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Partido Demócrata: debates Ad Infinitum…

 

Nada une más a los Demócratas gringos que el deseo de sacar de la presidencia a Donald Trump. Y nada divide más a sus líderes que decidir cuál es la mejor manera de lograrlo.

Por segunda vez, los pre-candidatos presidenciales demócratas se reunieron para debatir, al ser tantos, en dos días distintos. Esta vez le tocó servir de anfitriona a la ciudad de Detroit, otrora capital de la industria automotriz de los Estados Unidos –y del mundo-, y hoy venida muy a menos. Vayamos a ver lo que pasó en esos encuentros.

Ya va siendo hora de que los dirigentes del partido opositor usen cualquier método de selección y eliminación, incluso la guillotina (en algunos casos), para reducir la manada pre-candidatural; con tanto aspirante peso pluma atestando el escenario, se pierde tiempo necesario para evaluar a los verdaderos aspirantes, de contrastar sus propuestas, ideas y nociones.

En el primer debate de Detroit, los claros perdedores fueron CNN (el formato escogido es de una estupidez asombrosa; se les exige a los participantes que “telegrafíen” en segundos respuestas a temas de gran complejidad); el “Medicare-para-todos” (fue tal el bochinche que armaron los contrincantes, a favor y en contra, que se perdió toda esperanza de que los espectadores entendieran qué ofrecían en realidad) y, sorprendentemente, el tejano Beto O’Rourke, quien se aplicó el harakiri, al mostrar una incapacidad manifiesta para debatir.

Claramente, destacó una vez más Elizabeth Warren, quien muestra un fervor digno de Juana de Arco a la hora de proclamar y defender sus temas. Es la auténtica estrella de la izquierda Demócrata. Bernie Sanders lució muy repetitivo, si bien puede decirse que defendió como pudo su Línea Maginot argumental.

Ambos recibieron ataque tras ataque de sus colegas del sector moderado, en especial en los temas de salud y seguridad social. John Delaney encabezó una ofensiva moderada que demostró que los radicalismos socialistas están fuera de lugar, y de que lo sensato es ofrecerle no una, sino varias opciones a los ciudadanos; que puede tenerse cobertura universal además de la cobertura privada. En esa misma postura está la senadora Amy Klobuchar (Minnesota), lástima que le ponga tanta racionalidad gélida a sus argumentos (muy lúcidos, por lo demás), porque termina dando sueño. Algo así como una Hillary Clinton mejor preparada y más inteligente, pero igual de aburrida.

¿Cuál es la diferencia entre Sanders y Warren? Sus personalidades. Sanders, grita, alza la voz, a veces gesticula como si estuviera bajo el ataque de un enjambre de abejas, y le encanta narrar historias sacadas de su archivo de más de medio siglo en política. Warren, de personalidad dominante, es igual de combativa, pero mucho más jovial. Bernie Sanders siempre tiene cara de que usa zapatos muy apretados.

La mejor frase de Warren desarmó, de un solo golpe, a toda la crítica negativa de los moderados: “No entiendo por qué alguien se toma la molestia de aspirar la presidencia de los EEUU solo para hablar de lo que no se puede hacer y de lo que no hay chance de pelear a favor”.

Joe Biden

El segundo debate comenzó, como estaba previsto, con ataques a Joe Biden. La sorpresa es que los pesos pluma de esa ronda decidieron darle también su ración de jabs y directos a la mandíbula a la senadora californiana Kamala Harris, quien tuvo que asimilar castigo toda la noche, en especial de la representante hawaiana –y militar retirada- Tulsi Gabbard.

Joe Biden, el gallo mayor del sector no radical, lo hizo “moderadamente” bien, aunque solo sea porque demostró que las dudas que algunos plantean ¿demasiado conservador? ¿demasiado mayor? no lo han afectado por ahora, aunque, eso sí, falta mucha carrera por delante. Se mostró además como un leal defensor del legado del presidente a quien sirviera como su vice, Barack Obama. Y produjo la frase más célebre de la noche: “This idea is a bunch of malarkey” (esta idea es una gran tontería), en referencia a los trillones de dólares que costaría implementar la idea izquierdista de “Medicare-para-todos”. Su ataque fue directo contra Kamala Harris (California) y Bill de Blasio (Nueva York): “Yo no sé cómo sacan las cuentas en California. No sé cómo sacan las cuentas en Nueva York. Pero les digo que es mucho dinero”.

En su mensaje inicial, hizo una clara y apasionada defensa de la diversidad, con palabras dirigidas a Trump: “somos grandes y fuertes gracias a nuestra diversidad, señor presidente, no a pesar de ella”.

En ese segundo debate casi todos decidieron mostrar por qué ser Demócrata puede generar confusión o desconcierto entre las mayorías ciudadanas. Sinceramente, no puede ser una buena señal que los pre-candidatos demócratas muestren una obsesión por estudiar y explicar con detalles infinitamente abrumadores, con estadísticas sofocantes, su particular visión de la seguridad social; hay otros temas que seguramente son tan importantes, como la violencia producida por insensatos armados como si fueran a la tercera guerra mundial. Sobre ese asunto, que debería ser fundamental en toda estrategia de cambio social real, hasta ahora solo han dicho vagas generalidades.

No contentos con ello, hay arenas temáticas incluso más movedizas que fueron tocadas sobre todo en el segundo debate: indemnizaciones (reparations) por la esclavitud; seguro social gratis para inmigrantes ilegales; o descriminalizar los cruces no autorizados de la frontera. Pareciera que no leen las encuestas. ¿Por qué todos se apresuran a discutir solo los temas favoritos de la extrema izquierda? Como advierte Megan McArdle, en The Washington Post: ¿será que están replicando el error de los Republicanos, creando su propio Tea Party Demócrata? El tema del “impeachment” es una buena señal de peligro: dos tercios de los votantes demócratas apoyan que se le aplique a Trump. Lo que debería preocupar a los Demócratas no es ese porcentaje, sino el tercio que está en contra. En el electorado general solo un 37% lo apoya. ¿Es que acaso quieren crear la fractura ideológica que se dio en el partido Republicano?

Todas esas sofisticaciones dialécticas, tan amadas por los liberales y progresistas, serían perfectas si el presidente no fuera Donald Trump. Podrían desarrollarse argumentos fascinantes sobre la seguridad social, o sobre las ventajas y desventajas del libre comercio con Canadá y México. Pero Trump es presidente, por tanto esta elección no será sobre esos temas. En palabras de David Brooks, en The New York Times: ”Esta elección es sobre quiénes somos como pueblo, sobre nuestro carácter nacional; sobre la atmósfera moral en la cual educamos a nuestros hijos”.

Añado: es sobre la proliferación y promoción del odio, de la división, del racismo y de la xenofobia.

A la larga, los debates son más interesantes que importantes. Pero por lo visto hasta ahora, Warren, Sanders y Biden son los que más han destacado. Entonces, a esperar al momento en que coincidan, en el escenario de debates, los tres (junto a algún otro gallo –o gallina-, hoy tapados). Y a ver si se ponen las pilas, que no lo van a tener fácil.

 

 

 

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