Para Maduro, lealtad absoluta a Chávez se convierte en un lastre
CARACAS, Venezuela — Él truena contra conspiraciones y planes para asesinarlo; asegura que duerme con los ojos abiertos. Pocos venezolanos saben siquiera dónde vive.
Pero por más peligros que corra, el Presidente Nicolás Maduro afirma que nadie lo va a asustar, engañar o desviar de cumplir la misión que el “eterno comandante Chávez” le asignó “hasta el fin del final de los caminos, ahora y para siempre”.
Maduro llegó al poder tratando de imitar a su predecesor y tutor, Hugo Chávez, en prácticamente todos los sentidos: en la forma en que habla, en lo que viste, en sus ataques contra el imperialismo de Estados Unidos.
Pero ahora, dos años después de la muerte de Chávez, con el país que se hunde cada día más a fondo en la crisis económica, lo que antes fue la gran ventaja de Maduro – su absoluta lealtad al difunto líder – quizá se ha convertido en su mayor lastre.
“La inacción del gobierno, la inercia, vienen de la creencia que se encuentra en Nicolás Maduro y su gobierno de defender a toda costa el legado de Chávez, como si no pudiera tocarse nada de lo que dejó Chávez, como si no pudiera cambiarse o corregirse nada pues eso se consideraría una traición”, explica Víctor Álvarez, economista de izquierda y ex ministro del gobierno de Chávez.
Mucho antes de la muerte de Chávez, el 5 de marzo de 2013, se hizo evidente que muchas de sus políticas necesitaban ser revisadas o incluso descartadas para volver a poner la economía por el buen camino, aseguró Álvarez.
Pero, recelando cambiar el rumbo de su ángel tutelar, Maduro, que repite el nombre de Chávez como un mantra y se hace llamar su hijo, ha insistido en las mismas políticas que los economistas han dicho contribuyeron a la tormenta actual de problemas económicos, como recesión, inflación galopante y escasez crónica de bienes de primera necesidad.
“Maduro tiene un destino trágico”, analiza Alberto Barrera, columnista y novelista. Sostiene que Maduro tiene que culpar a los Estados Unidos y a otros enemigos por los problemas del país, pues de otro modo sería reconocer que el legado de Chávez tiene defectos.
“Maduro sabe que tiene que enfrentarse a una crisis muy grande, pero aceptar y reconocer la crisis es reconocer el fracaso de Chávez y su revolución”, agrega Barrera.
Si bien Maduro se apega al legado de Chávez en asuntos económicos – como el control de precios y la propiedad del gobierno de grandes compañías que se han estancado y han estado mal administradas – muchos venezolanos coinciden en que ha superado al difunto líder en un tema: sus ataques a la oposición política.
Después de despachar a sus tropas para reprimir las protestas del año pasado, Maduro encarceló a una serie de destacados políticos. El mes pasado la policía secreta allanó las oficinas de Antonio Ledezma, el alcalde de Caracas, y lo metió a la cárcel. Fue acusado de tomar parte de una de las muchas conjuras golpistas que ha denunciado Maduro.
Ledezma ahora se encuentra en la prisión militar de Ramo Verde, junto con Leopoldo López, líder de Voluntad Popular, partido que abanderó las protestas del año pasado, y Daniel Ceballos, ex alcalde. Otro ex alcalde de la oposición, Enzo Scarano, fue puesto en libertad recientemente.
Chávez también trataba de intimidar a la oposición y empujó al exilio a varios políticos con la amenaza de arrestarlos. Pero los líderes de la oposición dicen que ahora es mucho más peligroso actuar en política.
“El problema de Maduro es que no proyecta liderazgo, así que tiene que compensar eso tratando de parecer fuerte”, explica Stalin González, legislador de la oposición. “La gente se ríe de él y no lo toma en serio. Es como el matón de la escuela. Se burlan de él y él recurre a la violencia para hacerse respetar.”
Maduro es un civil y no tiene antecedentes militares, pero ha llenado su gobierno de oficiales militares en mayor medida que Chávez, que fuera paracaidista y festejaba los símbolos de la vida militar.
Los ministros de finanzas, del interior y de alimentación, así como el jefe de gabinete, son oficiales militares, así como muchos otros miembros del gabinete.
“Las carteras ministeriales que manejan los mayores recursos económicos están en manos de oficiales militares”, precisa Rocío San Miguel, presidenta de Control Ciudadano, grupo que monitorea a las fuerzas armadas. Agregó que más de la cuarta parte de los ministros del gobierno son oficiales militares, activos o retirados, mientras que al final de la presidencia de Chávez esa proporción era de una quinta parte.
Maduro también ha prodigado los beneficios a las fuerzas armadas, dándoles su propia estación de televisión y un banco.
Eso ha suscitado la pregunta de si Maduro se atrajo a los militares para construir alianzas, si es cautivo de intereses más allá de su control – o las dos cosas.
Maduro fue elegido personalmente por Chávez como sucesor cuando estaba enfermo de cáncer; tras su muerte en 2013, Maduro ganó la elección presidencial por un margen estrecho.
