Partido Popular: Amargo aniversario de la amarga victoria
Aznar ha vivido el vigésimo aniversario de su primer triunfo electoral repudiado por la dirección del PP. Hace un año amenazó a Rajoy con desvincularse del partido. El presidente en funciones ha renunciado a su legado.
La noche del 3 de marzo de 1996, después de 13 años de Gobierno del PSOE, el centro-derecha español ganó las elecciones por los pelos. Concretamente por 290.000 votos. Ese triunfo fue el resultado de la renovación impulsada por José María Aznar en el Congreso de Sevilla de 1990, en el que fue elegido presidente en sustitución de Manuel Fraga. Aznar unificó al centro-derecha, integró los restos de UCD, logró conectar con el electorado centrista y estableció un modelo de partido que, básicamente, ha llegado hasta hoy.
El escuálido triunfo del PP fue calificado como «amarga victoria» por Alfonso Guerra. El rostro decepcionado de los dirigentes del PP en el balcón de Génova, 13 aquella noche atestigua bien aquella amargura. El PP había librado una batalla contra Felipe González durante la tormentosa legislatura del 93 al 96. Aznar salió al balcón acompañado por Ana Botella y flanqueado por sus escuderos, Rodrigo Rato y Francisco Álvarez-Cascos. En una esquina, casi fuera de foco, había un dirigente con barba negra y gafas de pasta saludando con timidez. Era Mariano Rajoy, a quien Aznar acabó eligiendo a dedo como su sucesor en 2003. 20 años después, él es el único superviviente de aquel balcón. La generación de la «amarga victoria» ha tenido un destino entre trágico y penoso. Rato está encausado por graves delitos. Cascos rompió el carné del PP de forma airada. Aznar se ha convertido en el patriarca repudiado, cuya herencia rechaza la dirección del PP.
«Aquella victoria fue el primer fruto de la renovación del PP. Aquel Gobierno de Aznar ha sido el más eficaz que ha tenido España. Supimos negociar bien con los nacionalistas y dar un giro al país gobernando sin mayoría absoluta, que es como mejor se gobierna. Las mayorías absolutas acaban en la complacencia», asegura un dirigente popular. La credibilidad lograda por el Ejecutivo de Aznar ante los nacionalistas llegó tan lejos que en la investidura de 2000, y sin que lo necesitara, CiU y PNV le dieron su voto a cambio de nada.
El 20 aniversario de las elecciones del 3 de marzo celebrado esta semana ha sido también amargo para Aznar. El PP ni recordó la fecha -sólo Pablo Casado se refirió a ello en RNE- y el ex presidente lo hizo a través de su web. El PP ha dejado por el camino voluntariamente la memoria del aznarismo, aunque su líder actual fue el primero de los aznaristas. «Los partidos que no quieren recordar su historia están destinados a diluirse», asegura un diputado popular. La ruptura del presidente de honor con sus sucesores -incubada desde la campaña de 2004- se produjo en el Congreso de Valencia, donde Aznar propinó un severo correctivo a Rajoy que, en ese cónclave, modificó la estrategia del PP para acabar con la herencia recibida.
Aznar permanece refugiado desde 2004 en su laboratorio de ideas, Faes, y ha salido en algunas ocasiones para leerle la cartilla a su partido. Hace un año, se produjo el momento de mayor tensión, en un episodio que no trascendió, pero que este periódico ha podido reconstruir. El grupo parlamentario de IU presentó ante el Congreso una iniciativa para reprobar al ex presidente por su intermediación entre empresas españolas y el Gobierno libio de Gadafi. La iniciativa superó el filtro de las mesas del Congreso y de la Comisión de Exteriores. La reprobación de Aznar fue incluida en el orden del día de una reunión de la Comisión fijada para el 26 de marzo. Cuando la noticia saltó a los teletipos, el ex presidente montó en cólera y se puso en contacto con Rajoy para amenazarle con desvincularse públicamente del PP si la reprobación era debatida.
Fuentes de la dirección popular relatan que Aznar consideró una ofensa la actitud pasiva de su partido en los órganos de la Cámara al permitir la tramitación de la iniciativa de IU y avisó del peligro que suponía el antecedente de reprobar a un ex presidente del Gobierno que en este momento es un ciudadano particular. A toda prisa, el portavoz parlamentario del PP envió un escrito a la Mesa de la Cámara para retirar la propuesta del orden del día de la Comisión de Exteriores, argumentando que no tenía cobertura en el Reglamento. Se suprimió con los votos de PP y PSOE. El ex presidente se quejó con amargura de que su partido no hubiera frenado antes su reprobación.
Un lamento que se entiende mejor al comparar su caso con el de Felipe González. Esta semana, Pablo Iglesias ofendió al ex presidente socialista recordando a los GAL y el PSOE salió en tromba en su defensa. Cuando alguien carga contra Aznar, nadie en el PP se molesta en defenderlo. Así explica la diferencia entre ambos un dirigente popular. «Felipe ha sabido jugar un papel para cohesionar al PSOE y echar una mano a los sucesivos secretarios generales en los momentos complicados. Aznar no ha sabido hacerlo. Se ha ido distanciando de la dirección política del PP. Mientras Felipe se dedica a la actividad privada, Aznar pilota una fundación desde donde fija posición sobre todo. Y eso es un foco de tensión».
Las últimas apariciones del ex presidente, lejos de suponer un problema interno para Rajoy, han servido para consolidarle. Así sucedió en el Comité Ejecutivo celebrado el 21 de diciembre, tras las elecciones. Aznar se presentó allí y su sola presencia física -habló el último- provocó una catarata de intervenciones a mayor gloria de Rajoy. Su petición de Congreso abierto cayó en saco roto. «Son apariciones a destiempo. El que puso al líder no puede intentar deponerlo sin antes entonar el mea culpa», explica un miembro del PP. Pero la figura fantasmal de Aznar sigue ejerciendo como testigo incómodo.
Entre otras cosas porque los 20 años transcurridos desembocan en un círculo histórico en este 2016. El centro-derecha vuelve a estar fraccionado. La aparición de Ciudadanos ha abierto un boquete en la nave electoral del PP. El diagnóstico de Faes, en un artículo de Miguel Ángel Quintanilla, amplía aquella pregunta que Aznar lanzó en la Convención del PP de 2015: «¿Dónde está el PP?». «El partido ha perdido en estos años muchos votos y muchas referencias. Es un partido mucho más débil y desunido. No es posible mantener unido al centro-derecha español alrededor del liberalismo paradójico que contradice sus pulsiones más elementales y sus experiencias más exitosas. Es indispensable que el partido recupere la memoria».
Dirigentes populares reconocen que más temprano que tarde, el PP tendrá que reinventarse para volver a representar al centro-derecha y recuperar los votos de C’s. Y será entonces, según coinciden todos, cuando Aznar querrá jugar un papel. No para entrar en una pugna personal, sino para recuperar la memoria. Así lo resume alguien que conoce bien a esta formación política. «El partido se va a quedar desconcertado y la orfandad va a llevar a que nos preguntemos de dónde venimos y a dónde vamos. Volverá a ponerse de moda la defensa de unos ciertos principios y valores, olvidados por la falta de ideología clara de Rajoy. Lo que el nombre de Aznar significa hoy en el PP es una impronta de orgullo, de aprecio por lo propio, de creerse lo que se dice, patriotismo de partido si se quiere llamar así. Eso es lo que se ha perdido con Rajoy, la autoridad, la iniciativa, el respeto. Nada importa más allá de dejarse llevar».