Para el gobierno de El Salvador, “arriba” significa Cuba
El peso de Cuba hace que los gobernantes a quienes la democracia estorba ignoren el peligro de caer en el ridículo
Con pocas horas de diferencia entre el 20 y el 21 de julio, dieciséis cubanos entraron a El Salvador, todos invitados de manera oficial por el gobierno. Cinco de ellos, los que cuentan con el beneplácito del gobierno cubano, fueron atendidos y homenajeados en Casa Presidencial, recibiendo atenciones y alabanzas discursivas por parte del gobierno salvadoreño.
Los 11 restantes pasaron una mala noche, detenidos y encerrados en una sala del aeropuerto como parte de su trámite migratorio. La manera de pensar de estos 11 —ese molesto capricho de querer democracia, libertades e igualdad ante la ley— no hace sonreír a los Castro y por ese pecado les hicieron pagar los agentes migratorios salvadoreños. Sin darles demasiadas explicaciones, además de retenerles sus documentos de viaje y detenerlos custodiados fuertemente por la policía, les dijeron que era una orden que “venía de arriba”.
Los 11 cubanos detenidos aterrizaron en el Aeropuerto Internacional Mons. Oscar Arnulfo Romero para participar en la VIII Conferencia Ministerial de la Comunidad de las Democracias. Los once comparten un historial de oposición a las violaciones sistemáticas de derechos humanos que de sus ciudadanos hace el gobierno cubano. Traían, además de la ilusión de formar parte de un encuentro internacional para intercambiar sus experiencias con el mundo “libre” —el que, aunque sea en teoría, no castiga la disidencia con trato diferenciado— cartas oficiales de invitación por parte de la Cancillería salvadoreña. En sus pasaportes contaban con visa de EEUU, que difícilmente habrían obtenido si cualquiera de sus documentos de viaje hubiera sido falso.
El anterior no es un caso aislado. La disidencia cubana que se presentan a participar en foros internacionales —es decir, los pocos afortunados que logran el apoyo de organismos internacionales con los fondos y el músculo institucional para enfrentar la pesadilla burocrática y monetaria que es tramitarles los permisos de salida— no son ajenos a que el maltrato al que están acostumbrados en Cuba, se traduzca en atropellos también en el extranjero. En Panamá, al asistir a la Cumbre de las Américas, también padecieron detenciones inexplicables por parte de un gobierno supuestamente democrático.
Es por eso que la explicación de las autoridades migratorias salvadoreñas de que la orden venía “de arriba”, que quizás no les dijo mucho a los cubanos, en realidad informa muchísimo: explica que en Latinoamérica, para muchos de los gobiernos democráticos, “arriba” no es el Estado de Derecho, o la ley: arriba es Cuba, sus estrategias arcaicas de guerra fría y su régimen paleolítico con suficientes leyendas y fósiles para ameritar otro filme de Indiana Jones.
Es entendible que la dictadura cubana tenga miedo de que, en foros abiertos donde se habla de activismo y democracia, vayan los cubanos a contar de primera mano cómo victimizan a quienes piensen diferente. Menos explicable es que este miedo de la dictadura sea suficiente para que gobiernos regionales olviden “la autodeterminación” con la que arremeten contra el imperialismo yankee para obedecer las órdenes enviadas desde La Habana de impedir, a toda costa, la relación de la disidencia cubana con el exterior.
La excusa del gobierno salvadoreño fue que los documentos de los cubanos eran falsos: que las cartas habían sido impresas y la firma no era, por lo tanto, de puño y letra. Ello a pesar de que no haya requisitos de visado especiales que ameritaran una detención o una revisión de los motivos de la visita. Tras más de doce horas de encierro, los cubanos fueron enviados a Panamá, donde no pasaron ni 24 horas, puesto que las noticias de la injusticia cometida ya estaban dando de qué hablar y las autoridades migratorias salvadoreñas tuvieron que retractarse, permitiéndoles finalmente el acceso.
Además del abuso a los derechos humanos, la historia también será recordada como un absoluto ridículo para el gobierno salvadoreño, el cual en su tesón por obedecer “las órdenes de arriba” demostró síntomas de absoluta esquizofrenia, al impedir la entrada de visitantes que contaban con cartas de invitación oficial por parte de la misma Cancillería. La retracción llegó muy tarde, y acompañada de las no muy sutiles muestras de etiqueta y protocolo de funcionarios como Guillermo Mata Bennett, diputado por el FMLN, quien hizo referencia a los “dos tipos” de cubanos visitantes en su cuenta de Twitter diciendo: (sic) “Héroes de Cuba en casa presidencial en homenaje. 11 gusanos querían entrar al país sin papeles apoyados por Arena!”
Lo demostrado es que el peso y la reverencia que el simbolismo de “arriba” tiene sobre los ideólogos salvadoreños actualmente en el poder está llevando a que un país como Cuba, con serios problemas económicos y con limitadas capacidades de cooperación — pero que provee el entrenamiento ideológico y el mapa aspiracional para gobernantes a quienes la democracia estorba – les haga ignorar el peligro de caer en el ridículo. También les hace ignorar las leyes.
Cristina López Guevara es abogada salvadoreña con maestría en políticas públicas de Georgetown University.