Sin embargo, muchos analistas consideran que sigue atrapado bajo la sombra de Chávez. Incluso sus simpatizantes se refieren a él siempre en relación con su mentor.
“De Chávez él aprendió a mirar a la realidad de frente y a atacarla como es”, asegura Roy Daza, miembro del Parlamento Latinoamericano, un organismo regional, por parte del Partido Socialista Unido de Venezuela, la facción política de Maduro.
Los críticos dicen que generalmente Maduro ataca los síntomas, no las raíces de los problemas. Enfrentado a largas colas y a la escasez de artículos de primera necesidad, como harina de maíz y azúcar, Maduro ha encarcelado a dueños de tiendas minoristas mientras mantiene los controles de precio que, a decir de muchos economistas, son la causa del problema.
“En lugar de atacar las causas estructurales de estos problemas, está atacando las consecuencias”, afirma Álvarez.
Maduro ha demostrado tener talento para hacer malabarismos con las presiones internas en el movimiento dejado por Chávez, marginando a algunos rivales y complaciendo a otros.
Sacó del gobierno a Jorge Giordani, cercano asesor de Chávez, y después aplastó una minirevuelta de los simpatizantes de Giordani. Marginó a Rafael Ramírez, que fuera el poderoso jefe de la compañía petrolera nacional, PDVSA, hasta que Maduro lo quitó de ese cargo y de otros puestos importantes que ocupaba para finalmente desembarazarse de él enviándolo de embajador a la Organización de Naciones Unidas.
Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional y ex oficial militar, está considerado el principal rival de Maduro por el poder y también la figura política con mayor influencia en las fuerzas armadas.
Todo esto ha producido una especie de kremlinología como en la guerra fría, con observadores especulando si Maduro realmente está al mando y si no es así, quién está detrás de las acciones del gobierno.
“Hay muchas divisiones internas. ¿Diosdado realmente tiene más poder que Maduro? ¿Es alguien más?”, se pregunta Daniel Cuevas, empleado del gobierno que votó por Maduro pero que no está contento con el rumbo del país. “A fin de cuentas, eso daña al pueblo.”
A pesar de su discurso recio, Maduro también se ha ganado fama de indecisión hamletiana. Desde hace un año ha estado hablando de aumentar el precio de la gasolina, el más bajo del mundo, pero no ha tomado ninguna medida. Y la muy esperada reforma en el régimen de divisas extranjeras, que finalmente llegó el mes pasado, no fue más que un retoque.
“Él es un enigma para los venezolanos”, afirma Barrera, señalando el misterio que rodea el lugar de residencia de Maduro como metáfora de su presidencia.
La mansión presidencial oficial, llamada La Casona, sigue ocupada por una de las hijas de Chávez, Rosa Virginia, y su marido, el vicepresidente Jorge Arreaza. Maduro ha explicado que la casa es para uso de la familia del difunto mandatario, para su protección.
“Él no se ha ido a vivir a la casa que le corresponde” como presidente, señala Barrera. “Él dice que les va a hacer frente a los gringos, pero no ha podido ni enfrentarse a la hija de Chávez para ocupar la mansión presidencial.”
Un funcionario del gobierno, que habló a condición de no ser identificado, aseguró que Maduro vive en una residencia dentro de Fuerte Tiuna, una base militar en Caracas.
Maduro pasa muchas horas a la semana en la televisión, denunciando a sus enemigos dentro y fuera del país, a los políticos de la oposición y a Estados Unidos, al estilo de Chávez. El mes pasado ordenó a la embajada estadounidense que hiciera una drástica reducción de personal.
Cuando esta en el aire se dice víctima de planes del extranjero. Las evidencias que ofrece suelen ser coloridas pero están lejos de convencer a muchos, incluso a sus propios seguidores. Rara vez aparece en público sin su esposa, Cilia Flores, ex legisladora a la que él llama la Primera Combatiente.
De 52 años, su pelo y bigote gruesos a veces se ven negro intenso, como si se los pintara, con escasos signos de encanecimiento. Se dice que el vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, comentó acerca del lustroso cabello del mandatario cuando se reunió con él en Brasil, durante la toma de posesión de la Presidenta Dilma Rousseff. Biden dijo: “Si yo tuviera su cabellera, sería el presidente de Estados Unidos.”
Recientemente Maduro se ha enfocado en el Presidente Obama, pretendiendo a veces que habla directamente con él durante sus discursos. Suele decir que Obama es un hombre decente que no está al tanto de las fuerzas de su gobierno empeñadas en atacar a Venezuela.
Pero en un discurso reciente, Maduro dio la impresión de estar dolido porque Obama no le devuelve la atención.
“Lamento mucho, señor Obama, que usted se haya dejado conducir a un callejón sin salida”, afirmó. “Lamento que en un año que le he hecho llamados en público, le envié una carta, le envié emisarios, usted de una manera arrogante se ha negado a hablarme. Yo soy tan presidente como lo es usted.”
Patricia Torres colaboró con este reportaje.