París bien vale una risa
Raúl Castro en París. 1 de febrero de 2016. (AFP)
El presidente cubano Raúl Castro acaba de ser recibido con honores en la república francesa, cuna de la fraternidad, la igualdad y la libertad, por François Hollande, presidente. La noticia sería intrascendente sin el contexto donde se produce. Más allá de las muchas coincidencias ideológicas entre ambos dirigentes, la situación socioeconómica de la Isla y el futuro de su estabilidad política mucho dependen de este y otros encuentros por venir.
El presidente cubano, aun sin la luz larga y el carisma de su hermano, es mucho más organizado y concreto. Por si muchos lectores no lo saben, y ahora que estamos a las puertas de un próximo congreso del Partido Comunista, Raúl Castro fue el «supervisor en jefe» del llamado proceso de institucionalización previo al Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba, inaugurado el 17 de diciembre de 1975.
Tema para otro artículo, el hermano menor de Fidel Castro reunió entonces a un grupo de jóvenes economistas, filósofos, juristas y sociólogos para crear nuevas instituciones, descentralizar la economía y algunas decisiones políticas territoriales. Tuvo también la habilidad de convocar a viejos comunistas y antiguos combatientes de la Sierra Maestra para incorporarlos, simbólica y fielmente, a redactar una nueva Constitución, a cooperar con los nuevos ministerios y comités estatales, a darle al Partido el aire de democracia a la «vieja usanza» que tanta falta le hacía. Años después Fidel Castro, invocando las mismas carencias inherentes al socialismo real, centralizó el mando y retomó las riendas absolutas del poder con el llamado proceso de «rectificación de errores cometidos».
Una de las «rectificaciones» del Comandante en Jefe fue dejar de pagar la deuda externa con los acreedores capitalistas del Club de París. Este grupo informal de prestamistas están interconectados con el FMI y las más grandes instituciones bancarias. A nadie en su sano juicio se le ocurriría retarlo. Pero Castro pensó que la solidaridad soviética sería eterna. Aun no se sabe si fue él quien pateó el tablero, o los acreedores, nunca santos, se la pusieron, como se dice en el béisbol, en tres y dos.
El caso es que el Comandante le declaró su propia guerra a los grandes capitales. En su trinchera de ideas, Fidel Castro convocó congresos internacionales contra la deuda externa; editaron libros, hicieron documentales, y los niños aprendieron de memoria el lema de que la deuda externa —no la interna— era inmoral e impagable. Por supuesto, fue impagable: la pagamos los cubanos a quienes a partir de entonces ninguna institución financiera capitalista nos prestó un peso más.
Ahora muchos se asombran de ver al general en París, sonriendo para la foto. No debía causar sorpresa. A veces da la impresión de que Raúl Castro, 40 años después, va en reversa: «re-institucionalizar» la Isla y recomponer las relaciones económicas internacionales, heridas de muerte tras el portazo en la cara que le dio su hermano y la inimaginable caída del campo socialista.
El tiempo ha pasado y la mayoría de aquellos jóvenes profesores y especialistas, los mejores en sus respectivos campos, y que fueran reclutados en los 70 para reflotar la economía y el prestigio internacional de Cuba, ya no están en el país, fueron jubilados, permanecen en «pijama» o han muerto en el anonimato más procaz.
Los Lineamientos pudieran no ser otra cosa que una re-edición, ex tempore, de aquel malogrado Sistema de Dirección y Planificación de la Economía, de la Asamblea Nacional y la Constitución de la República, de aquella División Político-Administrativa —ahora no 14 sino 15 provincias—, del diálogo con la Comunidad Cubana en el Exterior, convertido hoy en embajadas y grupos anti-embargo. No dudemos de que el próximo congreso del Partido Comunista sea una «actualización» de aquel primero. Estará condenado al fracaso como entonces, por su errada concepción marxista-leninista de la sociedad y la economía. Pero ha quedado como el único intento serio en dar a la Isla una institucionalidad más allá de la voluntad o el capricho de un hombre.
En toda esta nueva estrategia de sobrevivencia, Europa juega un rol esencial. El régimen no necesita tanto lavar la cara política pues de ello se han encargado misericordiosos visitantes en meses pasados. Lo que el Gobierno más necesita es limpiar las finanzas accediendo a créditos frescos con intereses bajos e inversiones urgentes en infraestructuras vitales. Ya los asesores cubanos saben que será muy difícil negociar con los norteamericanos en un año de elecciones. Esta vez las reformas de Raúl Castro no tienen de enemigo a su hermano o a los intransigentes de siempre, sino al tiempo. Y el tiempo es implacable y se acaba.
París, es, sin lugar a dudas, un escenario crítico. Después de la re-negociación de la deuda de la era soviética, era el paso siguiente. La narrativa de la Isla rediviva: Cuba reinsertada en el mundo real. París, la ciudad donde las reuniones de acreedores y deudores son presididas por funcionarios de la tesorería francesa. París, la modernidad y lo clásico en cada esquina, culta y medieval a la vez, liberal y católica, gremial y sofisticada, altiva y olvidadiza. París, sitio de convenciones, conveniencias y prioridades. París, la ciudad donde las risas compartidas son tolerantes maneras de saltarse las páginas de la Historia.