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Palabra de Kissinger, el último de la guerra fría

Dicen que nunca ha sido capaz de ver más allá de ella. A sus 99 años, el intelectual, burócrata, Nobel de la Paz, asesor de la élite wasp de EE.UU. responde sobre el mundo que ayudó a configurar coincidiendo con la gira de promoción de su decimonoveno libro, «Liderazgos».

Devoto de EE.UU, llegó alló con su familia huyendo de la Alemania nazi

 

«Señor Kissinger, cuando usted nació, Lenin estaba todavía vivo». El dato del ‘Der Spiegel’ lanza atrás en el túnel del tiempo, el de la larga biografía de un hombre que ha configurado el orden mundial junto a otros como Konrad Adenauer, Charles De Gaulle, Margaret Thatcher, Lee Kuan Yew o Anwar Sadat, por supuesto Richard Nixon, a los que ahora descifra en su decimonoveno libro, «Liderazgo», cuya promoción ha llevado al legendario ex secretario de Estado norteamericano a conceder entrevistas a medios principales del planeta. Es la voz de un siglo, un símbolo del virtuosismo diplomático que lo ha contado todo, hasta donde le ha dado la gana, claro, incluidas unas memorias de cinco mil páginas, y que en esta gira –quizás la última, como los Stones– se enfrenta a su obra. A tener que responder sobre ese mundo nada estable que en buena parte es culpa suya.

«He pasado mi vida con personas que intentaban dar forma a los acontecimientos», constata sobre sí en ‘The Spectator’ el controvertido, realpolitiker y, por qué no decirlo, arrogante Henry Alfred Kissinger, nacido judío en 1923 en Fürth, la Alemania de la que emigraría con su familia rumbo a EE.UU. para esquivar la cacería nazi. «¿Y hoy ve alguien de la estatura de los seis sobre los que escribe?», le interrogan. «Las presiones de la actividad política moderna consumen tanto que es casi imposible que surja el pensamiento a largo plazo y el sentido vivido de la historia, que para Churchill era una segunda naturaleza. No puedo citar un ejemplo actual de un líder occidental que lo encarne. Eso es un gran peligro, porque significa que cualquier demagogo que pueda explotar los resentimientos inmediatos puede lograr una influencia desproporcionada. Es el mayor problema para el futuro de la democracia. Los grandes líderes tienen que entender su sociedad y creer en ella. Pero también tienen que ser capaces de trascenderla, de orientar a la sociedad desde donde está hasta donde nunca ha estado».

CARBAJO

 

El pesimismo cuasi apocalíptico y una nostalgia, o quizás inmodestia, agobiantes son una constante en su discurso. Aún así, un periodista clásico daría como poco media agenda por compartir con él un café, aunque fuera amargo. «Estamos al borde de la guerra con Rusia y China por problemas que creamos en parte, sin ningún concepto de cómo va a terminar esto o a qué se supone que conducirá», dice en el ‘Wall Street Journal’. En Europa se combate a fuego, en Asia se barrunta un conflicto por Taiwán. Por no hablar de las renovadas ambiciones nucleares de Teherán. Pareciera que el tablero internacional se ha confabulado para realce de Kissinger y su libro, pero es que ha estado en todas las partidascomo Ernest Hemingway en todos los bares de la Tierra, de quien por cierto dice que aprendió a redactar.

El eterno desastre nuclear

Experto en estrategia nuclear desde sus tiempos de académico en Harvard, en los 50, la diplomacia es para él un acto de equilibrio entre grandes potencias, siempre ensombrecido por la posibilidad de un desastre atómico. «Una vez» que Irán tenga la bomba –da por sentado– «países como Egipto y Turquía pueden sentirse obligados a seguirle. Sus relaciones, más la de todos ellos con Israel, harán esa región incluso más precaria de lo que es hoy». Lo vaticina en ‘Der Spiegel’, donde sin embargo no oculta que lo que más le preocupa, y con diferencia, es el choque de EE.UU. con China.

Se han cumplido este febrero 50 años de la histórica visita de reconciliación que él realizó junto a su jefe, el rabiosamente anticomunista Nixon, a Mao Zedong, en la que la cuestión taiwanesa se dejó pendiente. «Era la única forma de empezar a trabajar con China, y eso era imperativo para poder concluir la Guerra Fría y esencial para concluir la de Vietnam. Y proporcionó al menos 25 años de evolución pacífica tras la guerra de Corea», justifica. No es para menos, lo de Vietnam le valió a Kissinger el Nobel de la Paz en 1973, que luego le pedirían en vano devolver tras el bombardeo masivo de Camboya –por el que ha sido acusado de crímenes contra la Humanidad– y el destape de su participación en el golpe de estado de Augusto Pinochet en Chile. Que abrió el dilema sobre su trágica relación con la democracia. Pero esa es otra historia.

