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Palabras a los intelectuales: la censura castrista no se va

De Palabras a los intelectuales resultaron seis décadas de cultura domeñada, de censuras y prohibiciones que, en vez de acabar, se han recrudecido con el régimen de la continuidad post-fidelista

LA HABANA, Cuba. – Hace 60 años, con el discurso conocido como Palabras a los intelectuales, Fidel Castro concluyó la última de las tres reuniones que se celebraron en la Biblioteca Nacional los días 16, 23 y 30 de junio de 1961 con los más importantes escritores cubanos de la época.

Una frase se recuerda de aquel discurso de reminiscencias mussolinescas, y que el Máximo Líder pronunció sin disimular su incomodidad e impaciencia, con la pistola sobre la mesa. Entonces, las reglas del juego quedaron claras: nada que fuera en contra de la revolución –o que pudiera interpretarse como tal– sería tolerado.

Esa fue la respuesta, en forma de ordenanza escueta y cuartelaria, del mandamás a las preocupaciones de los escritores y artistas sobre las libertades de expresión y creación luego de la prohibición del documental PM.

El Comandante tenía por aquellos días que ocuparse de cosas mucho más importantes que de disciplinar a un puñado de majaderos e impertinentes. Para no demorarse más en algo que ya le había robado demasiado tiempo, consideró que sus palabras bastaban para bajarles los humos y ponerlos en su lugar, que no podía ser otro que el del acatamiento. Allá los que no entendieran o tuviesen dudas. Para meterlos en cintura estaban los comisarios.

De Palabras a los intelectuales resultaron seis décadas de cultura domeñada, de censuras y prohibiciones que, en vez de acabar, se han recrudecido con el régimen de la continuidad post-fidelista.

Testaferros intelectuales del castrismo como Abel Prieto, Miguel Barnet e Iroel Sánchez se han dado a la tarea de reinterpretar Palabras a los Intelectuales. Intentan demostrar que la ordenanza del Máximo Líder no fue tan estricta y dejaba suficiente campo a la creación artística, siempre que fuera “dentro de la revolución”.

Puntualizan que lo que realmente dijo el Comandante no es “fuera de la revolución, nada”, que es como casi siempre se cita, sino “contra la revolución, ningún derecho”. ¡Como si eso variara algo el resultado!

La imprecisión de lo que era “dentro de la revolución” dejó suficiente espacio para que los paranoicos comisarios y los censores determinaran lo que quedaba fuera y purgaran y echaran en el saco sin fondo de los desafectos a todo el que les pareciera tibio, aburguesado, revisionista, desviado, extranjerizante, blandengue, afeminado, o lo que se les antojara. También les daba la posibilidad, cuando les conviniera, de cooptar y rehabilitar a los pecadores que demostraran su disposición a la mansedumbre, y lo que es más, de engatusar a algún que otro escritor o artista del exilio.

Testaferros como Miguel Barnet afirman que fue gracias a Palabras a los intelectuales que la cultura cubana evitó el realismo socialista y el dogmatismo que se padeció en los demás países comunistas.

Pretenden que se olvide el cierre de Ediciones El Puente, el caso Padilla, la condena al ostracismo de los hoy reverenciados Lezama Lima y Virgilio Piñera; la época cuando un sicario que firmaba como Leopoldo Ávila desde la revista Verde Olivo azuzaba la jauría contra los intelectuales, el teniente Quesada quemaba los títeres del Guiñol, las FAR y el MININT eran las que concedían los premios literarios, los poetas se veían forzados a escribir novelitas policíacas, los dramaturgos obras con moraleja proletaria, y las películas del ICAIC parecían hechas por Mosfilm.

En los últimos años, cuando hablan del Quinquenio Gris (se niegan a aceptar que fue un decenio), lo califican como “un periodo infeliz”, se congratulan de que se haya salido del bache gracias a Armando Hart y la creación del Ministerio de Cultura y dan por zanjado el asunto con la concesión del Premio Nacional de Literatura, como muestra de su rehabilitación, a varios de los represaliados de entonces, como Antón Arrufat, Pablo Armando Fernández, César López, Lina de Feria y Eduardo Heras León.

Para que las culpas no caigan en el piso, achacan los “errores cometidos” a “la incapacidad de algunos funcionarios que malinterpretaron las orientaciones del Máximo Líder”. Sería bueno que explicaran cómo había entonces que interpretar el discurso del Comandante en Jefe, en marzo de 1971, en la clausura del Primer Congreso de Educación y Cultura, que fue el preludio del Quinquenio Gris, cuando retiró el derecho a “las dos o tres ovejas descarriadas a seguir sembrando el veneno, la insidia y la intriga en la revolución”, lo cual estaba en plena consonancia con sus Palabras a los intelectuales de diez años antes.

Tienen razón los sicarios del pensamiento oficial cuando afirman que Palabras a los Intelectuales y las políticas culturales resultantes de ellas sentaron los cimientos de la cultura cubana actual. Más de medio siglo de esas aberradas “políticas culturales”, que ahora remachan con el Decreto 349 y la persecución a los artistas del 27N y el Movimiento San Isidro, han generado una cultura de rebaño y un medio intelectual, donde más allá de ciertas inocuas poses tímidamente contestatarias, imperan, como en el resto de la sociedad cubana, el miedo, la hipocresía, la simulación y el doble discurso.

 

 

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