Pánico en la jaula-país
Pocos lunes comienzan con tanta aprehensión e incertidumbre. La imagen de Venezuela al cierre de la tercera semana de mayo era la de una muchedumbre en pánico encerrada en un asfixiante local sin salida, una multitud corriendo desesperadamente en todas direcciones, dándose golpes, desorientada, en caos, guiada por los más desmoralizantes rumores.
El salto espectacular del dólar por encima de los 400 bolívares, el masivo volumen de bolívares comprando dólares en Cúcuta, el arbitrario traslado de Daniel Ceballos, la huelga de hambre de Leopoldo López, la imagen de Eudomar Santos convertido en el corrupto general Diosdado Carreño Arias, las murmuraciones sobre la implantación de un corralito, la señal de alarma en los inventarios, la falta de agua y de electricidad, los llamados a tener alimentos y dinero en efectivo, las especulaciones sobre la explosión del narcoestado.
Todo un cuadro de pánico y angustia de una población desinformada y en estado de impotencia, de una muchedumbre que una vez fue y se sintió moderna y que no logra detener el pertinaz deterioro de su nivel de vida.
El desplome abismal del bolívar ocurrido en los últimos días no tiene un fundamento estrictamente económico. Va más allá de la racionalidad financiera. Tiene un valor simbólico. La moneda se ha convertido en signo de la depresión y postración mental que nos envuelve a todos. Al paso que vamos, es probable que en el 2015 Venezuela alcance una inflación cercana a las cuatro cifras.
Eso significa un empobrecimiento como nunca antes lo había experimentado ningún sector de la población. ¿Cómo sobrevivir? nunca había sido una pregunta que pasara por la mente de los venezolanos. Hoy comienza a ser agobiante y es la pregunta que ha acelerado la estampida de médicos y todo tipo de profesionales hacia el exterior.
Hace pocos meses, se estimaba que para el 2019 el 60% de los jóvenes graduados habrán salido del país. Esa estimación ya ha subido al 70%. Estamos en un proceso continuo de rebajamiento material y espiritual. Como señala Elías Canetti, con base en la experiencia de la hiperinflación alemana, “ninguna devaluación súbita de la persona es jamás olvidada: es demasiado dolorosa. La tendencia natural es entonces encontrar algo que valga aún menos que uno mismo, que pueda despreciarse de la misma manera en que uno fue despreciado”.
Ese algo es la moneda, que continúa desvalorizándose hasta llegar a una total ausencia de valor. Y esa moneda somos todos los venezolanos que formamos esta sociedad despreciada, devaluada y secuestrada por el poder.