 

Mao, recibiendo a Nixon en Pekín en 1972

 

Hoy, que estallara una contienda entre Washington y Pekín, avisa, «tendría implicaciones de catástrofe que no eran imaginables incluso hace 30 años (…). EE.UU. y China tienen una responsabilidad especial; una, estar en contacto entre sí para definir ese peligro el uno para el otro, y segundo, hacer de esto el principio básico de su política exterior, incluso cuando no estén de acuerdo en una amplia gama de cosas. No hay dos países que hayan tenido ese desafío. Y diría que el mundo, por supuesto, tiene exactamente el mismo desafío. Esto es lo que hace que el pensamiento sobre la historia sea tan diferente al de hace 25 años».

El que ha sido asesor de lujo de la élite wasp de EE.UU (la aristocracia blanca, anglosajona y protestante, en sus siglas en inglés) recomienda en la cadena Bloomberg «flexibilidad nixoniana» para calmar las hostilidades que confluyen en esta era convulsa, sin duda también las que se han disparado contra Rusia a cuenta de la invasión de Ucrania. Pero no se trata tanto, despeja, de que EE.UU. intente manejar a Moscú y Pekín triangulando entre ellos, como él mismo hizo cuando controló la política exterior de la Casa Blanca. «No puedes decir ahora que vamos a separarlos y ponerlos uno contra el otro. Todo lo que puedes hacer es no acelerar las tensiones y crear opciones, y para eso tienes que tener algún propósito», concepto este último clave en su argumentario. Es la cualidad definitoria de los ‘profetas’, o ‘visionarios’, mientras que el equilibrio es la obsesión de los ‘hombres de estado’, los dos arquetipos en los que divide a los líderes. Entre los primeros, cita a Juana de Arco, Robespierre o Lenin. Entre los segundos a Theodore y Franklin D. Roosevelt o Jawaharlal Nehru.

A Vladimir Putin no le clasifica, pero le califica. Se encontró con él 20 o 25 veces, siendo estudiante de Relaciones Internacionales, «por pura discusión académico-estratégica», precisa. «No es tan impulsivo, sino más calculador y resentido que (Nikita) Khrushchev», con quien le compara por su ansia de reafirmación. Se confiesa Kissinger con rara humildad en el ‘Financial Times’ respecto a la embestida contra Ucrania, «yo no habría predicho un ataque de la magnitud de ocupar un país reconocido», y lo hace después de insistir en que Putin «se ofendió y se sintió amenazado porque Rusia estaba amenazada por la absorción de toda su área en la OTAN». Esa comprensión, junto con el desliz este año vídeoconferenciando con los del Foro Económico Davos donde pareció sugerir a Kiev que aceptara paz por territorios, que le han devuelto a la crítica, casi al odio. Y a él a ponerse a la defensiva en todas las entrevistas. «Si lee lo que dije en realidad, no dije eso. Dije que la mejor línea divisoria para un alto el fuego es el statu quo anterior (al conflicto armado). Ahora –aclaraba en julio a ‘The Times’– Rusia todavía ocupa el 15% del suelo ucraniano previo a la guerra. Debe ser restaurado a Ucrania. El territorio en disputa es una pequeña esquina del Donbas, sobre el 4,5%, y Crimea. Crimea tiene un significado para Rusia más allá de esta crisis. Me preocupa que esta guerra pueda extenderse a algo que puede llegar a ser inimaginable. No dije que ese territorio debe cederse».

Zelensky el «extraordinario»

Pero para significativo, que el único mandatario vivo al que Kissinger elogie sea Volodymir Zelensky. Hay que hacerse disculpar si uno se pasa de imprudente. «Zelensky está haciendo un trabajo heroico y extraordinario liderando un país que normalmente no elegiría a alguien con sus antecedentes. Ha hecho de Ucrania una causa moral en un periodo de gran transición. Queda por ver si puede institucionalizar lo que ha iniciado o si ese es el impacto de una personalidad extraordinaria en una situación muy dramática. No se ha pronunciado aún sobre cómo será el mundo después de la guerra con la misma claridad y convicción con la que ha dirigido la guerra. Pero le considero una gran figura», contó para el diario británico.

Por si Zelensky está hueco de ideas, Kissinger ya le cuenta cómo debiera quedar el orden, siempre según su fórmula de la restitución a los límites de 2014, que a su juicio supondría que «la agresión actual habrá sido visiblemente derrotada», y con ella el Kremlin. A saber, Ucrania, «será rearmada y estrechamente conectada con la OTAN, si no parte de ella», apuntó en julio en ‘The Spectator’. Rusia, por su parte, «tendrá que hacer frente a la necesidad de coexistir con Europa como entidad, en lugar de que EE.UU sea el elemento principal en la defensa de Europa con sus fuerzas nucleares».

Al académico, intelectual, burócrata, todo en uno, le rebosan lecciones. Lo suyo no es la autocrítica, aún cuando se le inquiera sobre sus años en el poder, –«No me torturo con cosas que podríamos haber hecho de manera diferente», replica–, o por qué cree ser ejemplo a seguir junto con los seis protagonistas de su libro. «No escribí un libro de cocina para relaciones internacionales», se desquita airado.

Osadía no le falta. Se lo dice el editor jefe de Bloomberg cuando Kissinger contesta que, puestos a elegir entre su elenco con quién saldría a cenar, lo haría con Thatcher. «Hombre valiente», le sonríe el entrevistador.

 

 

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