino, buscando signos y síntomas, identificando patologías y comorbilidades, diagnosticando enfermedades a las que no se les puede ofrecer ni siquiera remotamente alivio, hemos destripado las neuronas de un personaje literario. Por si fuera poco su cuerpo todavía yace sobre la camilla (¿de urgencias?, ¿del instituto forense?) en la que nos lo ha dejado Cervantes. Es una posibilidad mucho más que probable. Quizá la locura no sea la única enfermedad de Don Quijote y, por ello, antes de la valoración por psiquiatría o simultánea a ella, un médico actual solicitaría una tomografía y luego la valoración traumatológica, hematológica, neumológica, de medicina interna, de medicina digestiva, de la mayoría de las especialidades médicas disponibles.

9. La alteración psíquica de Don Quijote no es continua ni permanente. Es dinámica. Esa locura intermitente ¿acaso corresponde a lo que ahora se conoce como síndrome confusional? En él, la afectación psíquica del paciente es consecuencia de un desequilibrio orgánico y, cuando éste se corrige, el paciente alcanza la lucidez. ¿Es acaso Don Quijote un paciente de traumatología? Recordemos el peso de su traje, las caídas y múltiples palizas que sufre y recibe. Un mozo de mulas lo golpea en el capítulo IV, un grupo de arrieros hace lo mismo en el XV y otro arriero enamorado en el XVI. En el XVIII, le llueven guijarros (disparados con fonda por pastores) que quizá le rompen alguna costilla. Estamos solo en la primera parte. Paremos, por favor, de contar. ¿O un paciente de medicina digestiva? Las continuas contusiones, que reciben él y su escudero, hacen que Don Quijote recuerde, para alivio inicial de Sancho y luego para su martirio, el bálsamo de Fierabrás: vino, sal, aceite y romero hervidos. Se lo vende como una panacea, capaz de curar cualquier tipo de dolor o quebranto. Pero cuando tras prepararlo toca ingerirlo el efecto es emético en Don Quijote proporcionándole, luego de probable hipotensión, alivio. Pero a Sancho Panza le produce vómitos y diarrea. ¿O padece un enfisema pulmonar? ¿Qué tiene que decir la neumología al respecto? O una anemia carencial, que seguro la tiene. ¿Podemos solicitar la valoración del hematólogo? Es una especulación deliciosamente literaria, que mezcla corazón y amor, pero Don Quijote se describe a sí mismo como cardiópata cuando le escribe a Dulcinea del Toboso «el llagado de las telas del corazón, te envía la salud que él no tiene». ¿Acaso podemos solicitar la valoración del cardiólogo? Es imposible, carece de sentido diagnosticar a los personajes de este libro. Don Quijote de la Mancha es un tratado vivo aunque irreal de medicina.

10. Insisto, por tanto, en plantear la posibilidad de que Don Quijote sea un individuo sano que juega a hacernos creer en una posible locura para que su creador, Miguel de Cervantes, lleve a buen puerto su libro y nosotros, sus lectores, podamos reír, aprender, disfrutar e incluso referirnos a Don Quijote como a un personaje de la realidad y no como al constructo de un escritor brillante y manco, viajero, nieto de médico y deslenguado. En esta última versión la patografía se habría multiplicado y la medicina y la psiquiatría de nuestro tiempo nos apuntarían entonces a todos nosotros, sus legítimos y siempre posibles pacientes, lectores como Alonso Quijano de novelas de caballería.

11. Propongo entonces atribuir un rol terapéutico a Don Quijote. Nos ha cegado durante siglos su locura, real o falsa aunque siempre inventada, y nos hemos negado a pensar en la posibilidad de que Alonso Quijano sea compañero, que esté sentado en el mismo lado del escritorio que nosotros y nos toque salvar la guardia juntos. Pero helo aquí reinventando el bálsamo de Fierabrás, diciéndole a Don Lorenzo que un caballero andante, entre otras cosas, «ha de ser médico», abordando terapéuticamente a Cardenio y a Sancho Panza, automedicándose hasta llegar al lecho de muerte o pagando moneda sobre moneda todos los estropicios de la segunda parte. Este Quijote compañero parece mucho más maníaco que melancólico. Delirante casi siempre. Cauto y acertado en algunas ocasiones. Quizá está loco, pero ahora sabemos que su cantada patología no le impediría ser médico y esto ya no depende de Cervantes. En todo caso, si así fuera, si a Alonso Quijano le confiriéramos el título de médico en el aula magna de esta página podría ser llamado Doctor Quijote, pero nunca dejaría de ser Don: Don Quijote de la Mancha.

 

 

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