El ministro de Economía tiene que poner en caja al fisco nacional; el presidente del Banco Central tiene que lidiar con el mercado de cambios, y el ministro de Desarrollo Productivo tiene que lograr que la reactivación económica tome impulso y persista. ¿Deben releer los libros con los cuales estudiaron en la facultad, o deben ignorarlos?
Al respecto consulté al japonés Shigeto Tsuru (1912-2006), quien según Kotaro Suzumura, fue en su país uno de los más grandes economistas políticos e influyentes líderes de opinión luego de la Segunda Guerra Mundial. A partir de 1935 estudió en Harvard, donde tuvo como profesores a Haberler, Leontief, Schumpeter y Taussig, y donde compartió las aulas con Bergson, Bryce, Galbraith, Musgrave, Samuelson, Stolper, Sweezy y Triffin. Protagonizó un hecho muy simpático, que su principal beneficiario relató en los siguientes términos: «Si no fuera por Shigeto, yo nunca hubiera conocido a Marion Crawford, mi primera esposa. En aquellos días, en Japón, los matrimonios se arreglaban mientras que en los Estados Unidos se fabricaban en el Cielo. Pero incluso el Cielo necesita una mano y esa fue la de Tsuru» (Paul Anthony Samuelson).
-Su vida, como la de tantos de sus compatriotas, estuvo sujeta a eventos dramáticos.
-Efectivamente. Durante la Segunda Guerra Mundial estaba convencido de que Japón sería eventualmente vencido, y ya en la primavera de 1942 comencé a esbozar la idea de volver a mi país, para estar disponible y ayudar en la reconstrucción. Ingresé a las fuerzas armadas en junio de 1944. Afortunadamente no me destinaron al combate sino al servicio exterior. En mayo de 1945, el departamento que tenía en Tokio fue destruido por un ataque aéreo. Por tercera vez perdí mi biblioteca.
-¿Cuál fue una de las primeras cosas que hizo, cuando comenzó a enseñar en la universidad Hitotsubashi?
-Escribirle a mis profesores y colegas de Harvard, para que me enviaran todos los libros y las revistas especializadas que les sobraban, para volver a rehacer mi biblioteca. Tuve suerte. Enseñé entre 1948 y 1975.
-Eduardo Andrés Zalduendo dijo de usted que si, bien su enfoque era marxista, sus estudios comparados de economías socialistas y capitalistas están cuidadosamente balanceados.
-De joven milité en un grupo estudiantil marxista. En diciembre de 1930 fui arrestado, junto con otros 40 estudiantes, permaneciendo detenido más de tres meses, hasta que fui liberado por ser menor de edad. Pero mis ideas políticas no influyeron en mis clases o en mis investigaciones. Traté de imitar a Joseph Alois Schumpeter, de quien Paul Marlor Sweezy dijo: «No le importaba lo que pensáramos, mientras pensáramos».
-¿Cuál es la relación entre la teoría económica y la política económica?
-Lo que ocurre en economía también se observa en derecho y en medicina. De manera que, simultáneamente, se podría preguntar cuál es la relación entre la teoría jurídica o médica, y la legislación, la jurisprudencia y el ejercicio práctico de la medicina.
-Pues bien, ¿cuál es?
-Empiezo por la negativa, por plantear un par de situaciones extremas. Según una de ellas, existe una relación biunívoca entre teoría y política; según la contraria, no existe ninguna relación entre ellas. Si la relación entre teoría y política fuera biunívoca, bastaría con meter en una computadora todos los libros, informes, datos, etcétera que se conocen, plantear los objetivos de la política económica, para que la máquina indique los mejores instrumentos para lograrlos. En el otro extremo, si no existiera ninguna relación entre la teoría y la política económicas, lo que se aprende en la facultad es irrelevante para solucionar problemas prácticos.
-¿Qué hay que hacer entonces?
-No minimizo la importancia de lo que se aprende en la facultad, porque, como bien dice Henry Kissinger en sus Memorias, la función pública no crea capital humano sino que lo consume. En la experiencia ministerial uno aprende cómo tomar decisiones, pero no qué decisiones tiene que adoptar. Pues bien, lo que tiene que hacer el alto funcionario es entender lo que dice la teoría, lo cual quiere decir saber adaptarlo a la aplicación concreta, y complementar dichos conocimientos con la introspección, la lectura de la historia, el ABC de la ciencia política, etcétera.
-Las bibliotecas son inmensas. -¿Qué ideas «teóricas» son particularmente útiles para un ministro de Economía?
-Que no hay de todo, para todos, gratis; que lo que hay puede tener más de un destino; que el producto bruto interno (PBI) no cae del Cielo, como el Maná, sino que es el resultado del esfuerzo humano; que la asunción de costos y riesgos tiene que tener sentido para quienes las llevan a cabo; que a los ojos de los hombres y las mujeres, los bienes no ocupan compartimientos estancos, sino que son sustitutos o complementos; que, como vivimos en un mundo muy distorsionado, no se pueden introducir reformas como si viviéramos en un mundo ideal; que cuando la gente no cree en el gobierno de turno, los efectos de las medidas son los contrarios a lo que dicen los libros, escritos para países donde los gobiernos son creíbles, etcétera.
-Este listado me hace pensar que, en términos de política económica, hay libros y libros.
-Efectivamente. Lo cual quiere decir que, luego de leerlos o releerlos, lo que tiene que hacer el ministro es pensar. Vuelvo a un punto que señalé antes: si el paso de la teoría económica a la política económica fuera una cuestión mecánica, hasta un robot lo podría hacer. La culpa no es de los autores de los libros, quienes los escribieron en fechas y en lugares específicos. Es el ministro de un país quien tiene que identificar qué porción de La riqueza de las naciones, El capital o La teoría general de la ocupación, el interés o el dinero, le sirven para responder a la agenda que tiene delante suyo, que al menos en la Argentina tiene mucho más que ver con las circunstancias que con la ideología.
-Personalizando, ¿cómo ve la relación entre un ministro de Economía y sus colegas académicos?
-El caso de Kissinger viene a cuento. Henry pasó de ser profesor en Harvard a alto funcionario en Washington durante la presidencia de Richard Milhous Nixon. Su relación con sus excolegas fue tensa, porque, mientras en el ámbito académico se llega a conclusiones, en el plano ejecutivo esto es solo el comienzo, dada la única pregunta que importa: ¿qué hacemos? Pero la interacción entre un ministro y colegas que tengan la perspectiva de la política económica puede ser muy enriquecedora. Cualquier ministro o presidente del Banco Central que realmente busca ayudas para su gestión sabe diferenciar rápidamente lo que le sirve, de los lugares comunes o de los pronunciamientos meramente doctrinarios o politizados.
-Don Shigeto, muchas gracias.