París bien vale una misa
A medida que la crisis política se agudiza, crece la impresión de que diversas y poderosas corrientes del chavismo ya han descartado la posibilidad de que Nicolás Maduro permanezca en la Presidencia de la República hasta el fin natural de su mandato. No por razones de carácter ideológico ni porque Maduro sea incapaz de salvar a Venezuela del colapso, sino porque hoy por hoy, dentro del chavismo, darle la espalda a Maduro responde a un cálculo político inevitable: seguir respaldándolo no basta para impedir su naufragio y hacerlo, en cambio, arrastraría a quien lo haga hasta el mismísimo fondo del infierno.
El problema que se le presenta a estos disidentes del madurismo es cómo aplicar la vieja tesis del chavismo sin Chávez, ahora chavismo “sin Maduro”, única opción para estos descontentos de no perder de golpe y porrazo todos los frutos de una cosecha que implica 17 años de compromiso político con el disparate. Para la oposición, por su parte, el reto es cómo admitir esta suerte de borrón y cuenta nueva, aunque sea para cambiar de gobierno, como si aquí no hubiera pasado nada.
Este fue el mensaje del general en situación de retiro Clíver Alcalá Cordones, al criticar crudamente por televisión la gestión de Maduro, sumarse al coro de voces que exigen la pronta celebración de un referéndum revocatorio de su mandato y reconocer el liderazgo del ministro de la Defensa y general en jefe, Vladimir Padrino López. Una insinuación a la oposición de negociar con un sector militar del chavismo la forma de promover, juntos, un deseado pasar al fin la página de estos 17 años.
Dos obstáculos se le presentan a unos y otros. Por una parte, salir de Maduro este año significa elegir un nuevo presidente en un plazo no mayor de 30 días. Una opción que resulta inaceptable para quienes dentro del chavismo aspiran a seguir nadando en las aguas procelosas del poder pero sin mojarse las ropas. Por otra parte, la oposición sostiene que bajo ningún concepto aceptaría celebrar el dichoso referéndum después de diciembre.
¿Qué hacer para superar esta tranca? Negociar con ese sector supuestamente “reformista” del chavismo, dejaría un muy mal sabor en el alma de la oposición, pero quizá ese sea el precio a pagar para poder contemplar el futuro del país con un cierto optimismo. Pienso, por ejemplo, que podría contemplarse posponer el cambio real de gobierno hasta las elecciones generales previstas para diciembre de 2018, a cambio de algunos acuerdos.
En primer lugar, seleccionar de común acuerdo a un sucesor de Aristóbulo Istúriz, quien tendría que aceptar, por lo menos, tres decisiones no negociables: la amnistía inmediata de los presos políticos, la renovación también inmediata de los poderes públicos por parte de la Asamblea Nacional de acuerdo con las normas y los lapsos establecidos en la Constitución, y la celebración del referéndum revocatorio y las elecciones regionales en las primeras semanas del año que viene.
No es esta la agenda más deseable del cambio, pero quizá sea la única fórmula viable para abrirle a Venezuela un nuevo período de su historia. En segundo lugar, un acuerdo que, mientras llegue el cambio real de gobierno, le devolvería a la Asamblea Nacional sus funciones constitucionales como poder público realmente legítimo y soberano, para propiciar desde su seno los ajustes necesarios en materia económica y de seguridad ciudadana, y atajar la crisis económica y social antes de que ella se convierta en una catástrofe humanitaria de proporciones inconmensurables. En el marco de esta eventual negociación, la presidencia de Maduro sólo tendría un valor formal hasta el día del referéndum, pero le proporcionaría al presidente saliente la enorme ventaja de que no saldría del juego político mediante una capitulación humillante, sino por la vía de una simple y honorable derrota electoral.
Sin la menor duda, a todos nos costará mucho asumir este sacrificio, así sea para evitar el desastre que se avecina, pero tal vez valga la pena recordar la frase que se le atribuye al príncipe hugonote Enrique de Navarra para justificar su conversión al catolicismo y poder llegar a ser rey de Francia: “París bien vale una misa.”